Si recordásemos los inicios de internet, nos sorprendería lo que ha cambiado. ¿Sentirán lo mismo los tecnólogos que empezaron a trabajar en la nube? Investigaban por curiosidad y entusiasmo, y utilizaron y crearon tecnologías para nuestro aprovechamiento. Todos conocemos sus frutos: páginas web útiles, conexión con quienes queremos y aumento de nuestro conocimiento acerca del mundo. También elaboraron algoritmos2 para clasificarnos en grupos con patrones de búsqueda y preferencias parecidas.
Y llegó la revolución tecnológica
en tres etapas. En la primera, los algoritmos sencillos pasaron a otros cuyos objetivos se adecuaban a su actividad y lo hacían reprogramándose solos o mediante el aprendizaje automático. En la segunda, el hardware informático estándar (que había experimentado importantes transformaciones) fue sustituido por «redes neuronales3». Así se procesaba mucha más información con mayor rapidez. En la tercera, se les insuflaron a las redes neuronales algoritmos que «aprendían por refuerzo4».
En síntesis: tras los primeros algoritmos, llegaron los programados para elegir entre varios resultados y adaptarse así a situaciones imprevistas. Finalmente, los ingenieros descubrieron que los algoritmos podían autoevaluarse y mejorar más deprisa que nosotros.
Somos vulnerables a los algoritmos
En la actualidad, los algoritmos se dejan influir por nosotros para aprender a influir en nosotros y en ellos mismos por imitación. Resulta complicado, sí, sobre todo, porque no sabemos cómo lo hacen. Los ingenieros que codifican los dispositivos basados en la nube para crear sistemas automatizados que modifiquen nuestro comportamiento están generando sistemas tan complejos que tampoco ellos entienden ya lo que hacen los algoritmos. Un problema añadido es que, cuando algo o alguien nos conoce mejor que nosotros mismos, nos hacemos vulnerables.
El capital «asalta» la nube y nos esclaviza
Sabemos que Alexa5 es una máquina, pero, al relacionarnos con ella como si fuese nuestra «sierva», nos hacemos más vulnerables. Desgraciadamente, se trata de un instrumento del capital que manda en la nube que, a quienes convierte en siervos, es a nosotros.
Realmente, estamos regalándoles a sus propietarios nuestras vidas, porque mientras ellos nos ofrecen los servicios personalizados de sus algoritmos, nosotros tenemos que darles nuestros datos, lo que hacemos y lo que contamos. Además, al vendernos sus algoritmos cosas y vender ellos nuestra atención a terceros, saben lo que hacemos y lo que haremos, qué nos gusta y qué rechazamos y cómo guiar nuestras preferencias e influir en nuestras decisiones y opiniones. Nos han convertido en sirvientes sin sueldo que les proporcionan información, atención, identidad y patrones de comportamiento que entrenan a sus algoritmos.
¿El capital en la nube es distinto de los anteriores?
La nube está formada por grandes almacenes de datos que contienen filas interminables de servidores conectados por una red de sensores y cables que se extienden por todo el planeta. Sin embargo, la naturaleza de la nube —depende de la forma en que se reproduce y de su enorme poder de mando— es totalmente diferente de los modelos anteriores.
El «viejo» capital se acumulaba y reproducía dentro de un mercado laboral en el que los asalariados producían bienes, con la ayuda de máquinas, que se vendían para generar beneficios que, a su vez, financiaban sus salarios y la producción de máquinas.
El capital en la nube se reproduce sin mano de obra asalariada y nos impone que lo reproduzcamos gratuitamente, lo cual implica que sus trabajadores se hayan convertido en «proletarios de la nube» y nosotros, en «siervos de la nube».
Proletarios de la nube
Están tan mal pagados como lo estaban en el siglo XVIII o principios del siglo XX. Nos lo cuentan películas como Metrópolis (1927) de Fritz Lang y Tiempos modernos (1936) de Charli Chaplin.
Son asalariados a los que los algoritmos basados en la nube llevan físicamente al límite de su rendimiento. Hace unos días, el propietario de Facebook, Instagram y WhatsApp dijo que iba a despedir al 5% de su plantilla porque no rendía lo suficiente. El Amazon Mechanical Turk de Bezos —que se autodescribe como una «plataforma de crowdsourcing que facilita a los particulares y empresas subcontratar sus procesos y trabajos a una mano de obra distribuida que puede realizar estas tareas de forma virtual»— miente, porque es un lugar de trabajo en la nube que explota a sus trabajadores pagándoles a destajo por trabajar virtualmente. Y Karl Marx ya decía en El capital que el pago a destajo supone descuentos salariales y trampas capitalistas.
Los proletarios de la nube están peor que los pasados. En Amazon, los algoritmos han sustituido a los jefes en transporte, mensajería y almacenamiento, y los trabajadores tienen que obedecer a una máquina que no siente la menor empatía por ellos, los hace trabajar hasta el límite y controla sus tiempos de respuesta. Reduce así las horas pagadas, aumenta su ritmo de trabajo y los echa a la calle por «ineficientes» si no llegan al ritmo impuesto o no lo mantienen. La peor tragedia es que, cuando son despedidos, no tienen a quién preguntarle por qué, ya que los dirigen máquinas.
El capital en la nube eliminará a los sindicatos
Empezará debilitándolos al inventar un algoritmo que cree una cadena de producción y suministro que evite los lugares de trabajo donde los sindicatos puedan organizar a los trabajadores. Cuando lo consigan, o desaparecerán o no llegarán a formarse y, entonces, Espartaco6 se erigirá en un hombre mucho más libre que todos nosotros.
Ciertamente, el capital en la nube solo actúa como el capital tradicional y terrestre en los lugares de trabajo tradicional, aunque más eficazmente. En otros ámbitos, ha terminado con todo lo conocido.
Somos siervos de la nube
Primero, porque nos hace más adictos al consumo que el marketing tradicional, ya que controla nuestras emociones y crea experiencias que nos inducen a gastar cada vez más. Segundo, porque nos ordena que trabajemos en su reproducción, refuerzo y mantenimiento.
Y nosotros somos los culpables. El capital en la nube está formado por un «caparazón» que utiliza software inteligente, granjas de servidores, torres de telefonía móvil y miles de kilómetros de fibra óptica. Pero —y es ahí donde está la clave— su más valiosa posesión es el «contenido», que le facilitamos nosotros: las historias que publicamos en Facebook, los vídeos que subimos a TikTok y YouTube, las fotos a Instagram, los chistes y los insultos a X, las opiniones a WhatsApp, las reseñas a Amazon y a hoteles y restaurantes en otras páginas, nuestros desplazamientos mediante Google Maps… Es decir, producimos y reproducimos el stock propiedad del capital en la nube.
Trabajamos sin cobrar
Se trata de una situación nunca vista. En estos momentos, trabajadores de grandes conglomerados como General Electric, perciben salarios que rondan el 80% de los ingresos de la empresa. En empresas más pequeñas, cobran más. Sin embargo, en las grandes tecnológicas, perciben menos del 1%, porque solo realizan una fracción muy reducida del trabajo total. El 99% restante lo hacemos nosotros sin cobrar. Y lo peor es que disfrutamos haciéndolo. Nos encanta opinar y dar minuciosos detalles acerca de nuestras creencias y vida íntima. Ignoro qué necesidad psicológica satisfacemos contando nuestras intimidades a miles de desconocidos, pero el peligro es que nos estamos adentrando en el feudalismo tecnológico por voluntad propia. En la época feudal, el amo de las tierras se quedaba con casi todo y los siervos se tenían que conformar con no morirse de hambre, pero estaban en contra. Hoy, aún recibimos menos que aquellos siervos, porque somos productores no remunerados, ¡pero lo hacemos tan a gusto! Al menos, los proletarios de la nube cobran, aunque sea una miseria. Por culpa nuestra, es cierto, porque los hemos empobrecido y hemos enriquecido muchísimo a un reducido grupo de multibillonarios.
En resumen, la revolución digital ha dividido a los trabajadores en dos grupos. Los proletarios con vidas cada vez más precarias y estresantes que son controlados por algoritmos que modifican nuestro comportamiento y los siervos, miles de millones de personas que trabajamos gratis para producir un capital en la nube que solo beneficia a unos pocos, explotadores como Musk, Bezos o Zuckerberg7.
¡Abajo el capitalismo! ¡Viva el tecnofeudalismo!
El tecnofeudalismo debería aterrorizar no solo a los izquierdistas, sino también a los capitalistas tradicionales: cuando consumimos a través de Amazon, estamos cerrando todas las tiendas de proximidad de nuestro pueblo y favorecemos que sus propietarios reconviertan sus comercios en viviendas turísticas; cuando hacemos todas las transacciones online, damos información que los amos de la nube venderán —previo pago— a empresas «físicas» para que nos «acuchillen» a publicidad.
Conseguiremos que Bezos acabe siendo dueño de ciudades donde todas las tiendas, todos los edificios, toda la tierra que pisamos, todos los bancos donde nos sentamos y el aire que respiramos sean suyos. Son ciudades sin fábricas, pero sus propietarios producen lo que él vende y por cada venta se lleva una comisión, además de decidir qué se vende y qué no. Y todo eso, gracias a un algoritmo regulado por Bezos y hecho a su medida que nos obliga a comprar en Amazon —excepto a Bezos— moviéndonos por un espacio aislado construido algorítmicamente.
Son ciudades sin mercados. Cualquier mercado de un poblado africano es mucho mejor, porque la gente se encuentra allí, intercambia información en libertad, convive y se reconoce como humana. Incluso los mercados totalmente monopolizados son mejores que el de Bezos, donde todo está controlado por un algoritmo cuyo objetivo es que solo él obtenga beneficios y donde todo debe hacerse de acuerdo con sus exigencias. ¿Todavía no nos estremecemos?
Le facilitamos al algoritmo que nos esclavice
El algoritmo nos entrena para que le enseñemos a confeccionar nuestros deseos. Al conocernos mejor que nosotros mismos, modifica nuestras preferencias, organiza la selección y nos entrega los bienes que le hemos dicho que nos gustan o que él quiere que nos gusten. Es decir, además de inculcarnos el deseo por determinados productos, nos los entrega al instante, neutralizando a cualquier competidor con el único objetivo de aumentar su poder y riqueza.
Esclavos del feudalismo y del tecnofeudalismo
En el feudalismo, el señor concedía feudos a unos vasallos que recibían una miserable porción de lo que producían en las posesiones de su amo. En el tecnofeudalismo, señores como Amazon, Uber, Airbnb, Alibaba o Tesla conceden feudos digitales a sus vasallos a cambio de una cuota.
Veamos el caso de Tesla, muy valorada por los financieros porque todos sus circuitos están conectados al capital en la nube. Musk tiene el poder de apagar cualquiera de sus coches de manera remota si el conductor no lo utiliza como él quiere. Además, sus propietarios aportan sin saberlo información que enriquece el capital en la nube.
En resumen, los últimos avances científicos y tecnológicos han convertido a comerciantes, conductores, repartidores y un largo etcétera en proletarios de la nube. Pero lo peor es que los feudos han sustituido a los mercados, las empresas se han convertido en vasallas y nosotros vivimos pegados a móviles y tabletas enriqueciendo a los «nuevos señores» de la nube y sometiéndonos a ellos.
Pues, como decía Clarín en La Regenta, «para este viaje no necesitábamos alforjas».
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1Este artículo está basado en el libro Tecnofeudalismo de Yaris Varoufakis, profesor de Economía y antiguo ministro de Economía de Grecia (Editorial Deusto).
2Secuencia de pasos finitos bien definidos para resolver un problema. Por ejemplo, la ejecución de tareas cotidianas sencillas.
3Son programas o modelos de «Machine Learning» que toman decisiones de forma similar a como lo hace el cerebro humano (Wikipedia).
4O «Reinforcement Learning». Variedad del «Machine Learning» que permite a la Inteligencia Artificial planear estrategias efectivas mediante la experimentación con datos. (Wikipedia).
5Servicio de voz basado en la nube. Puede ayudarte, entretenerte, darte información… Supuestamente, está diseñada para facilitarte la vida. Creada por Amazon.
6Gladiador tracio sometido a la esclavitud que se convirtió en líder de un fallido alzamiento de esclavos contra la República de Roma. Considerado un héroe popular.
7Dueños de Tesla, Amazon y Facebook, Instagram y WhatsApp respectivamente.
Pepa Úbeda
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