El movimiento social más exitoso de la historia es el de las reivindicaciones femeninas, que recorre y transforma el planeta, gracias a este existen días internacionales, y discursos en reconocimiento de los derechos durante milenios conculcados a las féminas. En Colombia hay algunas secretarías de las mujeres, ley de cuotas, propaganda por la equidad de género… sin embargo, la seguridad de las mujeres es inversamente proporcional a los decires.
Cada 25 de noviembre se consagra como Día Internacional por la eliminación de la violencia contra la Mujer, en memoria de las hermanas Mirabal: Patria, Minerva, y María Teresa, (contaban entre 25 y 36 años, y tenían cinco hijos en total), llamadas también “Las Mariposas”, quienes fueron defensoras de derechos humanos en República Dominicana, activistas contra la dictadura de Leónidas Trujillo, El Chivo, y terminaron asesinadas por agentes del régimen, el 25 de noviembre de 1960, cuando regresaban de visitar a sus esposos que eran presos políticos.
Por ello, en esa fecha de noviembre, así como en el ocho de marzo, se revelan datos de la violencia contra las mujeres. Los de este año son terroríficos, tanto por su dimensión, como por su incremento. En 2021 hubo 210 feminicidios en Colombia, la mayoría en menores de 30 años, la cifra más alta en dos décadas, con un incremento del 12,3 % con respecto al año anterior. También abundan datos estrepitosos sobre violencia sexual, embarazo adolescente, acoso sexual, que necesariamente hay que dejar de tomarlos como paisaje. Dado que el asesinato es la máxima forma de violencia contra las mujeres, esta reflexión se centrará en ello.
Las cifras de los llamados feminicidios son aberrantes, pero como por feminicidio se entiende el asesinato motivado en la violencia machista, resulta restringido el dato. Se considera que hay feminicidio cuando existe un hombre al cual acusar por el delito, lo cual deviene fundamental para ciertos feminismos, dejando de lado guarismos globales que deberían ser escuchados como anuncio de una catástrofe, y producen esquizofrenia en las estadísticas.
Así, mientras algunas organizaciones feministas denuncian por todos los altavoces los 210 feminicidios, el Instituto Nacional de Medicina Legal revela que 3.290 mujeres fueron asesinadas en el mismo lapso, y de ellas 354 por violencia de género. Suponiendo que coincidieran en el dato de la violencia de género, no es insignificante la cifra global de asesinatos, y si se les llama homicidios no por ello son menos graves.
La militancia en el eufemismo, tan tropical y fácil, tiene efectos prácticos. El primero es el aislamiento social, una fórmula para crear guetos, para sumar segregación a la segregación, pero el más grave es la ineficacia en la defensa de la causa. A tal punto, que los sectores por los que dicen abogar no se ven representados. Las victorias de papel, las del decir políticamente correcto, se disocian de la realidad tanto como la distancia estadística de los dos informes.
Si bien los feminismos han de ocuparse del ámbito total de los derechos de las mujeres, la violencia contra las mujeres no es un asunto exclusivo de feministas, sino de toda la sociedad. Es asunto de toda la especie. Igual, la respuesta frente a los crímenes contra las mujeres se ha dejado en manos de organizaciones feministas, y de forma ritualizada: Dos grandes marchas, una el ocho de marzo, y otra el 25 de noviembre. Sería mejor dejar de hacer esas concentraciones, y hacer una diaria hasta que se respete la vida de las mujeres.
Es paradójico que la zona andina, donde más educación hay en el país, sea donde más se mata mujeres: Valle del Cauca, Antioquia, y el Distrito Capital, Bogotá, ocupan el podio de semejante deshonor, cuando deberían ser los lugares donde más se honren los derechos femeninos. La educación falla.
Resulta doloroso que en la ciudad donde el poeta José Manuel Arango veía en las muchachas una “dimensión de lo sagrado”, en Medellín, se cometa tal cantidad de vejámenes contra ellas. Los datos de feminicidios presentan a Antioquia en el segundo lugar, después del Valle, pero en homicidios de mujeres Antioquia tiene el primer lugar (489 casos), luego Valle (362), y Bogotá (323). Falta nombrar un fenómeno muy antioqueño: Tantas mujeres que día a día son reportadas como desaparecidas, y sobre este hecho hay semejante manto de silencio que debe pensarse en complicidades de largo alcance.
En Antioquia es notorio el fallo en la educación sentimental: De la frase “madre no hay sino una, y padre es cualquier hijueputa”, que se glosa en cantinas y esquinas del departamento, se pasa automáticamente a ¡“todas son putas… menos mi mamá!”, lo cual se ancla en la cultura de occidente que por milenios consideró a la mujer como signo de lo diabólico, a la vez como pertenencia, y ser de escaso valor. La educación antioqueña, como la valluna y la bogotana, tiene un saldo pendiente con las mujeres, que no puede ser una deuda consentida, porque, en tanto no la asuma la sociedad, seguirá la matanza de mujeres.
Hoy es claro que de la persistencia de la diversidad del Amazonas, o de las selvas de Indochina, depende la supervivencia de la especie humana, pero no resulta tan claro que de la suerte que tengan las mujeres en nuestro entorno depende nuestra vida. La humanidad es una especie frágil, y su futuro cada vez más incierto, superar las amenazas de extinción no depende sólo de medidas ambientales, o de estilos de vida sustentables, antes de todo es necesario que cada humano tenga la posibilidad de ser, un lugar seguro en la sociedad.
La tendencia universal es el ingreso masivo de las mujeres al campo profesional, superando así la dicotomía de santas o putas. Sin tal dilema, se puede esperar que las crisis de grandes instituciones, como la iglesia católica, las fuerzas armadas, pueden tener solución por la vía de incorporar a las mujeres. En los muchos males que afectan a nuestra sociedad encontraríamos remedio en el aporte femenino, para ello es urgente que la sociedad nuestra reciba una dosis adicional de educación, y así concebir a las mujeres vinculadas a las soluciones, en lugar de matarlas.
José Darío Castrillón Orozco
Foto tomada de: BBC
Un interesante artículo que llama a tomar conciencia sobre la real discriminación que sufren las mujeres en la sociedad actual. Es lamentable que en Colombia se tengan cifras tan escandalosas que muestran que estos niveles de civilización y tecnologías en el mundo, son un fracaso. La afectación, así sea a una sola, lo es.
Es urgente aplicar la constitución política colombiana de 1991 en una educación laica y no la educación judea cristiana con sus múltiples mitos patriarcales, machistas entre ellos el mito adámico y el de la virginidad de la mujer reforzándolo cada año a través del ritual del pesebre para recordar el nacimiento milagroso de Jesús de la Virgen María., principal causa para la violencia sobre los cuerpos de las mujeres.