Hamlet
La propiedad privada capitalista (o lo que es lo mismo, la forma social de la riqueza cuya fuerza permite apoderarse de los productos del trabajo ajeno) es la causa inmediata del trabajo enajenado, pero al mismo tiempo, el capital no podría existir sino es sobre la base del trabajo que se arranca, que se enajena. De esta manera, el capital produce el trabajo enajenado, y el trabajo enajenado produce y da vida al capital. Sólo de esta manera se entiende lo que Marx dice cuando en los Manuscritos de economía y filosofía de 1844 afirma que “aunque la propiedad privada aparece como fundamento, como causa del trabajo enajenado, es más bien una consecuencia suya”[1].
El trabajo constituye la actividad vital transformadora de la humanidad. La naturaleza constituye el ser inorgánico del ser humano, éste precisa de aquélla para no morir. La naturaleza es el mundo exterior y sensible sobre el que recae y se materializa el trabajo humano. Es la materia de su trabajo, en la que produce y con la que produce. Así pues, con la actividad material se lleva a cabo la unión individuo-mundo natural; a través del trabajo la humanidad se relaciona con el mundo exterior, éste es su vínculo con la naturaleza. En esto radica el ser genérico del hombre, el cual nos indica que en tanto éste es más universal que el animal, más amplio es por consiguiente el ámbito de la naturaleza inorgánica de la que él vive.
Pero el trabajo en la sociedad actual cobra una particularidad que lo diferencia sustancialmente de otras formas de trabajo en las que éste ha aparecido en el transcurso de la historia. Marx advierte el divorcio existente en la sociedad moderna, no sólo entre el trabajador y el producto de su trabajo, sino también entre el trabajador y su actividad productiva misma. Concibe la producción capitalista como producción de mercancías en el que las personas mismas devienen otra mercancía. El análisis marxista del modo como se lleva a cabo la actividad productiva en la sociedad moderna, y el propósito con el que se produce, revela muchas de las contradicciones propias de nuestra sociedad.
Reducido a su valor puramente crítico, el pensamiento marxista resulta ya de una increíble fertilidad para el conocimiento del presente. El concepto humanista de enajenación explica porqué a pesar de vivir en una sociedad cada vez más desarrollada y con más recursos, millones viven en la carestía, la precariedad y el hambre, mientras experimentan una sensación de infelicidad y opresión por fuerzas ajenas que les son extrañas. Max Horkheimer en afirma que “sobre la tierra hay más materias primas, más maquinas, más mano de obra instruida y mejores métodos de producción que antes, pero todo esto no redunda como correspondería, en provecho de los hombres[2]. Pero la causa de esta paradoja se encuentra fácilmente cuando se descubre que la sociedad de mercancías se caracteriza por un exceso de bienes producidos primordialmente para ser vendidos y no para satisfacer necesidades. El capitalismo busca aumentar la productividad disminuyendo incesantemente el tiempo de trabajo. No busca la reducción de la jornada del trabajador, sino la reducción del “tiempo socialmente necesario” para la producción de mercancías. De aquí se deriva un principio fundamental del modo de producción capitalista: en virtud de su naturaleza expansiva siempre quiere renovar e intensificar sus capacidades productivas para ampliar sus posibilidades de ganancia.
Ahora bien, en la actual sociedad, ni el trabajo ni el producto del trabajo pertenecen a quien lo produce, lo que le pertenece es su salario, que no es más que el producto del trabajo que se ha enajenado. Pero enajenar el trabajo no implica solamente arrancarle al trabajador lo que éste produce, implica además de eso (y en eso radica la deshumanización) arrancarle al ser humano su carácter de ser genérico. El trabajador alienado de su producto está al mismo tiempo alienado de sí mismo. La vida misma, su actividad vital y creadora (el trabajo), aparece en el capitalismo sólo como un medio para mantenerse con vida. Al enajenarse el trabajo se produce la separación entre sujeto físico y trabajador. “El colmo de esta servidumbre es que ya sólo en cuanto trabajador (el hombre) puede mantenerse como sujeto físico y que sólo como sujeto físico es ya trabajador”[3]. La contradicción que muestra Marx a través del concepto de enajenación es que la vida misma se vuelve medio de vida, que el ser mismo se vuelve un medio para existir. El obrero vive para trabajar, y su trabajo solo le procura el alimento básico y el reposo necesario para empezar de nuevo su jornada.
El trabajo y su productivo no pertenecen al ser humano que lo crea, sino a quien se ha apropiado de su derecho, al capitalista. El trabajo pertenece a éste porque lo ha comprado, al tiempo que el trabajador vende su trabajo como mercancía y se vende a sí mismo como mercancía.[4] El trabajador, en consecuencia, se separa de sí mismo, se siente fuera de sí cuando ejecuta su actividad propia, esto es, cuando trabaja. Durante la jornada laboral el trabajador se siente fuera de sí porque ya no se pertenece a sí mismo sino a otro. Su propio trabajo ya no es suyo, y el hecho de que el tiempo de trabajo y su producto se conviertan en propiedad de otro acusa una expropiación que toca a su propia esencia humana. Vemos pues que el trabajo se deforma de tal modo que el trabajador sólo puede existir y mantenerse con vida en cuanto sacrifica su ser y lo vende. El trabajador existe en la medida en que existe para él un capital que lo contrate y lo utilice como mercancía:
“Tan pronto como al capital se le ocurre dejar de existir para el trabajador, deja éste de existir para sí, no tiene ningún trabajo, por tanto, ningún salario, y dado que él no tiene existencia como hombre, sino como trabajador, puede hacerse sepultar, dejarse morir de hambre”[5].
El trabajo, que en su forma libre es un medio para la realización de las potencias creadoras humanas; para el desarrollo de la individualidad; para el despliegue de sus aptitudes y capacidades; para la satisfacción y el goce de su ser, en su forma actual capitalista se convierte en la causa primera de la insatisfacción, negación y desrealización.
La enajenación persistente en la sociedad de mercado expresa lo que ha llegado a ser el ser humano en la sociedad moderna. Los niveles de racionalización de la actividad productiva y la creciente descomposición del proceso de trabajo en actividades parciales y bastante limitadas atan cada vez más al individuo a una operación parcial[6]. La subdivisión del trabajo en ramas especializadas hace naturalmente que el trabajador esté cada vez más restringido por su actividad. Su labor se reduce a la ejecución de una actividad simple, maquinal, repetitiva. El trabajo deviene en una actividad mecánica, irreflexiva, técnica[7]. Este hecho es válido tanto para el trabajo intelectual como para el trabajo físico meramente corporal.
La posición que ocupa un trabajador dentro del proceso general de la producción social no está determinada por el hecho de que tal o cual persona pueda desarrollar sus facultades humanas y se sienta satisfecho efectuando tal o cual actividad, sino que su posición le viene impuesta por su situación social, es decir, está determinada por causas externas, causas que le vienen dadas desde afuera. En Razón y Revolución, Herbert Marcuse hace notar que el individuo miembro de la sociedad burguesa no puede elegir su trabajo, pues el trabajo “se lo prescribe su posición en el proceso social de la producción, posición que a su vez le venía impuesta por la distribución predominante de la riqueza y del poder.”[8] De esta forma el individuo se encuentra con que antes de ser individuo es ya persona de una clase. Que su posición en la producción social no es el resultado de su libertad, sino de la necesidad que le impone una sociedad dividida en clases en la que cada uno tiene con antelación una posición muy definida. El individuo se ve arrastrado por su clase, que alcanza una existencia independiente y condiciona fuertemente el curso de su posición en esta vida. La sociedad divida en clases construye un “mercado de trabajo” que no tiene en cuenta las habilidades y necesidades naturales de los individuos[9], lo cual deja como resultado la separación de la fuerza de trabajo respecto de la personalidad del trabajador, provocando altos niveles de frustración, esclavitud, mortificación y estrés.
En la sociedad capitalista la enajenación está presente en casi todas las esferas de la vida y no solamente en el terreno de la actividad productiva. Marx plantea la enajenación fuera de la actividad productiva, por ejemplo, en el tiempo libre. El trabajador fuera del trabajo reduce sus actividades vitales a funciones “animales”: reposar, comer, dormir, reproducirse. Por otro lado, tenemos que el capitalista se enajena de sí mismo a través de la simple posesión. La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros”[10]. Vemos pues de qué modo tanto la clase poseedora como los trabajadores representan una misma enajenación bajo formas distintas. La diferencia entre el modo como se da la enajenación en ambas clases es que “la primera se siente agradablemente confirmada en su estado de autoaliención, en el que encuentra su propia potencia y vive la apariencia de una existencia humana; la segunda, por el contrario, se siente aniquilada en su alienación en la que advierte su impotencia y la realidad de una existencia inhumana”[11].
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[1] MARX, K.. Manuscritos de Economía y Filosofía. Alianza Editorial. Madrid. 1970. p. 116
[2] Horkheimer, Observaciones sobre ciencia y crisis. Teoría crítica. Amorrortu, Buenos Aires, 2003, p. 16
[3] Ibid. P. 107
[4] “El trabajo no sólo produce mercancías. Se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía”. Ibid. P. 105
[5] Ibid. P. 125
[6] George Lukacs en su texto “Historia y Conciencia de Clase” desarrolla este concepto de racionalización de manera detalla a partir del análisis que Marx hace sobre la división del trabajo en la sociedad capitalista. Véase. George Lukacs. Historia y conciencia de Clase. “La cosificación y la Consciencia del Proletariado. Tomo II. Editorial Sarpe. Madrid. 1984. pp. 8-15
[7] “Con esta división del trabajo, de una parte, y con la acumulación de capitales, de la otra, el obrero se hace cada vez más dependiente exclusivamente del trabajo, y de un trabajo muy determinado, unilateral y maquinal”. Marx, K.. Manuscritos de Economía y Filosofía. Op. cit. p. 54
[8] Herbert Marcuse. Razón y Revolución. Fundamentos de la teoría dialéctica de la sociedad. Alianza. Madrid 1994. p. 283
[9] Ibid. p.283
[10]Ibid. P. 148
[11] Marx, K. La Sagrada Familia o Crítica de la Crítica Crítica. Grijalbo. 1962, p. 101.
David Rico Palacio
Foto tomada de: BBC
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