El Tema De La Juventud
Una disimulada satisfacción se observa en ciertas personas cuando añoran un regreso de las ‘épocas gloriosas’ del pasado. Me refiero, entre otros, al caso de la floreciente época de la zona bananera del Magdalena, a la suntuosa “bella época” de los pianos de cola y de otras tantas fruslerías aristocráticas. Una época rubricada equívocamente como hedonista para todos: disfrutada de manera supuesta tanto por los ricos como por los pobres. Es, entonces, cuando escuchamos el coro de las vejentudes entonar el “todo tiempo pasado fue mucho mejor”. A estos cánticos de sirenas les manifiesto:
¡Oh vejentudes físicas y mentales, alabadores de lo pretérito, debemos resignarnos a entender que todo cambia, cambia lo superficial, también cambia lo profundo, en fin, todo cambia! ¡Todos terminaremos siendo víctimas de las arrugas y los achaques con el correr eterno del tiempo!
Seremos, finalmente, todos invitados a la gran cruzada de la enfermedad y de la muerte, al gran banquete de los depredadores gusanos. Recordad para siempre: la peor manera de percibir el terrible envejecimiento es cuando a toda hora se está hablando del pasado. La más estéril y peligrosa utopía es querer vivir del y para el pasado. Diciéndole la peor de las sandeces a los niños, niñas y jóvenes: “todo tiempo pasado fue mucho mejor”.
El español Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas ha dicho que “es el porvenir quien debe imperar sobre lo pretérito, y de él recibimos la orden para nuestra conducta frente a cuanto fue”. Nada tiene sentido para el hombre si no es en función de su porvenir. Francisco de Quevedo afirmaba que “cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el porvenir sin conocerlo”.
Los seres humanos vivimos en el continuo presente para construirnos el futuro. Si el pasado tiene alguna importancia, es como contra referencia para poder vivir en el presente, sin la pretensión de ser convertido en cotidianidad del presente… en una añoranza esquizofrénica, en un “síndrome de los viejos tiempos”, porque, en este caso, no tendría sentido alguno el seguir viviendo.
Un hombre “normal” para todos los tiempos no existe. Ni existirá jamás. No puede existir, dado que la humanidad, como ocurre en todas las especies, evoluciona sin cesar. Si no lo hiciera, no hubiésemos llegado a ser humanos, o dejaríamos de ser la humanidad que somos. Y, también es cierto, que un hombre “normal” en una época, no lo sería en otra continua.
De otra parte, como lo ha dicho el escritor William Ospina en El Dibujo Secreto de América Latina (2014), “los humanos hemos cambiado más de decorado que de esencia. El rostro de la humanidad es visible por su pasado y su aspiración de futuro que le trazan una búsqueda de una vida con miles de preguntas y miles de respuestas. Todas bajo la pretensión de logro de una mejor dignidad en el vivir”.
Por muy duro que parezca, no ha vivido más el que cuenta con más años, sino el que ha vivido condicionado por uno o varios ideales. Al igual que no es más sabido quien se limitó al “sentido común” en comparación con el uso del “buen sentido”, que le permite la búsqueda incesante de conocimientos, decantados por una lógica racional. Las canas denuncian la vejez, pero no nos dicen cuanta juventud y capacidad las precedieron y mantienen. Los hombres solo pueden definirse en relación con la sociedad que ellos mismos conforman, y por su función social dentro de ella.
Quienes se amarran al pasado y lo defienden con lanzas y escudos (prejuicios), sienten un horror ilimitado por lo desconocido, tornándose en timoratos e indecisos. Y esto es indiferente a si son jóvenes o viejos. Carecen, por lo tanto, de cualquier iniciativa y se les encuentra mirando siempre hacia el pasado como si tuviesen los ojos en la nuca. Es como si quisieran seguir viviendo en unos modelos de sociedad que ya han sido superados por la misma evolución social.
Aunque en épocas pretéritas el hombre logró dar saltos agigantados (como el uso de herramientas, la comunicación por medio del lenguaje, el invento de la rueda, el uso del fuego, la domesticación de animales, etcétera), son momentos a los cuales no podremos retornar. Así creamos que el mejor momento de la vida era cuando no nos arriesgábamos a medrar en la sabana, ante toda clase de depredadores, el hombre no volverá a la vida arbórea para alimentarse de nuevo de frutos o de bayas. No volverá a una naturaleza biológica absoluta, porque dejaría de ser hombre. Basta, por lo tanto, reconocer que el momento más importante de la humanidad fue, precisamente, cuando nos hicimos humanos. Cuando abandonamos el mundo de la animalidad para jamás volver.
Quienes no tienen confianza en la razón, como un instrumento clarificador de lo que ocurre, terminan viendo a los jóvenes como una transgresión o un peligro. Cuando precisamente son los jóvenes los que tienen que librar en su momento batallas definitivas. Las batallas por la Razón y la supervivencia del planeta. Es en la visión cultural donde ha surgido el peligro, es también allí donde tiene que surgir la salvación. En cambio, muchos de los mayores “buscan un refugio en cualquier fe improvisada, de cualquier entusiasmo vacío, de cualquier fanatismo”, ha dicho el escritor William Ospina. Se “adoquinan” en los viejos tiempos. Evidentemente en toda sociedad las costumbres evolucionan y los valores entran en crisis. Solo en los cementerios la no vida sigue apacible e inmutable. Al igual que en los museos con “sociedades de cera”. Una sociedad rígida o estática ante el tiempo por seres inexistentes.
A pesar de todos nuestros problemas en todo el planeta, lo que vivimos es mejor que en las épocas de barbarie, esclavismo, feudalismo, etcétera. Sin duda, con todos los defectos o contingencias, que podamos encontrar, lo ganado por la humanidad compensa mucho más que lo que hemos “perdido”. El mundo, de manera global, es más lo que ha avanzado que lo que ha retrocedido.
Así afirmemos que las guerras han convertido a la historia en un estúpido martirologio, un hombre racional no debe desesperarse ante la condición humana. Ni la debe beatificar (optimista extremo), ni la debe condenar (pesimista extremo). La vida social nos exige un esfuerzo constante de sensatez racional para reconocer que todo está sujeto a cambiar en cualquier momento y sentido. Incluso: lo que más cambia es la cultura con sus valores y principios. Toda sociedad (si es de verdad una sociedad) siempre estará en crisis. Los tiempos aciagos que no dejan dormir a más de un anticuario social, no se deben a una falta o pérdida de cultura o de valores: se deben a la ebullición de misma cultura y de los mismos valores.
Toda trastocación de un hecho cultural es también cultura. En este caso: una nueva cultura. Toda cultura por muy funcional, seria, trascendente y sagrada que parezca, es provisional. No es la tosquedad ante la vida la que nos hace cada vez más peligrosos… es el más amplio y profundo conocimiento de la realidad.
¿Cuántos de los que quieren imponer del pasado como tabla guía o receta inmodificable sobre el presente saben que Plutón ya no es un planeta de nuestro Sistema Solar? ¿Es cierto acaso que cada generación que aparece es una generación de tontos e inexpertos? ¿Pertenecemos acaso a una época en que no hay nada que hacer porque los que nos antecedieron lo hicieron todo? ¿Debemos acaso resignarnos a esa pretensión de verdad irrefutable que nos dice que “todo tiempo pasado fue mucho mejor”?… A menudo se echa en cara a los jóvenes el error de creer que el mundo comienza con ellos.
De ser cierto, ¿es eso un grave error? Pero buena parte de la vejez cree a menudo que el mundo se acaba con ella… con ellos. ¿Qué es peor? Si algo tenemos que enseñarles a los niños y jóvenes es que no se sometan a ninguna costumbre o tradición por la fuerza. Por la tradición y la autoridad. Si bien es cierto que el viaje a la Luna (a finales de la década de los años sesenta del siglo XX), fue un acontecimiento histórico, no es menos cierto que en nuestros días el hombre se ha estado moviendo por el Universo hasta unos límites insospechados. Gracias a la construcción de la Estación Espacial Internacional (desde noviembre de 2000), hay presencia humana permanente en el espacio. En el 2008 supimos con certeza (Sonda Espacial Phoenix) que definitivamente existe agua congelada en Marte. Después de perseguir durante años a un cometa, logramos posarle encima una maquina elaborada por humanos. Hoy son proyectos de pronta realización la permanencia del hombre en la Luna y la codiciada llegada a Marte. Y, ¿Qué decir de la existencia de vuelos espaciales comerciales? En la misma década de los años sesenta fue una noticia escandalosa la comunicación entre las dos primeras computadoras, una en la Universidad de Stanford, y otra en la Universidad de California ¿Hará falta mencionar como en nuestro tiempo existe un desarrollo constante y vertiginoso de una red mundial como el internet?
En Colombia, por ejemplo, en la década de los cincuenta se fundaron las primeras bibliotecas públicas del país, entre ellas la Piloto, en Medellín y la Luís Ángel Arango, en Bogotá. Hoy existe una red nacional de bibliotecas que continua ampliando el panorama cultural y científico de sus usuarios. Hoy contamos con centenares de librerías, en centenares de puntos de venta, y con bibliotecas públicas en más de mil municipios. Es decir, la oferta cultural en Colombia se ha aumentado considerablemente ¿Será que necesitaremos de muchos argumentos para demostrar que no es un acierto el que “la letra con sangre entra”?
Las nuevas generaciones “navegan” hoy en un océano en cantidad y calidad de la información. No hay duda que los jóvenes tienen a su disposición una oferta académica, tecnológica y cultural mucho mayor que la de los jóvenes de hace 30, 40 o 50 años. Y son tan capaces de aprender como los de cualquier otra época, pero diseminados en un mundo más complejo y más azaroso. Y más ruidoso.
Para no seguir renegando de los jóvenes vale la pena preguntarnos: ¿Quiénes han formado a los jóvenes de hoy? Pues tendremos que contestar que hemos sido nosotros, los mayores y viejos, y, por lo tanto, ellos son lo que nosotros hemos hecho con o sin ellos. En principio el conjunto de saberes (morales e intelectuales) de un individuo depende de la herencia institucional o de la educación recibida.
El hombre de ayer tenía aniquilada su mente bajo el despotismo de la religión, el de hoy es víctima o rebelde de algunos medios masivos de comunicación. Es una regla que la sociedad es la que dictamina lo que el hombre debe ser o pensar… así mismo, existe la posibilidad por medio del esfuerzo y conocimiento que el hombre no se deje fosilizar. ¿Quiénes han llevado a los jóvenes a perder la atención en las aulas de clases, o en el escenario laboral, o en el terreno de la política? ¿Quiénes los han lanzado a un individualismo solitario susceptible de naufragios y frustraciones? En vez de estar cuestionando a toda hora a los jóvenes, deberíamos estar buscando espacios de reflexión que permitan comprender el vacío que los invade e inmoviliza para transformar el presente y construir el futuro. No les hemos enseñado a amarse a sí mismos, para la búsqueda, con el colectivo, lo que deseamos que sea el mundo. Sin embargo, así muchos no acepten, muchas partes del mundo se transforman por la fuerza moral y política de los jóvenes.
Dice José Ingenieros, en su libro El Hombre Mediocre, que toda juventud es inquieta, y agrega que:
El impulso hacia lo mejor solo puede esperarse de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana e iluminada, la que mira al frente y no a la espalda; nunca los decrépitos de pocos años, prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado: lo que en ellos parece primavera es tibieza otoñal, ilusión de aurora que es ya un apagamiento de crepúsculo. Sólo hay juventud en los que trabajan con entusiasmo para el porvenir; por eso los caracteres excelentes pueden persistir sobre el apuñuscarse de los años… Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.
¿No es acaso cierto que la llamada “cultura postmoderna” resalta el pasado, la tradición, revaloriza lo local y la vida simple? ¿Acaso no legítima la identidad individual conforme a los valores de una sociedad personalizada, en la que importa es ser uno mismo al margen de la colectividad? De ninguna manera entiendo a la sociedad como la elemental suma de los individuos. La sociedad es mucho más en complejidad en todos los sentidos.
Estamos pasando por un narcisismo individualista que simboliza el paso de un individualismo limitado a un individualismo total. La misma cultura ha terminado siendo objeto de consumo, o lo que es peor, objeto de diversión. En la actualidad son más esclarecedores los intereses individualistas que los intereses de clase social, la privatización es más reveladora que las relaciones de producción; el egoísmo, el hedonismo y el psicologismo se imponen más que los programas y formas de acciones colectivas. El espejo de lo privado es la caricatura de nuestro narcisismo. Sin embargo, el ser humano no nace configurado, adquiere tal calidad al ser inscrito en un complejísimo mundo sociocultural que humaniza.
Cada ser viene al planeta como un proyecto y la sociedad es quien lo construye como tipo particular (sujeto), competente para convivir en esa formación social particular, a partir de un conjunto de dispositivos educativos y socializadores. Nos preguntamos acaso: ¿Cuál es el tipo de seres humanos que deseamos crear para el tipo de vida en la sociedad que tenemos o que deseamos? O: ¿Qué es un ser humano? Entonces diremos que los seres humanos son por su naturaleza social seres diversos, capaces de construir saberes distintos a partir de los que atribuyen sentido a su realidad, que llegan al mundo formando parte de una serie de continuidades-discontinuidades que les imprimen huellas, marcas y memorias.
Los estilos de socialización particulares de una época están siempre mediados por las significaciones aportadas por la misma cultura.
Es en esos procesos donde construimos nuestras representaciones y valoraciones del mundo desde que nacemos, puesto que nos preceden. Los jóvenes no tienen en un comienzo la posibilidad de defenderse de ellas o de tomar distancia crítica. Los procesos de socialización se construyen sobre el juego recíproco entre sujetos y subjetividades, es decir, sólo es posible humanizarse en la relación con otros. Los jóvenes son efecto de la socialización en una construcción paulatina. Socializarse es construir identidad individual y social de manera inevitable. Solo así podemos llegar a ser seres humanos.
De acuerdo con Berger y Luckmann (1968) el individuo no nace miembro de una sociedad, nace con predisposición a la sociabilidad y, es esta la que hace posible construirse como un ser social (ser humano) En este sentido, la realidad social misma es construida por y para cada sujeto en el curso de su socialización. Esta es nuestra condena y también nuestra potencialidad. De manera que cuestionar severamente a los jóvenes porque han perdido o cambiado los valores de antaño, es en buena medida escupir para arriba ¿Acaso no es cierto que en toda sociedad debemos vivir bajo la llamada crisis de valores? Solo en una “sociedad de muertos” o en los museos de cera, no se presentan las llamadas “crisis de valores”. Todo cambia inflexiblemente. Y nuestras sociedades no son la excepción.
CARLOS PAYARES GONZÁLEZ
Tomado del libro: EL CÍRCULO CERRADO. Autopsia de un Pueblo Que Ha Sido Víctima de la Mentira (Velis Nolis)