“Tecnofeudalismo”
Palabra que define una estructura socioeconómica que habría sustituido al capitalismo, según Varoufakis.
Los síntomas que presentaba el “fallecido” capitalismo inducen a creer que su sucesor se habría hecho con el control de la economía mundial antes de “matarlo”. Con todo, lo más llamativo es que habría sido el capitalismo el que había permitido su propio “homicidio”.
Los dos hechos básicos que habrían provocado el relevo fueron la privatización de Internet a manos de las Big Tech2 de Estados Unidos y China y la forma en que los gobiernos occidentales y los bancos centrales respondieron a la gran crisis financiera de 20083.
Factores decisivos sobre los que reflexionamos poco, pero que nos hacen también responsables, son nuestra dependencia absoluta de ordenadores, tablets y smartphones de última generación y nuestros volcados a la “nube”. Su combinación es un “complejo vitamínico” para el creciente feudalismo actual, que ha conseguido —además— que escapemos de nuestros propios dramas personales y familiares (deudas, pandemia, emergencia climática y conflictos bélicos).
El “capital en la nube”
Aunque se hable de “nube”, su sistema operativo está en la Tierra y reside en equipos conectados en red, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, programas, algoritmos basados en Inteligencia Artificial (IA) y en el fondo de los océanos donde hay incontables kilómetros de cables.
Entre otros servicios, la nube permite a empresas y consumidores acceder a recursos informáticos bajo demanda a través de Internet. Sus usuarios consiguen así datos y aplicaciones desde cualquier parte del mundo, en lugar de tener que estar conectados a un ordenador en una oficina. La sucesión de innovaciones tecnológicas claves en las dos últimas décadas ha provocado uno de los cambios más profundos en la historia de la humanidad.
El capital que se aloja en la nube ha echado abajo los dos puntales del capitalismo: mercados y beneficios. La nube los ha expulsado del centro neurálgico de la economía y los ha “barrido” hacia los márgenes, de forma que las plataformas de comercio digital han ocupado su lugar y se han convertido en auténticos feudos.
El dato más significativo del tecnofeudalismo es que el beneficio capitalista ha sido sustituido por su antecesor feudal, la renta. Ahora bien, las rentas feudales se basaban en la propiedad de la tierra y las actuales en la de la nube.
Como consecuencia, los propietarios del capital tradicional (maquinaria, construcciones, ferrocarriles, comunicaciones, robots industriales…) han perdido el poder real. Ciertamente, continúan extrayendo beneficios de los trabajadores a través del salario, pero han perdido el mando que adquirieron en el siglo XVIII y conservaron hasta 2008. Han pasado a ser vasallos de los dos “emperadores” feudales y sus “reyes” y “aristócratas” subordinados, la nueva clase dominante: los propietarios del capital en la nube.
En cuanto al resto de los mortales —nosotros—, nos hemos convertido en sus siervos, pues estamos contribuyendo al acrecentamiento de su poder y riqueza con nuestro trabajo no remunerado, ya que se lo regalamos generosamente al “vomitar” nuestras existencias enteras en las redes sociales. Ciertamente, el trabajo remunerado sigue existiendo. Se trata del salario que cobran aquellos que aún tienen la suerte de tener trabajo…
¿Cómo influye nuestra servidumbre actual en el capital en la nube?
En aspectos que nos atañen a todos: la escurridiza revolución energética verde, la decisión de Elon Musk de comprar Twitter, la Nueva Guerra Fría entre los EEUU y China, la forma en que la guerra de Ucrania está amenazando el reinado del dólar y la supervivencia de la propia especie humana, la muerte de la libertad individual, la imposibilidad de una democracia auténtica, la falsa promesa de las criptomonedas y la apasionada cuestión de cómo podríamos recuperar nuestra autonomía y libertad.
Nuestra servil actitud hacia el poder actual recuerda el “Mito del eterno retorno” propuesto por el filósofo y novelista rumano Mircea Eliade, quien sustentaba la teoría de que somos una especie condenada a repetir los mismos actos a lo largo de nuestro paso por este planeta, pero con una “vestimenta” distinta según la era. Resulta deprimente que hayamos sido capaces de inventar útiles —de piedra, bronce, hierro…— que podrían haber mejorado nuestras vidas y, sin embargo, las han convertido en un infierno por obra y gracia de nuestra ansia de poder por controlarlo todo. En la actualidad, el “útil revolucionario” es la alta tecnología, que no ha mejorado las condiciones de vida de los más necesitados. Ahora bien, quienes acuden en ayuda de los países más desamparados defendiendo la importancia de poner la tecnología a su servicio y no al de los poderosos que la controlan es tachado inmediatamente de radical y puede terminar, como mínimo, en la cárcel. Si no condenado a muerte bajo falsas acusaciones o directamente asesinado. Así, cualquier crítica a las Big Tech podría ser tachada inmediatamente de terrorista.
Money, money, money…
En la actualidad, el “bombardeo” de idioteces sobre el dinero nos asfixia. Políticos incapaces invocan mezquinas metáforas para justificar las políticas austericidas. Bancos centrales enfocan la inflación y la deflación como haría un imbécil que, teniendo hambre y sed y no sabiendo por qué empezar primero, acaba muriéndose, como nosotros colapsando por culpa de dichos bancos centrales.
Nos encontramos, además, con una nueve subespecie humana: los entusiastas de las criptomonedas, que nos invitan a eliminar cualquier otra forma de intercambio. Los mismos Big Tech están creando su propia moneda digital para atraernos cada vez más al venenoso comercio desarrollado por las plataformas en red. No olvidemos que Elon Musk, el hombre que más poder político detentará —después de Trump— en los EEUU a partir de enero de 2025, es un entusiasta de las criptomonedas.
¿En qué se basa nuestra libertad?
Deberíamos empezar preguntándonos cómo es posible que valoremos la libertad y, al mismo tiempo, toleremos el capitalismo. Para responder a continuación que el capitalismo nos ha colado la falacia de que es sinónimo de libertad, eficiencia y democracia, mientras que el socialismo lo es de justicia, igualdad y estatismo. Sin embargo y en realidad, la auténtica ideología de izquierdas tiene que ver, sobre todo, con la emancipación.
Durante el feudalismo, las personas no podían elegir. Si nacías terrateniente, no podías vender la tierra de tus antecesores. Si nacías siervo, estabas obligado a trabajar duramente al servicio del terrateniente o aristócrata y no podías comprar tierras. Solo las guerras, los caprichosos decretos reales o alguna catástrofe podían cambiar la vida de algunas personas.
Sin embargo, en el siglo XVIII ocurrió algo notable como consecuencia de los avances en el transporte marítimo y la navegación: que el comercio internacional de lana, lino, seda y especies se hizo enormemente lucrativo. Eso generó una idea en los propietarios británicos: ¿por qué no desalojar en masa a los siervos de las tierras que producían nabos sin valor y sustituirlos por ovejas que producían valiosa lana para los mercados internacionales? El desalojo de los campesinos de las tierras comunes que sus antepasados habían trabajado durante siglos —lo que conocemos como “cercados” (“enclosures” en inglés)— dio a la mayoría de la gente algo que había perdido en la época en que se inventó la agricultura: la posibilidad de elegir. Pero no demasiado… Los propietarios podían elegir alquilar tierra por un precio que reflejase la cantidad de lana que podía producir. Los siervos desalojados podían elegir un trabajo por un salario o continuar vinculados a la tierra. En realidad, sin embargo, ser libre de elegir no era tan distinto de ser libre de perder. Los antiguos siervos que rechazaron trabajos miserables como campesinos por patéticos salarios también se murieron de hambre y los orgullosos aristócratas que se negaron a aceptar la conmodificación de sus tierras se arruinaron.
A medida que el feudalismo retrocedía, se envalentonaba la elección económica capitalista, que tenía un carácter envenenado porque se trataba de una oferta que no se podía rechazar.
A mediados del siglo XIX, Marx y otros pensadores de izquierdas se centraron en “liberarnos”. Sobre todo, de las máquinas de la Revolución Industrial. Durante un siglo, la izquierda estuvo preocupada básicamente por el rescate de la libertad. Por eso, se alineó junto al movimiento antiesclavista, las sufragistas, los grupos perseguidos como los judíos en la década de los 1930 y 1940, las organizaciones de liberación negra en los 1950 y 1960 y las primeras protestas de gais y lesbianas en San Francisco, Sidney y Londres en los 1970.
En ese contexto histórico ¿cómo es posible que hayamos llegado a una situación, en que hablar de “marxistas libertarios” suena a chiste? Porque, en algún momento del siglo XX, la izquierda sustituyó la libertad por otras cosas…En Oriente —de Rusia a China, Camboya y Vietnam— la lucha por la emancipación fue sustituida por un igualitarismo totalitario. En Occidente, la libertad fue abandonada en manos de sus enemigos a cambio de una mal definida noción de la justicia. La gran pérdida de la izquierda ha sido haber llegado a un momento en el que la gente cree que tiene que elegir entre libertad y justicia y democracia legítima y miserable igualitarismo impuesto estatalmente.
El final del “cuento de hadas” socialdemócrata
Llegó cuando aceptó una economía mixta: el gobierno proporcionaba bienes públicos y el sector privado bienes de consumo que satisficieran nuestros caprichos. Se trataba de una forma “civilizada” de capitalismo basado en el mantenimiento de la inigualdad y la explotación a cambio de una mediación política que mantuviese el equilibrio entre los propietarios del capital y los que solo podían vender su trabajo. En realidad, era fácil predecir su fracaso, consecuencia de su ineficiencia, injusticia, falta de libertad e irracionalidad.
La opacidad del capitalismo
Ha estado entre nosotros como algo invisible, pero, al mismo tiempo, irreemplazable. Llegamos a tal punto que resultaba más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo. Si bien, a finales de los 1940, los izquierdistas se hicieron la ilusión de creer que había llegado ese final. No obstante, a partir de 1991, desapareció cualquier esperanza.
Lo que nunca pudieron imaginar hace dos décadas es que la llegada de las nuevas tecnologías en los albores del tercer milenio implicaría la caída del capitalismo y el auge del tecnofeudalismo veinticuatro años más tarde.
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1 Atenas (24 de marzo de 1961). Economista griego, catedrático universitario, político, activo bloguero y escritor. Autor de varios libros de política y economía. Es cabeza visible del partido MeRA25 desde 20218, cofundador del movimiento paneuropeísta DiEM25 desde 2016 y cofundador junto a Bernie Sanders de la organización Internacional Progresista (IP). Fue ministro de finanzas de Grecia con la Coalición de la Izquierda (SYRIZA) hasta julio de 2015 por diferencias con el presidente Alexis Tsipras ante su posición servil frente a la troika europea en relación con la crisis de la zona euro. Ha sido y es profesor de Economía en las más prestigiosas universidades del mundo. (Más información en Wikipedia).
2 El concepto hace referencia a las grandes empresas tecnológicas que poseen una elevada red de operaciones. Por su gran capital y alcance en su actividad, tienen la capacidad de ofrecer determinados servicios financieros. Estos gigantes tecnológicos ya poseen un elevado control sobre la vida social de los consumidores y, además de su actividad de diversificación tan elevada, ya controlan las finanzas.
3Aplicando políticas de austeridad a la población en general y salvando a bancos y grandes empresas de la quiebra.
Pepa Úbeda
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