Al conectar de nuevo la grabadora, reparo en su urgencia por hablarme de la Casa de Cultura Tejiendo Sororidades, con sedes en Barrio el Jordán y Prados del Sur. Es como si temiesen que les faltara tiempo para contarlo todo.
Ya reseñé en El otro Cali, coces en el ojo de la Loma, que son las artífices del proyecto y, aunque jubiladas, continúan “cosidas” a ella, atentas siempre a las necesidades de sus mujeres, tanto las responsables como las usuarias.
El objetivo fundamental de Tejiendo Sororidades es el acompañamiento de mujeres víctimas de la violencia pertenecientes al estrato 1. Son descendientes de indígenas, mestizas y blancas. La comunidad afro se asienta fundamentalmente en San Marino, no aquí. Sus vías de actuación habituales son: acudir a los hogares de las mujeres que no se pueden desplazar, para informarlas y prepararlas, y organizar talleres en las sedes, para capacitarlas profesionalmente, con el fin de empoderarlas y conseguir que entren en el precario mercado laboral colombiano. Les ha permitido subsistir y ayudar a sus familias, que dependen de ellas en la mayoría de los casos. Hay, también, talleres de ocio, como los cursos de bailes tradicionales populares –no de salsa– que las vuelven a vincular con sus raíces. Y, desde siempre, la chiquillería ha tenido su espacio, desde la lectura y la educación en la igualdad y el respeto.
Sin embargo, se han encontrado con un grave trastorno: la estructura patriarcal del país, a través de los maridos y las autoridades locales, no ve con buenos ojos dicho empoderamiento y las amenazas de muerte anónimas son frecuentes; además de una escandalosa desidia por parte de las fuerzas de seguridad a la hora de protegerlas.
El quehacer es laborioso, a veces agotador, pero tenaz e imperturbable.
—Lo más duro es perder a los peladitos— cuenta Asunción al hablar de niños y niñas. —En cuanto llegan a la adolescencia, entran en el mundo de las drogas; ellas, se embarazan…
Las muchachas se obsesionan por su aspecto físico; piensan que es su pasaporte para conquistar al príncipe azul que las libere del infierno cotidiano. No constatan que, a su alrededor, hay pocos hombres, sean del color que sean. Llegado el momento, los jóvenes las abandonan, como hicieron sus padres con sus madres y con ellas.
Volvemos a Tejiendo Sororidades, donde, tanto las mujeres que trabajan y enseñan como las que acuden a aprender, visten de dignidad la Loma. La Casa Cultural nació al amparo de la teología de la liberación con otro nombre y arrancó con un salón de lectura para la infancia. El objetivo era crear un espacio donde el vecindario, desde una perspectiva comunitaria, acudiese para compartir, formarse, crecer. No obstante, desde la asunción de la perspectiva feminista y ecologista, se decantaron por el acompañamiento a la mujer. Hoy, algunas de las jóvenes que empezaron hace años son las responsables de las sedes.
—Los talleres están en función de las mujeres porque siempre las hemos tenido muy presentes— cuentan, casi al unísono, Asunción y Carmiña.
—Las niñas viven encerradas en casa, cargadas de hijos pronto, sacando adelante, solas, a la familia. Teníamos que abrirles un mundo en el que tuviesen más poder para salir de la miseria… Fíjate que, hasta la ropa que llevaban, se la compraban sus maridos— terminan.
De entre todos los talleres, los más solicitados ahora están relacionados con la tecnología. Quieren hacerles ver a sus hijos que ellas también saben, no sentirse minusvaloradas, aumentar su autoestima.
—Son cuarenta años impartiendo talleres, específicamente femeninos, que las capacitan en las labores de la casa y les permiten ganar unos pesos. Hemos organizado de todo: artesanías, adornos para la casa, modistería, crochet… Eso las equipara a sus maridos, si los tienen, y las abre al mundo, vetado desde casi siempre— reanuda Carmiña el diálogo.
—Cuando empezamos, aquí no había nada. Solo dos escuelas de primaria. Hoy, viene todo el mundo, parecen paracaidistas. No te puedes imaginar la cantidad de ONGs que han aterrizado; y también políticos de todos los pelajes— responde Carmiña ante mi curiosidad por saber si son las únicas en la Loma que trabajan con mujeres.
—Pero despegan a la misma velocidad a la que se posan. Algunas ni el año terminan. Aunque las hay que saben de nuestro trabajo e intentan imitarnos— añade Asunción.
Ignoran que estas javerianas han tejido una urdimbre cuyos hilos son los años, y su hilandera, la paciencia.
—Llegan sin conocer las necesidades reales y las costumbres de aquí. Suelen ser profesionales europeos entusiastas, de clase media; no viven en la Loma, sino en barrios residenciales, de estratos 5 y 6; tranquilos, poco amenazadores. Y aquí hay que estar las 24 horas, respirando este aire. Les llega plata para el proyecto anual, pero pronto se ven abrumados ante la gravedad de la situación— apunta Carmiña.
—Invitan a merendar al vecindario y llenan la sede recién abierta. Les prometen el oro y el moro: que si escuelas de formación política, que si esto, que si aquello… Los convidados se ilusionan y se apuntan, y los convocan los sábados de 9 a 5. Al principio, van algunos, por la novedad y porque el gobierno de Uribe los hizo limosneros: “¿Qué me da vuecencia?”, es lo primero que preguntan. Pero ellas no pueden ir… es día de mercado, de limpiar la casa, de atender a los hijos y al marido… Solo pueden al atardecer, pero a esa hora, los responsables de las ONGs ya se han ido a casa y, a los tres meses, ya no va nadie. Deberían vivir aquí… Así, no hay manera de que duren y, cuando desaparecen, porque se les terminó el dinero y no supieron atraer a la gente, la dejan chasqueada y se siente maltratada con tanto “ahora sí, ahora no”— cuenta Asunción.
Esas son las organizaciones serias; en las que se montan con fines poco claros, como el lavado de dinero o el engorde de algunos bolsillos, no hemos entrado. Con “daños colaterales” en algunos casos: prostitución infantil, violaciones y un largo etcétera. Lo sabemos, de vez en cuando, por lo que apuntan brevemente algunos medios de comunicación.
—Fíjate, en 2017, se crearon 186.000 ONGS, solo en Colombia— subraya Carmiña con un cierto desaliento; sorprendente en ella.
Este funcionamiento errático afecta incluso a las escuelas. Algunas llevaban funcionando muchos años con una estructura magnífica, pero, ahora mismo, están vacías. Hubo ONGs que prometieron apoyarlas, pero, como abandonaron pronto, se quedaron sin soporte económico y no se pudieron rehacer. Mis amigas saben que un proyecto corto, aquí, no es proyecto. Se necesita, por lo menos, una generación para sacarlo adelante, sobre todo en educación. Tanta irresponsabilidad ha desembocado en la desaparición de los ciclos superiores en la Loma, lo que ha obligado a los que quieren estudiar a salir del barrio y arriesgarse por caminos en los que robos, intimidaciones, drogadicción y violaciones están a la orden del día.
Otro problemas grave es que las ayudas que llegan de organizaciones europeas se deciden si tener idea exacta de lo que aquí ocurre. Es algo en lo que insiste Carmiña Navia cuando envía sus informes, pero no parecen entender, ya que las ONGs de nueva creación acatan dichas directrices, pero es porque no conocen el territorio como ellas: viven aquí casi 50 años y Carmina es, además, de Cali.
En cuanto al tema de la paz, Europa exige que una parte sustancial del dinero que envía se destine a la lucha por ella. No les vale decir que la paz es fruto de un trabajo por la educación, la promoción de la mujer, la igualdad de género…
—Si trabajas por la paz, tienes toda la plata del mundo, sin condiciones; pero de poco sirve si a los tres meses no se oye ni el silencio. No sé qué concepto tenéis en Europa de lo que es construir la paz. Creo que el problema es el gran desconocimiento de los financiadores europeos de cómo son aquí las cosas y de cómo quieren que sean— agrega Carmiña.
Para trabajar aquí, el estado les exige que Tejiendo Sororidades se adscriba como una ONG. Pero, aunque nacieron mucho antes como proyecto popular, hoy, son consideradas exactamente igual que las 186.000 que nadie sabe cuánto durarán y con qué objetivos se han creado.
—Antes de abrir tanto la mano, debería hacerse una investigación en profundidad. En Colombia, hay ONGs que son auténticas tapaderas de políticos corruptos y ladrones, o “muletas” de quienes las crean para vivir de ellas y hacer currículum profesional, pero no tienen ningún interés por la comunidad— se agrega ahora Asunción.
En esas condiciones, es difícil diferenciar entre organizaciones como la suya y los auténticos depredadores; y las normas elaboradas por el gobierno y que son de obligado cumplimiento para todas, perjudican a las serias.
Es lo que ocurre en el apartado del ahorro. Tejiendo Sororidades está acostumbrada a ahorrar por si falla el presupuesto. Sin embargo, de acuerdo con la legislación colombiana actual, tienen que apurar todos los pesos que les dan en el año, o devolverlos, o pagar un 22% de lo que no gastaron. No vale que justifiquen que lo gastarán al año siguiente.
—Y si la DIAN1 considera que actuamos más como empresa que como ONG, a pesar de nuestra labor transparente y sin beneficios, nos retiene el 32%— expone Carmiña.
—Y eso no quiere decir que no lleguen ONGs con muy buena voluntad, pero no tienen muy claro qué hacer y cómo. Las más optimistas creen que, en seis años, habrán llevado a cabo el proyecto, pero eso es imposible en Colombia, uno de los países del mundo con una mayor desigualdad, y, mientras esa desigualdad exista, nadie, ninguna ONG, podrá solucionar nada— concluye.
Organizaciones como Casa de Cultura Tejiendo Sororidades funcionan gracias a la solidad europea y norteamericana que, ahora mismo, a causa de tanta corrupción, solo ayuda cuando se presentan proyectos muy bien detallados y a corto plazo. Eso es un obstáculo serio para nuestras protagonistas, que tienen que “fragmentar” un proyecto de carácter generacional en “microproyectos” anuales para recibir un dinero que, en gran parte, se va en pagar los muchos impuestos y muy elevados por las dos sedes de la Loma. Las consecuencias más negativas recaen en la ayuda que podrían generar en esos barrios si las leyes fuesen más razonables y razonadas.
A la traba anterior, se añade otra que puede bordear una mayor deshonestidad. Para evitar las corruptelas, el gobierno colombiano propuso a los donantes que el dinero exterior se le entregara directamente, a través de departamentos, ciudades o, directamente, al gobierno central, porque conocen mejor la realidad del país –dicen– y saben dónde y cómo darlo. Pretenden obviar la historia política de Colombia, el cáncer que suponen clientelismo y amiguismo. Incluso un uso honesto de los fondos, ante una estructura política como la colombiana, puede implicar una pérdida importante de dinero en perjuicio de los posibles beneficiarios. Por no extenderse en los pactos intergubernamentales en que, si alguien quiere conseguir algo, tiene que acatar lo que el gobierno colombiano decida. O en los “favores” concedidos y pagados a posteriori.
—Aunque algunos políticos nos han pedido prestados los locales para dar sus mítines durante los periodos electorales, nunca los hemos cedido. Lo hacen porque somos respetadas y saben que atraerán a muchos vecinos si convocan en nuestras sedes. Eso nos ha traído muchos problemas si han ganado las elecciones, porque nos hacen la vida imposible. Aun recuerdo a un político, hace 39 años, que nos prometió arena, cemento y piedra para la construcción de los nuevos locales si le dejábamos el humilde salón en el que entonces trabajábamos. Dijimos que no— cuenta Asunción.
Como los organismos europeos que las ayudan no conocen en profundidad el problema, les piden –sobre todo los suizos– que negocien con el gobierno, pero no están dispuestas a hacerlo, porque implicaría acordar ideas e ideologías. Tejiendo Sororidades ofrece una vía social de igualdad –incluida la de géneros–, no exclusión social y respeto al medio ambiente, pero un gobierno como el colombiano no está dispuesto a pactar porque no tolera esa perspectiva.
No se puede obviar que su relación con el poder ha sido siempre compleja y sus dificultades, permanentes, por su posición crítica dentro de la teología de la liberación y del feminismo ecologista; denunciante y profética, por una parte; distanciada de cualquier corriente política, por otra.
—Continuaremos en la resistencia, la denuncia y la distancia y, si tenemos que vivir de la limosna del estado, Tejiendo Sororidades se cierra— termina Carmiña contundente.
1Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia.
Fotografía suministrada por Pepa Ubeda. Es la Sala de Lectura de Tejiendo Sororidades en Cali.
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