Cuando se inició la contienda para elegir presidente de la república, y ante el temor de amplios sectores ante un posible triunfo de la izquierda, así como el rechazo a la continuación de las políticas adelantadas por el gobierno actual que alejó el país de la reconciliación y lo volvió a sumir en una estéril polarización, pareció llegar el momento de un centro moderado, razonable, con la mirada puesta en el mañana. Vana ilusión. Era olvidar los lastres que han caracterizado la política durante los últimos años.
Ante la ausencia de partidos políticos capaces de dar respuestas satisfactorias a las necesidades de los ciudadanos, percibidos como organizaciones – más exactamente como maquinarias ilegítimas – dedicadas ante todo a adquirir recursos y a conquistar la administración pública en beneficio propio. Situación acorde con una sociedad en la que desaparecen los lazos preceptivos ante el impulso de la individualización del sistema de valores, que se aparta de lealtades heredadas y lazos tradicionales, configura un voto volátil y abre espacios a figuras individuales. Es así como se vota por individuos más que por programas o proyectos de sociedad.
En un momento cupo la ilusión de que la situación podía controlarse. Cuando apareció La Coalición Centro Esperanza conformada por un grupo de líderes aparentemente identificados con los mismos principios. Ha pasado el tiempo y la coalición se ha resquebrajado. Tal vez irremediablemente después de la actuación de Ingrid Betancourt en su primer debate como precandidata cuando acusó a Alejandro Gaviria de recibir el apoyo de maquinarias políticas, hecho que dejó al desnudo la necesidad de dejar de lado lo que algunos han llamado “fundamentalismo moral”, para centrarse en estrategias que aseguren votos en las urnas.
En cruces calculados y cálculos electorales se han dado movimientos que han acercado aparentes adversarios ideológicos y al incumplimiento de promesas para ocupar determinados lugares en las listas. Largo sería hacer un inventario en estos momentos, pero no sobra mencionar la importancia de algunos agentes que pueden incidir en los resultados.
Cierto es, como ha quedado demostrado a lo largo del tiempo, que los votos de los congresistas no son endosables y que, por lo tanto, no influyen tanto como se cree en las consultas interpartidistas en las que el voto de opinión es decisivo, pero también que no es desdeñable contar con el apoyo de las maquinarias. Así lo entiende Alejandro Gaviria quien lo expresó claramente al decir en una entrevista que le hizo el diario El Espectador: “Si yo no acepto a César Gaviria, los otros candidatos lo harían”. Tal vez por ello aceptó también a Rodrigo Lara como jefe de debate, después de que este terminara en conflicto con los hermanos Galán al manifestar que quería ser candidato presidencial del partido Nuevo Liberalismo.
César Gaviria y Germán Vargas Lleras permanecen mirando los toros desde la barrera y no han querido comprometerse con una aspiración presidencial antes del 13 de marzo, pero saben que su voz incidirá en el resultado final, sobre todo si se llega a una segunda vuelta en la que todos los votos cuentan. Hacia dónde se dirigirá la decisión depende en primer lugar de los resultados de las elecciones del 13 de marzo, cuando se perfilen las fuerzas que se enfrentarán en mayo.
Por el momento solo se sabe que los lazos societales que proporcionaban sindicatos e iglesias se han aflojado y que buena parte del electorado anda a la deriva en búsqueda de una figura política que la cautive. La personalización de la política se ha vuelto la regla en la actividad política y con ella los recursos tanto retóricos como financieros los cuales han adquirido una importancia que no se pude ignorar.
Rubén Sánchez David, Profesor Universidad del Rosario
Foto tomada de: La Silla Vacia
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