Lo político está sujeto por naturaleza a aprobación y desaprobación, aceptación y repulsa, alabanza y crítica. Lleva en su esencia el no ser un objeto neutro.
Leo Strauss
A la técnica (techne) del mundo antiguo griego corresponde el arte (ars) de romanos, medievales y modernos, y con ella se alude, antes que al hacer, a un determinado tipo de saber. Desde la antigüedad, la filosofía ha enumerado distintos niveles de conocimiento. Desde Platón se distingue entre doxa, techne y episteme (opinión, técnica y ciencia). La opinión, ligada a la certeza sensible, derivada de las impresiones inmediatas del mundo material, constituye la forma más pobre y más elemental del saber humano, pues se identifica con la percepción y la apariencia, dos cosas falibles en extremo. Con techne se alude a la fabricación o la actividad que desemboca en un hacer productivo a partir de la aplicación de ciertas reglas o herramientas; es la acción eficaz y en la que está implicada alguna destreza o alguna habilidad que se consuma en su realización material. La técnica está más referida al cómo que al porqué. Por último, la episteme se refiere al saber científico, y procede de un ejercicio racional sometido a crítica y a revisión. En la episteme no solo está implicada la capacidad de hacer las cosas, sino también la comprensión de lo que se hace y para qué. Aquí la actividad está ligada a la reflexión, la inteligencia, la razón, al nous, a la filosofía.
En un sentido un tanto diferente, Aristóteles establece en la Metafísica diferentes grados de saber y diferentes niveles de la ciencia (entre los cuales está incluido el arte), los distingue de la experiencia, aunque reconoce que por esta es que pueden progresar aquellos. “El arte comienza cuando, de un gran número de nociones suministradas por la experiencia, se forma una sola concepción general que se aplica a todos los casos semejantes” (Aristóteles, 2014). Por eso el arte es más ciencia que la experiencia, pues la experiencia es un conocimiento de cosas particulares, mientras que el arte y la ciencia, de cosas universales. Esta es la razón por la que, según Aristóteles, la inteligencia y el conocimiento están más cercanas al arte que a la experiencia, pero mucho más a la ciencia de las causas y los principios, que es la verdadera sabiduría.
“Los expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquéllos [los conocedores del arte], en cambio, conocen el porqué y la causa. Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que entienden más y son más sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo que se está haciendo (Aristóteles, 2014)
El arte parte entonces de principios generales que son resultado de una síntesis de casos particulares, pero es más ciencia el conocimiento de las causas y los primeros principios: “El bien y el fin por el que se hace algo es una de sus causas”. Así pues, los hombres de ciencia evalúan sus acciones a la luz de este fin, comprenden sus alcances y sus consecuencias. El saber que se basa solo en la experiencia no da cuenta del porqué de nada: “frente al fuego no explica por qué es caliente; solo dice que calienta”.
En la Ética a Nicómaco, Aristóteles afirma que los bienes a que aspira “la ciencia fundamental” son superiores a los objetivos de todas las demás artes subordinadas, y es que precisamente el bien principal se deriva de “la ciencia soberana y más fundamental de todas: la ciencia política” (Aristóteles, 2020). De este modo, la ciencia militar, la administrativa, etc. están supeditadas a la política, que tiene por finalidad el bien y lo justo.
Por eso la política no trata simplemente de un conocimiento intelectual, y tampoco se reduce a una técnica específica, sino que ella misma es ante todo una praxis cuyos actos son trascendidos por sus resultados. En política, el acto no es el objetivo último del obrar, pues se aspira a un resultado que surja de los actos mismos. Para esto es preciso que la acción sea dirigida por principios orientados a buscar resultados específicos.
En una palabra, el fin de la política no es el conocimiento, sino la acción (praxis). Por eso la techne se distancia esencialmente de la praxis, la cual se refiere a la acción propiamente dicha, esto es, al proceso por el cual una teoría se realiza, o una idea se practica o se lleva a cabo. La acción propia de la política está orientada hacia el bien que aspira o hacia el mal que debe evitar. “Toda acción política está encaminada a la conservación o al cambio”, afirma Leo Strauss, (2021). Por eso la política no es una simple técnica basada en la aplicación mecánica de ciertos medios, más bien ella se sirve de la técnica como un instrumento suyo para alcanzar sus propios fines. La idiosincrasia y el ser moral de un pueblo, sus progresos en las ciencias y las artes, la pretensión de cambiar los hábitos sociales y las costumbres políticas, etc., son aspectos decisivos que atañen directamente a la política e invitan a reflexionar sobre lo justo, lo injusto, los derechos, los deberes, los fines y la mejor manera de gobernar. Una idea sobre lo mejor y lo peor implica no solo un pensamiento sobre lo debido y sobre el bien, sino sobre los medios para conseguirlos.
Toda ciencia del gobierno se funda en una concepción de lo político, y contiene como tal valoraciones, perspectivas e interpretaciones. La acción política, y la burocracia es una forma suya de expresión, está motivada por premisas que la mueven y no puede nunca sustraerse a esta condición. A pesar de esto, persisten todavía los que consideran que la técnica es un proceder abstracto y objetivo, y la ciencia, un hacer desinteresado y puramente intelectual.
“La filosofía política, en cambio, presupone que los juicios de valor pueden ser racionalmente validados. De acuerdo con una visión menos extendida pero más sofisticada, la separación predominante entre hechos y valores no es sostenible: las categorías de la comprensión teórica implican, de alguna manera, principios de evaluación. Pero esos principios de evaluación, junto con las categorías de la comprensión, son históricamente variables; cambian de una época a otra” (Strauss, 2021)
La política es, pues, un asunto de poder, y trata sobre diversas concepciones colectivas sobre el buen vivir, la felicidad y el bien común. El agente tecnocrático, purificado en el baño maría de la burocracia neoliberal, cree actuar bajo el amparo de normas objetivas desprovistas de visión social e intereses económicos. Apoyados en una razón instrumental, extraen cada decisión de un cálculo “neutral” de cifras, de la recolección y acumulación de datos y estadísticas. Se supone que un tecnócrata tiene el conocimiento adecuado para poner en marcha la ejecución de los más diversos programas de cualquier tipo de gobierno. Eso sí, cuando el técnico se ve forzado a satisfacer con sus funciones las demandas sociales de un programa de gobierno de izquierda o izquierda liberal inmediatamente se convierte en “activista”.
Los discursos científicos que, invocando una pureza intelectual, siguen convencidos de la aplicación de un método basado en principios de naturaleza impersonal, comparten el mismo prejuicio de aquellos que por años han sido partícipes de las instituciones de gobierno y de las diversas entidades del Estado, y por lo cual hoy, al verse fuera de esas instancias decisorias de poder, reclaman como una necesidad administrativa imprescindible la presencia de burócratas especialistas que por años han cooptado los altos cargos del Estado. Estos empleados del Estado que han vivido siempre de los puestos públicos, que han sobrevivido a todos los gobiernos (de derecha, por supuesto) quieren reivindicar su papel de expertos y pasar inadvertidos ante el actual gobierno bajo un ropaje de neutralidad ideológica que les permite presentarse como técnicos.
Los burócratas conocen a profundidad los resquicios del Estado, controlan la información y sus mecanismos de funcionamiento, de modo que los políticos electos deben ajustarse a sus deseos. Pero si los políticos que son elegidos por sus planes de gobierno y sus posturas ideológicas deben acogerse a las decisiones inducidas por los técnicos, la democracia pierde su componente popular y se convierte en la gerencia de una élite administradora de los asuntos del Estado (tecnocracia). Pero en verdad, el gobierno tecnocrático no implica en absoluto “el silencio de las pasiones”, ni la ausencia de una filiación política. Solamente queda enmascarado por el manto del especialista público. Este tipo de disfraz es usado con predilección por el “centro” y la derecha.
Sabido es que nuestra vida social, política y científica está gobernada por mecanismos propios de la racionalidad moderna. Dicha racionalidad, clasificada en cuatro tipos ideales por Max Weber, puede ser definida en términos generales como un modo de pensar y actuar calculadamente, siguiendo un proceso estricto de carácter lógico y ordenado para establecer organizaciones eficientes y producir decisiones informadas.
Una burocracia inmemorial que ha echado raíces en las bases del Estado colombiano ha conducido a una especie de naturalización de prácticas administrativas antediluvianas de muchos gobiernos de la misma línea de derecha, y ha creado condiciones para la consolidación de lo que hoy se denomina tecnocracia, a saber, la creencia de que lo político es poco o nada relevante, y que lo único que importa son los altos niveles de experticia para tomar ciertas decisiones. El político se constituye así en una figura antigua y obsoleta que debe quedar bajo el mandato de los técnicos, único grupo iluminado cuyo privilegio es dirigir los asuntos del Estado. Pero detrás de cada decisión técnica hay siempre una directriz política específica, pues la técnica es, como afirmó el presidente Petro, una herramienta de la política. Por eso, la pregunta esencial relativa al presupuesto no es tanto qué método empleó determinado técnico en el ejercicio de su ejecución, sino cuál ha sido tradicionalmente la política de inversión de los recursos públicos en este país. Pues las decisiones “estrictamente” técnicas presuponen siempre algún marco normativo y tienen impactos sociales y distributivos sobre segmentos enteros de la población.
Detrás de cada “técnico” que hace alarde de su especialidad neutral se esconde un neoliberal que se niega a reconocerse como tal. Jorge Iván González es una buena muestra de ello. Sorprende, eso sí, que un hombre ya mayor con visos de filosofía crea a estas alturas en cándidas nociones metafísicas: en un “sujeto puro del conocimiento” ajeno a la influencia de la emoción y los afectos; en una eficacia desprovista de finalidades e intereses; en una razón pura y un conocimiento en sí. “Eliminar en absoluto la voluntad, dejar en suspenso la totalidad de los afectos, suponiendo que pudiéramos hacerlo: ¿cómo?, ¿es que no significaría eso castrar el intelecto?” (Nietzsche, 1994, p. 139).
En este punto, como en muchos otros, debo exponer de nuevo a Jorge Iván mi rotundo desacuerdo. Hombre, Iván, cuando aceptaste hacer parte del actual gobierno no pudiste conservar tu calidad de “economista puro”, y obtuviste, en cambio, la cualidad de funcionario y hombre público que pone su saber al servicio de un programa de gobierno construido sobre determinados principios ideológicos. No quisiste destronar los feudos tecnocráticos enquistados en el Departamento Nacional de Planeación. Entiendo la perspectiva de tu idealismo ingenuo (criticada ya por mí en un artículo anterior), pero la pretensión de amordazar el juicio (epojé) para posar de técnico mientras hacías parte de un gobierno progresista es contradictorio si miramos que justo cuando saliste de tu cargo afilaste de inmediato la crítica política contra el presidente Petro. No pudiste liberarte del prejuicio de considerarte un hombre de “centro”. Neutral como político y neoliberal como científico. ¡Vaya paradoja!
David Rico
Foto tomada de: El Universal
Maribel says
Que buen escritor este filósofo y que buen filósofo este escritor.
Mi admiración y respeto.