El santo, el militante y el artista. Carlos Jiménez Moreno. Editorial Ekobios. Bogotá, junio de 2021.
Este libro que se presentó en la feria del libro de Cali incluye cuatro ensayos de la autoría de Carlos Jiménez, un intelectual de izquierda colombiano, quien hizo parte del proyecto político Unión Revolucionaria Socialista, URS.[1] De modo especial se destacó primero como director de su revista El Manifiesto; un quincenario muy apreciado por su actividad editorial formativa y crítica; contó más de cincuenta números publicados en los aciagos tiempos trascurridos entre el mandato caro y el estatuto de seguridad.
Cuando la revista dejó de existir, habiendo llegado en su mejor momento a un tiraje de 6.000 ejemplares, por insalvables dificultades financieras; y la URS culminó su periplo político sin haber cumplido con la promesa de un nuevo partido, así como fracasado intento de ganar elecciones, Carlos, un arquitecto por formación, marchó a España en 1980, donde orientó su interés principal a la crítica y al comisariado artístico,[2] y la ensayística política en dos frentes principales: la cuestión nacional colombiana y el internacional. Todo lo cual realiza en paralelo desde una villa cercana a Madrid. Es una actividad que practica con rigor y disfrute hace por lo menos quince años.
En materia de libros, el último de sus frutos “prohibidos” es el que es objeto de esta reseña: El santo, el militante y el artista. El editor es Hernán Suárez, un destacado dirigente del magisterio, y con quien compartieron historia política en los tiempos de la militancia en la Unión Revolucionaria Socialista. Hernán lleva dos décadas dedicado a la publicación y edición de libros y revistas. Ahora a través, principalmente, del sello Ekobios que respalda esta publicación, hecha en un formato sencillo, en papel Propal de 90 gramos, y con 148 páginas. Impresa por la editorial Gente Nueva de Bogotá.
Al punto y en contexto
En la introducción del libro, el autor califica a sus cuatro ensayos de “teológicos”, pero con una precisión necesaria, porque en suma “se ocupan de los fieles o creyentes en Dios, en el espíritu o inclusive en los dioses.” En términos de jerarquía, él se reconoce como “obispo” en lugar de tener pretensiones de teólogo o místico. Nos explica por qué. Al hacerlo, Carlos se ubica en la senda de Pablo de Tarso en el camino a Damasco, para atender en materia religiosa a “las implicaciones y las consecuencias políticas de lo que queda escrito y se publica.”
Al avanzar un poco en la presentación, Carlos descubre sus trazos gramscianos sin decirlo, cuando habla de la creencia. De ella tratamos con respecto a Colombia en una reciente conversación que tuvimos en Madrid en la bella cafetería bar del Círculo de los Artistas. Hablamos de cómo empezó en Cali, con el mecenazgo de Ricardo Sánchez, la oportunidad de leer textos de Gramsci y sobre él, a través de las suscripciones que aquel tenía de Il Manifesto dirigido por Rossana Rossanda, 1924-2020, y Crítica Marxista la revista teórica del PCI.
Los dos iban religiosamente al correo para retirar de modo periódico los envíos. Luego seguía la operación de estudiar y deliberar en un círculo independiente de 5 amigos y contertulios marxistas, un poco o mucho al corriente de lo que pasaba con el marxismo de aquel entonces.
De vuelta con el asunto de la creencia, “es siempre una relación y no puede entenderse cabalmente ignorando u omitiendo el término divino o sacro que la hace posible” (Jiménez, 9). Ahora bien, la creencia en sus múltiples facetas, como los ensayos corresponden a tiempos diferentes en sociedades muy distintas que constituyen una suerte de caleidoscopio, está entrelazada por la voluntad y sensibilidad del crítico que analiza en simultánea a las personalidades que interpreta.
En el primer ensayo El comunista se convierte en artista, el escogido es Darío Corbeira, un artista español que engarza con su obra a dos figuras históricas Teresa de Ávila y José Stalin, quienes son tratadas en las instalaciones que conectan cristianismo y comunismo conforme con la peculiar sensibilidad de Corbeira. (Jiménez, 13)
El segundo ensayo es Joseph Beuys, el profeta errante cuya producción está centrada en la Alemania de la segunda posguerra mundial. Este artista vivió hasta 1986 con “un intenso activismo político en una coyuntura en la que tanto el arte como la política experimentaron desafíos y transformaciones extraordinarias.” (Jiménez, 77)
Para el tercer escrito, el autor incursiona en la obra de un afrocaribeño, José Bedia, una lectura teológica. Aquí se cruza y produce una obra estética la revolución cubana con la regla Palo Monte Mayombé, una religión afrocubana que permanece con su feligresía hasta nuestros días.
En Bedia obra una metamorfosis, “una operación más radical: convierte al hombre en un pájaro o en un ciervo o lo acopla con figuras sobrehumanas o extrahumanas como en los casos del hombre montaña, el hombre tren o el hombre automóvil, figurados una y otra vez en los cuadros y en las poderosas instalaciones de Bedia.” (Jiménez, 94)
El último ensayo, por otra parte, viaja de modo figurado a la costa este de los Estados Unidos, para atender con atento cuidado a La conversión de Malcom X. Jiménez Moreno pregunta qué hace posible a un sujeto, un delincuente encarcelado se convierta al Islam y alcance notables dimensiones tanto religiosas como políticas. El marco son las multitudinarias luchas por los derechos civiles que enfrenta la segregación, la desigualdad y la guerra del Vietnam como causas principales.
Al respecto, Jiménez afirma, para no perder el hilo religioso, que “no resulte arbitrario inscribir la Autobiografía de Malcom X (1974), en la tradición cristiana de relatos de conversiones, encabezada por los de Pablo de Tarso y las Confesiones de San Agustín de Hipona, que han compartido el propósito común de contar a creyentes y prosélitos cómo fue la dramática crisis personal que se saldó con su conversión al cristianismo.” (Jiménez, 128)
En los cuatro escritos, Jiménez propone indagar con cierta profundidad y erudición sobre el cristianismo y las creencias de nuestros días, así se vaya con Teresa de Ávila hasta el tiempo de la Contrarreforma en España. Bien sea porque los personajes de su saga resisten al cristianismo; o que el creyente, como en el caso de Bedia, asumen las posturas del artista moderno. A través del militante político, Malcom X, con sus aires de profeta, el santo o el místico. En suma, Jiménez Moreno ausculta las vocaciones y profesiones humanas, todas ellas demasiado humanas para estar por fuera del sentido común que descubren, interpretan o transforman con el acto de sus obras.
Ahora bien, en materia filosófica, Carlos atisba y hurga en los “agujeros negros” de la problemática de la inmanencia metafísica y materialista, cuando considera a través de sus casos, que “lo divino es, como el dios del monoteísmo, una alteridad irreductible, o, por el contrario, lo divino es una posibilidad implícita en la condición humana que determinadas ceremonias, liturgias y rituales consiguen realizar” (Jiménez, 11).
En términos que parecen superar los límites corrientes de lo humano. Pero, en todo caso, Carlos no parece tener una fe religiosa reconocible, sino un manifiesto interés por el lugar que la creencia y la religión tienen en el quehacer pasado y presente de la política en Colombia y en el mundo.
Así lo corrobora cuando le pregunté por sus estudios iniciales en la escuela elemental y el bachillerato en Cali. Recordaba que su mente y espíritu se abrieron al mundo en el Gimnasio de Occidente, una escuela laica, abierta al libre pensamiento. Pensada por el matrimonio fundador para los sectores medios pobres hizo historia en Cali, y creada con el entusiasmo emancipatorio de sus rebeldes propietarios.
Subalternos: teología de la liberación, doble conversión y santería
El doble sincretismo hace que las fronteras entre las actuales religiones afroamericanas sean porosas y que en la mayoría de ellas sea posible encontrar numerosos rasgos comunes…En todas, además, la música cumple un papel fundamental.” Carlos Jiménez. Coda, en El santo, el militante y el artista, 125.
Yo me quedé sentado en mi celda, con la mirada fija en el vacío. En el comedor casi no comía, sólo tomaba agua. Por poco me muero de hambre. Estaba pasando por el momento más difícil y más grandioso de todo ser humano: aceptar lo que uno lleva dentro de sí y a todo lo que está a su alrededor.” Malcom X, 1974, 189,190.
Por supuesto, el autor del libro no toca de manera directa, con la excepción del artista cubano, José Bedia, el punto de la religiosidad y la creencia latinoamericana. Para el continente americano sí lo hace con el ensayo que cierra el caso de Malcom X, a propósito de su doble conversión. Pero, en uno y otro caso, está lejano o ausente el asunto de la teología de la liberación, su verdadera significación y alcance para la vida y obra de cada uno de los dos.
Carlos dialoga con la obra de Bedia a partir de la revolución cubana, porque introduce, dice: “una relación inédita con África que se manifiesta en una implicación sin precedente en los asuntos políticos de ese continente que alcanza un clímax con el envío de tropas cubanas a Angola en 1985…José Bedia es uno de los cubanos de los jóvenes de generación movilizados para librar esa guerra en un país que no resulta tan remoto para quién es un adepto de las religiones afrocubanas que, en la diáspora americana, han mantenido vivo, tanto en los mitos y leyendas como en los ritos y las ceremonias el recuerdo de las tierras de sus antepasados.”[3]
Ya de modo más específico, el crítico sostiene que “El desplazamiento de lo esotérico a lo exotérico, que supone la obra de Bedia con respecto a la tradición religiosa afroamericana en la que voluntariamente se ha inscrito, se comprende mejor cuando se la contrasta con la utilización del dibujo con el que hacen del mismo en el vudú y en los culto ñáñigos, dos variantes de dicha tradición. La primera haitiana y la segunda cubana.”[4]
Al ahondar en la presencia de la población africana esclavizada y traída a América y las Antillas, ésta provenía de dos grandes troncos lingüísticos y culturales: el Yoruba y el Bantú. El primero proveniente de la cuenca del río Níger y el Golfo de Guinea y el otro de la cuenca del río Congo. En Cuba, sin embargo, se produjo un proceso de sincretismo entre los santeros del tronco yoruba, y los ñáñigos del Bantú durante el periodo de la esclavitud.
Jiménez considera a la obra de Bedia heterodoxa o excéntrica por el lugar donde la despliega, porque el reconocimiento internacional lo obtuvo como artista en la muestra Les magiciens de la terre, en París, 1989. Esta exposición quebró la hegemonía neoyorquina, con su curador, Jean Hubert Martin, quien sustituye el concepto de arte moderno y arte por los conceptos de magia y magos en los que el arte se disuelve, y produce efectos que “la misma modernidad los califica de milagrosos o sobrenaturales”. Jiménez destaca que este argumento “le sirvió a Martin para justificar la reunión en un plano de igualdad –al menos teórico- a los artistas contemporáneos euroamericanos con los del Tercer Mundo.”[5]
De otra parte, para Jiménez, “Bedia no se empantana ni se auto complace sin embargo en la denuncia y menos en la queja. Él es…un artista afirmativo, performativo y, en definitiva, guerrero.”[6] Y lo prueba en lo estético con el bandolero dominicano Papá Liborio de principios del siglo XX, a quien se atribuyeron milagros, curas y predicciones. Todo lo cual recuerda, a propósito de los grupos subalternos, y su historia en Italia, a Lazzaretti, quien es parte de las notas metodológicas que acopia Gramsci en los Cuadernos de la cárcel.
Nuestro crítico formula una hipótesis general armada sobre la obra de José Bedia, que “puede contribuir significativamente a la irrupción y el despliegue de una comunidad cultural por primera vez continental de los pueblos y naciones subalternas de las Américas, aunque solo cuente con los recursos que ofrece el arte.”[7] Sin duda, a la vez, José es un artista cubano que piensa su trabajo y lo realiza pensando en la escena artística internacional.
Se trata de “reescribir la historia de un continente como el americano que, de un extremo al otro, sigue excluyendo o menospreciando tanto a los pueblos originarios como a los fecundos e imprescindibles aportes afroamericanos.”
Abre antes la posibilidad, por estos días de cumbres mundiales en Roma y Glasgow con centro en la ecología, donde aparecen protagónicos jóvenes de todas las etnias como Greta y Francisco, que se junten el ecologismo radical y el pensamiento teológico-político de los nuevos movimientos indoamericanos, para los que la Madre Tierra es sagrada.
Mientras que, por otra parte, la creencia se extiende, se diversifica con el reconocimiento y la práctica de la Santería o Regla de Ocha, cuya divinidad es Olorún u Ogún, y cuyos sacerdotes son los babalaos, que tienen creyentes en Venezuela, México y los Estados Unidos. Se reúnen en su templo Famba, donde los miembros practicantes son los obonkués o ñáñigos bajo la protección de un Orisha.
Cerremos ahora el recorrido por este libro ensayístico con la doble conversión del militante Malcom X. La primera ocurrió en la cárcel de Norfolk, cuando él pagaba una condena de 10 años. Era el líder de una banda de ladrones de casas en Boston. Antes de su transformación Malcom se sentía “un lobo criminal y una zorra buscavidas.”
La conversión no fue al chiismo y tampoco al sunismo dominantes en el resto del mundo. Él se unió, en cambio, a la Nación del Islam en Estados Unidos, una que representa “una ruptura con el cristianismo en todas sus variantes…de la mayoría de las iglesias del cristianismo reformado que no aceptaban a los negros entre sus miembros.”[8]
La excepción fueron los Bautistas, por Juan el Bautista, quienes se extendieron por el sur de los Estados Unidos antes y después del fin de la esclavitud decretada por Abraham Lincoln en 1865. Con éstos, la Nación del Islam rompió, y Malcom lo hizo con su padre, un predicador bautista. La narrativa de esta congregación la conoció a través de su hermana Hilda, que lo socializó con el discurso de Elijah Muhammad quien sostenía que el hombre originario era negro, y difundía la leyenda de Yacub, el sabio cabezón que hizo posible la dominación de la raza blanca.[9]
Malcom X estuvo atento al movimiento de los derechos civiles que tenía como antecedente el asesinato que el KKK cometió contra el joven negro James Chaney (el Emmett Till de la película), por haber silbado a una chica blanca en Mississippi; y junto con él murieron otros dos activistas de los derechos civiles Andrew Goodman y Michael Schwerner, desaparecidos en el condado de Neshoba entre los días 21 y 22 de junio de 1964.
Esta fue la gota que llenó el vaso hasta lograr que el presidente J.F. Kennedy presentara en 1963,[10] la que luego fue la Ley por los derechos civiles (1964) y derechos al voto (1965). Es el tema de la película de Alan Parker, Mississippi Burning (1988). Sin embargo, Malcom X criticó el movimiento liderado por Martin Luther King Jr. Al declararse no violento, y por definir como objetivo principal del movimiento de los derechos civiles: “lograr la plena integración de los negros en la sociedad americana”.[11]
Viajó al África en los años 60/70, y peregrinó a La Meca, lugar donde Malcom X experimentó su segunda conversión. El relato de su Autobiografía lo registró:
“Seguí al mutawaf (el guía) con mis sandalias en la mano…y repetimos las palabras de Alá: <No hay más dios que Alá. Él no tiene igual. Suyas son la autoridad y el elogio. Todo bien emana de él y su poder lo abarca todo>.”[12]
Pero es también sabido que Malcom X se separó de la autoridad incontestable de Elijah Muhammad, cuando éste rechazó lo que declaró Malcom con respecto al asesinato del presidente Kennedy, y al enterarse de la liviandad del líder de la Nación que fue acusado de acoso e infidelidad por dos mujeres.
La respuesta inmediata del militante fue la Organización de la Unidad Afroamericana que anunció en su último discurso en la U. de Columbia, 8/02/1965: “…La revolución negra no es una sublevación racial. Estamos interesados en practicar la hermandad con todo aquel realmente interesado en vivir acorde con ella…”[13]
Aquel anuncio fue el sello de muerte. Ocurrió a los pocos días en Harlem, en el Audobon Hall, el 21/02/1965. Malcom fue asesinado por tres sicarios negros, ayudados internamente por Gene Roberts, uno de sus guardaespaldas, negro al servicio del Departamento de Policía de New York.[14]
Colofón Político para un libro valioso y revelador
Hecho el recorrido del Islam al lado del militante, en los convulsos años sesenta en los Estados Unidos, nos topamos con el Tercer Mundo, donde la religión cristiano católica se descentra cuando es leída en clave de la Teología de la Liberación, que rompió con las lecturas convencionales de la creencia, la ideología, y, en suma, de las religiones.
Ahora, sin embargo, a la vista tenemos la marcha incontenible, en apariencia de otro cristianismo, el evangélico, que contribuye con el triunfo electoral de Bolsonaro en el Brasil, y el golpe de estado en Bolivia, que sacó a Evo Morales de la presidencia, a través de la presidenta del congreso, Yanine Áñez; y el modo cómo actuó, en concierto, primero con las victorias de Álvaro Uribe, la derrota del plebiscito por el Acuerdo de Paz, y después sumándose al millón de votos que le permitió ganar la presidencia a Iván Duque.
De ahí que la religión al servicio de la vulgata capitalista y la contracara del movimiento de emancipación y liberación como se ha expresado en dos valiosos antecedentes, la teología de la liberación y el movimiento de la Unidad Afroamericana, conviene sopesarlos para pensar y obrar en el desenlace de la crisis de hegemonía localizada en las trincheras y casamatas de la sociedad civil contemporánea en Colombia.
En presencia estamos de un tiempo de oscuridad en materia de creencias, combinado con ejercicio propios de una dictadura civil que está blandiendo con criminal descaro la guerra mediática. Cuando, a los treinta años de la Constitución de 1991, muchos demasiado optimistas la pensaban como acto inaugural de un tiempo para un laicismo generalizado de una vez por todas.
De ahí que las lúcidas reflexiones del ensayista Carlos Jiménez Moreno casen como anillo al dedo, en medio de la turbulencia presente, y nos alerten sobre la urgencia que el campo de la izquierda, la democracia y el progresismo tomen cartas en el asunto librando la confrontación ideológica en las trincheras y casamatas de la sociedad civil audazmente penetradas por las religiosidades del capital disfrazadas de la solidaridad y la caridad que rinden pingües ganancias a sus liderazgos plurinacionales.
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[1] Unión Revolucionaria Socialista (URS): escisión del Bloque Socialista que surge en 1974, después de la III Reunión Nacional en la que se asumen tesis organizativas cercanas al leninismo. La URS sostiene que el centralismo democrático impide la conformación de un partido de masas y decide acercarse a los Comandos Camilistas para crear una agrupación que permita esta posibilidad.
Comandos Camilistas: corriente de activistas creada a finales de 1969 y que reivindica algunas orientaciones del Frente Unido de Camilo Torres Restrepo, pero que reúne un grupo llamado Testimonio y a diversos grupos que provienen del anarquismo. Su principal escenario es la Universidad Nacional de Bogotá y plantea simpatías con la Revolución Cubana. En un reciente artículo se sostiene que “algunos militantes empezaron a ver las limitaciones del bagaje programático y político del pensamiento camilista y viraron sus ojos ávidos de respuestas teóricas y políticas más convincentes y eficaces hacia la corriente política agrupada en la IV Internacional fundada por León Trotsky.
La segunda sesión de la Tercera Reunión de Emergencia se lleva a cabo en el mes de junio de 1974. En este intervalo se realizan dos reuniones distintas en las que se consolidan dos tendencias que -aunque abogan por la unidad del Bloque Socialista-, se preparan para la ruptura. En la primera reunión en Medellín del 11 al 14 de abril de 1974, se organiza una nueva fracción: URS. En la segunda reunión llevada a cabo en Cali, los días 25 y 26 de mayo de 1974, se encuentra la mayoría de los colectivos y se advierte de la división del Bloque Socialista. En Orígenes del Trotskismo en Colombia: de los colectivos revolucionarios al Bloque Socialista, 1971-1977.Autores: Álvaro Acevedo Tarazona y Franklin Patiño Romero. Historia Caribe vol.14 no.34 Barranquilla Jan./June 2019.
[2] En su quehacer de crítico artístico descubre la obra de los colombianos Oscar Muñoz y Doris Salcedo, y divulga la obra del español Santiago Sierra “Persona” en el Centro Cívico Comunal de Trento, Italia. Entre 2015 y 2017 fue comisario de 7 exposiciones de artistas marroquíes contemporáneos en el centro Saida Art Contemporain de Tetuán Marruecos, que orienta con su compañera, la artista Mareta Espinosa. Es autor del Libro de las Artistas (2019), presentado en la Universidad Central de Madrid.
[3] JIMÉNEZ, Op. Cit., 98,99.
[4] Op. Cit., 102.
[5] Op. Cit., 110.
[6] Ibíd., 117
[7] Ibíd., 118.
[8]Jiménez, op. cit., 134
[9] Op. Cit., 136, 137.
[10] Ley que Kennedy no pudo ver aprobada, porque fue asesinado.
[11] Ibídem, 143.
[12] Ib., 145.
[13] Ib., 147.
[14] Aún no culmina la investigación definitiva.
Miguel Angel Herrera Zgaib, Ph.D. Director del Grupo Presidencialismo y Participación. Universidad Nacional, Bogotá
Foto tomada de: Youtube
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