“En realidad, hace lo que hacen todos los buenos burgueses. Todos ellos nos dicen que la competencia, el monopolio, etc., en principio, es decir, considerados como ideas abstractas, son los únicos fundamentos de la vida, aunque en la práctica dejen mucho que desear. Todos ellos quieren la competencia, sin sus funestos efectos. Todos ellos quieren lo imposible, a saber: las condiciones burguesas de vida, sin las consecuencias necesarias de estas condiciones. Ninguno de ellos comprende que la forma burguesa de producción es una forma histórica y transitoria, como lo era la forma feudal. Este error proviene de que, para ellos, el hombre burgués es la única base posible de toda sociedad, proviene de que no pueden imaginarse un estado social en que el hombre haya dejado de ser burgués.”[1] (p. 157).
El desarrollo del capitalismo en Inglaterra y Francia a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX creó no solo la clase de trabajadores asalariados, sino también un conjunto variado de interpretaciones y propuestas tendientes a promover el mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros, sometidos a una feroz explotación.
Se elaboraron diversos y análisis y propuestas de reforma social, muchas de ellas utópicas. Surgieron movimientos socialistas y comunistas, antes de Marx. La teoría del valor de Ricardo que sostenía que todo el valor y el producto social era elaborado por los trabajadores condujo a conclusiones socialistas, “peligrosas” para el sistema: el valor y el producto deberían pertenecerles a sus creadores. No imaginó Ricardo que sus teorías fueran ser útiles para los antagonistas del capitalismo. Muchos años después, los economistas oficiales darían un giro sustancial: abandonaron la teoría del valor fundamentada en el trabajo en favor de una teoría enfocada en la utilidad de los bienes. Con esto lograron reducir los riesgos del conocimiento científico de la economía al precio de una miseria intelectual de los economistas de profesión.
Un elemento en común de muchas de estas teorías y propuestas de reforma en favor de los trabajadores era su esfuerzo teórico y práctico en mantener el capitalismo, pero eliminando sus consecuencias más nocivas y perjudiciales. Marx se refirió a esto como intentos por conciliar lo inconciliable. Y lo asoció en buena medida a una ideología pequeñoburguesa. La pequeña burguesía se encuentra en una posición intermedia entre los grandes capitalistas y los trabajadores asalariados; admira a los primeros y siente compasión por las precarias condiciones de vida de los segundos. Su posición social los lleva, de acuerdo con Marx, a buscar un justo medio, un centro, unas reformas que permitan solucionar muchas situaciones sin destruir el capitalismo.
Marx en su libro La Miseria de la Filosofía, publicado en 1847 y en el Manifiesto del Partido Comunista[2], publicado en 1848, hizo una caracterización de algunos de estos enfoques. Mucha agua ha pasado bajo los puentes del capitalismo desde entonces, pero es sorprendente como algunas de estas caracterizaciones mantienen una gran vigencia. Vale la pena releer algunos de estos textos que quizá pueden arrojar alguna luz para entender los movimientos sociales y partidos políticos actuales en Colombia.
En La miseria de la filosofía, señala Marx que al desarrollarse el capitalismo se desarrollan paralelamente sus contradicciones, identificadas por los economistas clásicos y que “cuanto más se pone de manifiesto este carácter antagónico, tanto más entran en desacuerdo con su propia teoría los economistas, los representantes científicos de la producción burguesa, y se forman diferentes escuelas”. Y presenta la siguiente caracterización:
Economistas fatalistas
“Existen los economistas fatalistas, que en su teoría son tan indiferentes a lo que ellos denominan inconvenientes de la producción burguesa como los burgueses mismos lo son en la práctica ante los sufrimientos de los proletarios que les ayudan a adquirir riquezas. Esta escuela fatalista tiene sus clásicos y sus románticos. Los clásicos, como Adam Smith y Ricardo, son representantes de una burguesía que, luchando todavía contra los restos de la sociedad feudal, solo pretende depurar de manchas feudales las relaciones económicas, aumentar las fuerzas productivas y dar un nuevo impulso a la industria y al comercio. A su juicio, los sufrimientos del proletariado que participa en esa lucha, absorbido por esa actividad febril, solo son pasajeros, accidentales, y el proletariado mismo los considera como tales.” (p. 103).
“Los economistas como Adam Smith y Ricardo, que son los historiadores de esta época, no tienen otra misión que mostrar cómo se adquiere la riqueza en el marco de las relaciones en categorías y leyes y demostrar que estas leyes y categorías son, para la producción de riquezas, superiores a las leyes y a las categorías de la sociedad feudal. A sus ojos la miseria no es más que el dolor que acompaña a todo alumbramiento, lo mismo en la naturaleza que en la industria”. (p.103).
La escuela humanitaria
“Luego sigue la escuela humanitaria, que toma a pecho el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para tranquilidad de conciencia se esfuerza en paliar todo lo posible los contrastes reales; deplora sinceramente las penalidades del proletariado y la desenfrenada competencia entre los burgueses; aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos; recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la esfera de la producción. (p. 104)
La escuela filantrópica
“La escuela filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad del antagonismo, quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere realizar la teoría en tanto que se distinga de la práctica y no contenga antagonismo. Dicho se está que en la teoría es fácil hacer abstracción de las contradicciones que se encuentran a cada paso en la realidad. Esta teoría equivaldría entonces a la realidad idealizada. Por consiguiente, los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, pero sin el antagonismo que constituye la esencia de estas categorías y que es inseparable de ellas. Los filántropos creen que combaten en serio la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie” (p. 104).
Los socialistas y comunistas
“Así como los economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los socialistas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria. Mientras el proletariado no está aún lo suficientemente desarrollado para constituirse como clase; mientras, por consiguiente, la lucha misma del proletariado contra la burguesía no reviste todavía carácter político, y mientras las fuerzas productivas no se han desarrollado en el seno de la propia burguesía hasta el grado de dejar entrever las condiciones materiales necesarias para la emancipación del proletariado y para la edificación de una sociedad nueva, estos teóricos son solo utopistas que, para mitigar las penurias de las clases oprimidas, improvisan sistemas y andan entregados a la búsqueda de una ciencia regeneradora. Pero a medida que la historia avanza, y con ella empieza a destacarse, con trazos cada vez más claros, la lucha del proletariado, aquellos no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas: les basta con darse cuenta de lo que se desarrolla ante sus ojos y convertirse en portavoces de esa realidad. Mientas se limitan a buscar la ciencia y a construir sistemas, mientras se encuentran en los umbrales de la lucha, no ven en la miseria más que la miseria, sin advertir su aspecto revolucionario destructor, que terminará por derrocar a la vieja sociedad. Una vez advertido este aspecto, la ciencia, producto del movimiento histórico, en el que participa ya con pleno conocimiento de causa, deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria. (pp. 104-105)
Plantea Engels que el “socialismo moderno” suscribe la teoría del valor de Ricardo, en la medida en que toma como punto de arranque la economía política burguesa (p. 8). Los dos postulados centrales de Ricardo, establecidos en su Principios de economía política de 1817 son: 1) el valor de toda mercancía se determina única y exclusivamente por la cantidad de trabajo necesario para producirla; 2) el producto de todo trabajo social se divide entre tres clases: los propietarios de la tierra (renta), los capitalistas (ganancia) y los obreros (salario). A partir de 1821 se hicieron en Inglaterra deducciones socialistas, con bastante vigor y decisión.
Y cita a Marx quien afirma que: “cualquiera que conozca, a poco que sea, el desarrollo de la economía política en Inglaterra -dice Marx-, no puede por menos de saber que casi todos los socialistas de este país han propuesto, en diferentes épocas, la aplicación igualitaria (es decir, socialista) de la teoría ricardiana.” (p. 9).
Para Marx la deducción socialista de la teoría de Ricardo tiene fallas sustanciales. El planteamiento es que a los obreros como únicos productores efectivos les pertenece el producto social íntegro, su producto: este es un planteamiento que lleva directamente al comunismo. Pero, esta conclusión es formalmente falsa en el sentido económico, dado que es simplemente una aplicación de la moral a la economía política: “Según las leyes de la economía burguesa, la mayor parte del producto no pertenece a los obreros que lo han creado. Cuando decimos que es injusto, que no debe ocurrir, esto nada tiene de común con la economía política. No decimos, sino que este hecho económico se halla en contradicción con nuestro sentido moral. Por eso Marx no basó jamás sus reivindicaciones comunistas en argumentos de esta especie…” (p. 11)
En el Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels incluyen una parte sobre la literatura socialista y comunista, dentro de lo cual caracterizan algunas de las tendencias en la siguiente forma:
El socialismo pequeño burgués
“La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía, y no es la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesía moderna. En los países de una industria y un comercio menos desarrollados esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge” (p. 52).
“En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se ha formado -y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin cesar- una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y en que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados” (p. 52).
“En países como Francia, donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la población era natural que los escritores que defendiesen la causa del proletariado contra la burguesía, aplicasen a su crítica del régimen burgués el rasero del pequeño burgués y del pequeño campesino, y defendiesen la causa obrera desde el punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó el socialismo pequeño burgués. Sismondi es el más alto exponente de esta literatura, no solo en Francia sino también en Inglaterra” (p. 52).
“Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones inherentes a las modernas relaciones de producción. Puso al desnudo hipócritas apologías de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores de la maquinaria y de la división del trabajo, la concentración de los capitales y de la propiedad territorial, la superproducción las crisis, la inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía de la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades” (p. 53).
“Sin embargo, el contenido positivo de este socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico” (p. 53).
El socialismo burgués
“Una parte de la burguesía desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa” (p. 55)
“A esta categoría pertenecen los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza, los reformadores domésticos de toda laya.” (pp.55-56)
“Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués hace de esta representación consoladora un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella” (p. 56).
“Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándoles que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles, sino solamente una transformación de la condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas. Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas -lo que no es posible más que por vía revolucionaria-, sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración del Estado” (p. 56).
“Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el período inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía, período descrito anteriormente (Véase burgueses y proletarios). Los inventores de estos sistema, por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento político propio.” (p. 57).
“Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones. En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales” (p. 57).
“En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece (p. 57). Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, en incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles” (p. 57).
“Repudian, por eso, toda acción política, y en particular, toda acción revolucionaria; se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, fracasan siempre” (p. 57).
“Estas fantásticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún su propia situación de una manera también fantástica, provienen de las primeras aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento, hacia una completa transformación de la sociedad” (p. 58).
“Más estas obras socialistas y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a la sociedad futura, tales como la supresión del contraste entre la ciudad y el campo, la abolición de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación de la armonía social y la transformación del Estado en una simple administración de la producción; todas estas tesis no hacen sino enunciar la eliminación del antagonismo de clase, antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen todavía sino las primeras formas indistintas y confusas. Así, estas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente utópico” (p. 58).
Aunque no se refieren específicamente al papel del Estado en estos textos, Marx y Engels ya comenzaban a observar como muchas de estas reformas y utopías empezaban a ser adoptadas por los estados de la época.
Muchas cosas han cambiado desde que se escribieron estos textos. Pero su contenido sigue teniendo una extraordinaria vigencia y utilidad para caracterizar a los partidos y movimientos políticos de Colombia en la actualidad.
Seamos realistas, pidamos lo imposible, fue una de las consignas de mayo de 1968. Ya en 1848 señalaba Marx que buena parte de los partidos y movimientos en favor de los trabajadores había adoptado una consigna parecida: propongamos lo imposible: las condiciones burguesas de vida sin las consecuencias necesarias de estas condiciones. Cualquier parecido con la realidad colombiana es pura coincidencia.
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[1] Carta de Marx a P.V. Annenkov, 28 de diciembre de 1846, p. 157. En Marx, Carlos, La Miseria de la filosofía (1847), Editorial Bedout, Bolsilibros No 22, Medellín, s.f
[2] Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista, en Marx y Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, s.f., pp.27-60.
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: Concepto
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