Incluso desde el lado republicano se han escuchado voces contrarias a jugarse la suerte de los intereses estadounidenses en la región a esa política de intentar golpes de mano a corto plazo con la falsa idea de precipitar un levantamiento interno y un alzamiento de sectores importantes del ejército venezolano.
La receta de Washington combina endurecer el bloqueo, aumentar el exilio hacia Colombia en otro millón de venezolanos, afinar operaciones encubiertas, presionar a Cuba, Rusia y China y darle más tiempo a la crisis interna en Venezuela. Un golpe al estilo del de Bolivia no les parece viable y ataques militares como en Iran no les cuadran en el periodo preelectoral ni el el panorama de rechazo y desprestigio de Trump en latinoamerica.
Colombia es vista como el aliado estrella para la hegemonia gringa en el continente: un aliado barato que se tranza con algunos dólares para que haga los discursos radicales y preste su territorio a discreción del Pentagono y del Comando Sur.
Iván Duque, que se ha mostrado obsecuente con Trump, sigue apoyando al desprestigiado Guaidos, le pone tribuna para que hable de “considerar todas las opciones” y no renuncia a utilizar la polarización con el régimen de Maduro para obtener migajas de los Estados Unidos y justificar políticas de guerra en Colombia.
El Congreso de los Estados Unidos aprobó en diciembre pasado una partida de 448 millones de dólares para fortalecer su estrategia geopolítica en Colombia. Y asignó pequeñas sumas para compensar a Colombia por el éxodo de venezolanos que es forzado por el implacable bloqueo a Venezuela que incluye la confiscación de recursos estatales en el exterior y otras medidas. Ahora los halcones de Trump han dado un salto adelante calificando al gobierno de Maduro como una amenaza terrorista en el continente supuestamente por albergar al Hezbolá, organización chiita libanesa – aliada de Irán y Siria- violenta opositora a los intereses de Estados Unidos en el Medio Oriente.
La visita del Secretario de Estado gringo a Colombia se acompañó del anuncio de los tradicionales ejercicios militares conjuntos ubicados como parte de la estrategia de guerra contra el narcotráfico y el terrorismo. Las viejas practicas se refuerzan en respuesta a lo que llaman amenaza de organizaciones trasnacionales del crimen que son promotoras del tráfico de drogas, especialmente de cocaína, en reacción a imaginarias amenazas de potencias extracontinentales y ahora a la presencia en Venezuela, y ya dirán que en Maicao o Cúcuta, de grupos terroristas llegados del Medio Oriente según el guión de las falsas noticias.
La presencia del ELN en las fronteras y la supuesta base del grupito disidente de Iván Márquez en territorio Venezolano, son otras piezas para la acusación de terrorismo y la justificación de la injerencia en el vecino país.
El señor Adam Boehler, Director General de la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de Estados Unidos, llegó a preparar la visita de Pompeo anunciando la disposición de Estados Unidos a dedicar en los próximos diez años US$5000 millones para inversiones sociales asociadas a la guerra antidrogas y la erradicación forzada de cultivos de coca.
No está claro el destino específico de esos dólares pero si que a los Estados Unidos le interesa la “acción integral” que le permita utilizar a Colombia como plataforma de operaciones encubiertas y eventuales acciones provocadoras en Venezuela.
Por otro lado le resulta muy conveniente a Estados Unidos fortalecer la estrategia de “consolidación y acción social” en zonas con alta presencia de cultivos de coca y laboratorios para la producción de cocaína, orientando a la erradicación forzada las llamadas “zonas futuro”, y otras de las llamadas Zonas Estratégicas de Intervención Integral. En esa línea presionan por activar la aspersión aérea con glifosato y el control militar justificado con argumentos de seguridad nacional. Por un lado se inventan la guerra internacional contra el terrorismo y el Hezbolá y por el otro la guerra contra el Cartel de Sinaloa y sus GAO de apoyo que, según ese libreto en su versión extrema, actuarían bajo ordenes extranjeras en distintas partes del país.
Esa matriz de pensamiento de los estrategas de los Estados Unidos se incorporó en la Política de Seguridad y Defensa elevada a ley de la República al aprobar el Plan de Desarrollo 2018- 2022. Allí se encuentra esa visión que ubica las amenazas como problema de seguridad nacional y se destaca el peligro de “potencias extracontinentales” tan caro a la Doctrina Trump con su lema “América para los Americanos”, con el TIAR resucitado y toda la ideología fanática antiliberal y antisocialista.
El juicio a Trump en el Senado de Estados Unidos y las urgencias de la campaña para la presidencia en ese país, agregan otro elemento a la estrategia del presidente – candidato que incluye tensionar conflictos en la región especialmente con Venezuela y de alinear a sus aliados en radicalismos guerreristas.
Inventarse otras micro guerras en Colombia les parece muy conveniente para reordenar la agenda del debate preelectoral aunque eso signifique meterle más palos la rueda de la paz en Colombia y a la implementación de los Acuerdos firmados en 2016 con el visto bueno de la administración Obama.
El manto general es el discurso contra el castrochavismo y el señalamiento, como enemigo y cómplice con la tiranía y el madurismo, a todo reclamo de respeto a los pactos internacionales que hablan de soberanía y autodeterminación. Incluso a la izquierda o centro izquierda colombiana critica del madurismo, y partidaria de un diálogo para restablecer el orden constitucional quebrado en Venezuela, se la ataca como aliada del castrochavismo.
Son los discursos para otra guerra que se están inventando para los próximos años, pero que encuentra más obstáculos que nunca para tramar la conciencia inconforme de los colombianos. No la tienen fácil los guerristas del 2020.
Camilo González Posso, Presidente de INDEPAZ
Foto tomada de: El Tiempo
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