Las razones ideológicas
Es cierto, tanto que los vargaslleristas han presentado algunas objeciones desde antes a la JEP, como que ellos, no obstante, aprobaron el acto legislativo que la consagraba sustantivamente y la incorporaba transitoriamente a la Constitución.
Lo primero ha sido recordado por Maria Isabel Rueda en El Tiempo, quien ha defendido el hecho de que el nuevo candidato presidencial dejó ver con anterioridad sus reservas, como si con ello quisiera justificar la defección de ahora, en un momento crítico. Lo segundo, en cambio, lo trajo a cuento Guillermo Rivera, el Ministro del Interior, para refregarle a esta bancada la contradicción; la de apoyar primero y luego rechazar la JEP.
En efecto, Vargas Lleras y sus amigos siempre tuvieron el temor de que la Jurisdicción Especial se convirtiera en un arma para perseguir empresarios o para ejercer la venganza. Pero en el proyecto de ley y en los acuerdos no hay nada que permita abrigar tales miedos; en realidad, infundados.
El momentum electoral
Infundadas o no, estas prevenciones se amplifican en la coyuntura, un cruce de caminos de carácter electoral, en el que se abren horizontes distintos para llegar a la segunda vuelta de la presidencial; un punto en el que se hacen cálculos para atraer al electorado y en el que se entremezclan posiciones diferentes frente a la paz; esta última, una carta política que sigue influyendo en la toma de decisiones.
La verdad es que Vargas Lleras, uno de los presidenciables más referenciados, no cuenta electoralmente con una franja segura, y al mismo tiempo suficientemente amplia, a pesar de sus fortalezas; a pesar de haber sido Vicepresidente y haber tenido en sus manos la política de infraestructura y de vivienda, dos frentes que dan mucho reconocimiento.
El desgaste de la coalición gobernante y el descrédito de los partidos, por el clientelismo y la corrupción, han lanzado a lugares de privilegio en la opinión a figuras de pequeños partidos que aparecen como alternativas a los del establishment. De acuerdo con los sondeos, dichos personajes representan hoy por hoy un porcentaje muy cercano al 50% en las preferencias electorales. No es sino recordar las cifras de la última encuesta de Invamer- Gallup, para darse cuenta de que Fajardo, Claudia López, Petro, Clara López y Robledo suman el 46% de las intenciones de voto.
En frente está el uribismo. Sus candidatos, es algo evidente, no suman mucho; tampoco el exprocurador y Martha Lucia Ramírez, aunque ésta debe empezar a subir. Todo esto es cierto, pero también lo es el hecho de que Uribe y sus aliados cercanos mantienen la capacidad de representar sus 6 millones y medio de votantes, tal como sucedió en el plebiscito, algo así como el 40% en una primera vuelta y el 45% en la segunda. Lo que queda claro entonces es la estrechez de margen con la que ha tropezado de pronto el anterior Vicepresidente, un margen entre las franjas de opinión que se hace más angosto si se piensa que dos precandidatos de origen liberal, como lo son Humberto de La Calle y Juan Manuel Galán, suman más del 16%, según alguna de esas últimas encuestas.
Vargas Lleras y los segmentos de electores
En tales condiciones, el exvicepresidente estaría padeciendo el efecto sándwich, emparedado entre un “campo” político (eso sí, diverso y fragmentado) en el que, por un lado, se agregan el sentimiento favorable a la paz y el rechazo a la corrupción; y, por el otro, el “campo” de la derecha radical, el de los resentimientos contra la paz.
Obligado a romper los límites que lo ahogan en las preferencias electorales, parece decidido a la doble estrategia de la recolección de firmas y del alejamiento en los compromisos con la administración Santos, sobre todo en el sostenimiento del Acuerdo de Paz, una apuesta que lo expone a una doble incoherencia, pero que le recuperaría la sintonía con votantes del centro y de la derecha.
Con la recolección de firmas podría entrar en contacto con algunos de los electores de centro-derecha que hoy miran hacia Fajardo y hacia los abanderados de la anticorrupción; pero cuya volatilidad podría hacerlos cambiar de simpatías más tarde.
Con la ruptura frente al gobierno y frente a la paz podría conectarse con los votantes adversos a esta última.
Es una doble estrategia que, sin embargo, no tiene garantizada la conquista de los objetivos. De una parte, Uribe Vélez mantiene un fuerte ascendiente sobre los votantes más conservadores, los que son hostiles al Acuerdo de Paz; por lo que, es de esperarse, los disciplinará en torno del candidato que él escoja en su momento. De otra parte, los electores de centro-derecha que vayan decantando sus preferencias por Fajardo posiblemente no tengan ya el tiempo para mirar hacia otro lado antes de mayo.
En tales condiciones, a Vargas Lleras solo le quedaría la oportunidad que le brinde la dispersión del “campo” mixto de la paz y de la anticorrupción, una dispersión que podría darle el tiquete para la segunda vuelta. O, desde luego, una difícil alianza con el uribismo.
RICARDO GARCÍA DUARTE: Ex rector Universidad Distrital
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