El profesor Chomsky es autor de numerosas obras políticas de gran éxito de ventas, traducidas a decenas de lenguas. Entre sus libros más recientes se encuentran Hegemony or Survival [Hegemonía o supervivencia, Ediciones B, Barcelona, 2004], Failed States [Estados fallidos, Zeta Bolsillo, Barcelona, 2017] Hopes and Prospects, Masters of Mankind y Who Rules the World? [¿Quién domina el mundo?, Ediciones B, Barcelona, 2016]. Es profesor emérito del Massachusetts Institute of Technology. — George Yancy.
George Yancy: Considerando nuestro momento político de “post-verdad” y el creciente autoritarismo del que estamos siendo testigos con el presidente Trump, ¿qué papel público cree que podría desempeñar la Filosofía a la hora de encarar de manera crítica esta situación?
Noam Chomsky: Tenemos que ser un poco precavidos en lo que respecta a no matar mosquitos a cañonazos atómicos. Los comportamientos son tan completamente absurdos por lo que toca al momento de “post-verdad” que la respuesta más adecuada podría ser la mofa. Por ejemplo, resulta pertinente el reciente comentario de Stephen Colbert: cuando la asamblea legislativa de Carolina del Norte respondió a un estudio científico que preveía un aumento del nivel del mar prohibiendo a los organismos municipales y del estado que desarrollaran una regulación o planificaran documentos para arrostrar el problema. Y respondía Colbert: “Brillante solución ésta. Si tu ciencia te da un resultado que no te gusta, apruebas una ley declarando ilegal el resultado. Y problema resuelto”.
De modo bastante general, así es cómo se enfrenta la administración de Trump a una verdadera amenaza existencial a la supervivencia de la vida humana organizada: prohibamos las formas de regulación y hasta la investigación y discusión de las amenazas medioambientales y corramos hacia el precipicio todo lo rápido que podamos (en interés del poder y el beneficio a corto plazo).
A este respecto, me parece que el “trumpismo” resulta un tanto suicida.
Por supuesto, no basta con ridiculizarlo. Hace falta enfrentarse a las preocupaciones y creencias de los que se tragan el engaño, o que no reconocen la naturaleza y significado de los problemas por otras razones. Si por Filosofía entendemos análisis razonado y reflexivo, entonces puedes encarar el momento, aunque no enfrentándote a los “hechos alternativos” sino analizando y clarificando lo que está en juego, cualquiera que sea la cuestión. Más allá de eso, lo que se necesita es actuar, de modo urgente y entregado, de acuerdo con las muchas formas que nos están abiertas.
Cuando yo era estudiante de Filosofía en la Universidad de Pittsburgh, donde me formaron en la tradición analítica, no me quedaba claro qué quería decir Filosofía más allá de la clarificación de conceptos. Pero me he mantenido en la posición marxiana de que la Filosofía puede cambiar el mundo. ¿Alguna reflexión acerca de la de la filosofía para cambiar el mundo?
No estoy seguro de en qué estaba pensando Marx cuando escribió que “los filósofos sólo han interpretado hasta ahora el mundo de diversas formas; la cuestión estriba en transformarlo.” ¿Quería decir que la Filosofía podía cambiar el mundo, o bien que los filósofos debían volverse hacia la prioridad superior de cambiar el mundo? Si se trata de lo primero, entonces quería decir presumiblemente la Filosofía en un sentido amplio del término, incluido el análisis del orden social y las ideas acerca de por qué habría que transformarlo. En ese sentido amplio, la Filosofía puede cumplir un papel, en realidad un papel esencial, a la hora de cambiar el mundo, y los filósofos, incluidos los de tradición analítica, han llevado a cabo ese esfuerzo, en su labor filosófica lo mismo que en su vida de activistas: Bertrand Russell, por mencionar un ejemplo destacado.
Sí. Russell era filósofo e intelectual público. En esos términos, ¿cómo se describiría usted mismo?
La verdad es que no pienso en eso, francamente. Me comprometo con el género de trabajo y las actividades que me parecen importantes y que me plantean un desafío. Algunas de ellas entran en esta categoría, tal como se entiende generalmente.
Hay veces en que la pura magnitud del sufrimiento humano resulta insoportable. Como alguien que habla de tanto sufrimiento como hay en el mundo, ¿cómo se da testimonio de ello y se mantiene a la vez la fuerza para seguir?
Dar testimonio es suficiente para que proporcione una motivación para seguir. Y nada resulta más inspirador que ver cómo los pobres y la gente que sufre, que vive en condiciones incomparablemente peores que las que nosotros soportamos, continúa tranquila y humildemente su lucha comprometida y valerosa en favor de la justicia y la dignidad.
Si tuvieras que hacer una lista de dos o tres formas de actuación política que sean necesarias bajo el régimen de Trump, ¿cuáles serían? Te lo pregunto porque este momento nuestro parece tan increíblemente desesperanzado y represivo.
Yo no creo que las cosas sean tan sombrías. Mira el caso de la campaña de Bernie Sanders, el rasgo más notable de las elecciones de 2016. Al fin y al cabo, no tiene nada de sorprendente que un “showman” con amplio respaldo mediático (incluyendo a los medios liberales, embelesados por sus payasadas y los ingresos publicitarios que eso permitía) consiguiera la designación como candidato del ultrarreacionario Partido Republicano…
La campaña de Sanders, no obstante, rompió espectacularmente con un siglo de historia política norteamericana. Exhaustivas investigaciones de ciencia política, sobre todo las del trabajo de Thomas Ferguson, han demostrado de modo convincente que las elecciones están en buena medida compradas. Así por ejemplo, ya sólo el gasto en las campañas constituye un pronosticador bastante bueno del éxito electoral, y el apoyo del poder empresarial y la riqueza de particulares es prácticamente requisito previo hasta de la participación en la escena política.
La campaña de Sanders demostró que un candidato con programas moderamente progresistas (básicamente del New Deal) podía alcanzar la designación como candidato, y acaso haber ganado las elecciones, aun careciendo del respaldo de financiadores de envergadura o de cualquier apoyo mediático. Hay buenas razones para suponer que Sanders habría logrado la designación como candidato de no haber sido por los chanchullos de los gestores del partido de Obama-Clinton. Hoy es la figura política más popular del país por un amplio margen.
El activismo generado por la campaña está empezando a hacer progresos en la política electoral. Con Barack Obama, el Partido Demócrata se derrumbó muy mucho a escala local y de los estados, que son cruciales, pero se puede reconstruir y convertir en una fuerza progresista Esto supondría revivir el la herencia del New Deal e ir más allá, en vez de abandonar a la clase trabajadora y convertirse en Nuevos Demócratas del clintonismo, que más o menos se asemejan a los que solían llamarse republicanos moderados, una categoría que ha desaparecido en buena medida con el desplazamiento de ambos partidos a la derecha a lo largo del período neoliberal.
Puede que esas perspectivas no resulten inalcanzables, y los esfuerzos por llegar a ellas se pueden combinar ahora mismo con el activismo directo, que se necesita urgentemente, para contrarrestar las acciones legislativas y ejecutivas de la administración republicana, ocultas a menudo tras las fanfarronadas de la figura nominalmente al mando.
De hecho, hay muchas formas de combatir el proyecto de Trump de crear una Norteamérica minúscula, aislada del mundo, que se encoge de miedo tras los muros a la vez que prosigue con las medidas políticas internas al estilo de Paul Ryan que representan el ala más salvaje del estamento de poder republicano.
¿Cuáles son las cuestiones de mayor peso a las que nos enfrentamos?
Las cuestiones más importantes que encarar son las amenazas verdaderamente existenciales a las que nos enfrentamos: el cambio climático y la guerra nuclear. Sobre el primero, los líderes republicanos, en espléndido aislamiento del mundo, se dedican de modo casi unánime a destruit las posibilidades de supervivencia decente; palabras contundentes, pero sin exageración. Se puede hacer mucho a escala local y en los estados para contrarrestar su malévolo proyecto.
Respecto a la guerra nuclear, las acciones en Siria y en la frontera rusa suscitan amenazas muy serias de enfrentamiento que podrían desencadenar una guerra, una perspectiva impensable. Por ende, la prosecución por parte de Trump de los programas de Obama de modernización de las fuerzas nucleares plantea extraordinarios peligros. Tal como hemos sabido recientemente, la fuerza nuclear norteamericana modernizada está deshilachando gravemente el tenue hilo del que cuelga la supervivencia.El asunto se discute detalladamente en un artículo de importancia crucial en el Bulletin of Atomic Scientists del mes de marzo, que debería haber sido, y seguir siendo, noticia de portada de los medios. Los autores, analistas enormemente respetados, hacen notar que el programa de modernización de armas nucleares ha incrementado “el poder mortífero total de capacidad nuclear de las fuerzas de misiles balísticos norteamericanos hoy existente triplicándolo más o menos, y crea exactamente lo que uno esperaría ver si un Estado dotado de armas nucleares estuviera planeando tener la capacidad de librar y vencer en una guerra nuclear desarmando a los enemigos con un ataque preventivo por sorpresa”.
El significado queda claro. Significa que en un momento de crisis, de los que hay demasiados, los planificadores militares rusos pueden llegar a la conclusión de que, a falta de un disuasor, la única esperanza de supervivencia consiste en un ataque preventivo…lo que supondría el fin de todos nosotros. .
Da pavor a los vivos.
En estos casos, la acción ciudadana puede revertir problemas enormemente peligrosos. Puede presionar a Washington para que explore opciones diplomáticas — que las hay disponibles — en lugar del recurso casi como un reflejo a la fuerza y la coacción en otras zonas, Corea del Norte e Irán incluidos.
Pero ¿qué es, Noam, puesto que tú continúas mostrando uncompromiso crítico frente a un amplio abanico de injusticias, lo que motiva el sentido de justicia social en tu caso? ¿Hay alguna motivación religiosa que encuadre tu trabajo de justicia social? Y si no, ¿por qué no es así?
No hay motivaciones religiosas, y por razones sólidas. Se puede elaborar una motivación religiosa prácticamente para cualquier forma de actuar, del compromiso con los más elevados ideales a apoyar las más horrendas atrocidades. En los textos sagrados podemos encontrar edificantes invocaciones a la paz, la justicia y la misericordia, junto a los pasajes más genocidas del canon literario. Nuestra guía es la conciencia, sean cuales fueren las trampas con la que optemos por vestirla
Volviendo a la cuestión de dar testimonio de tanto sufrimiento, ¿qué recomiendas que comparta con mis estudiantes de licenciatura para que desarrollen la capacidad de dar testimonio de formas de sufrimiento que son peores que las que soportamos? A muchos de mis estudiantes solo les preocupa licenciarse y a menudo parecen olvidarse del sufrimiento en el mundo.
Mi sospecha es que los que parecen olvidarse del sufrimiento, ya sea que esté próximo o en rincones remotos, no son conscientes, cegados acaso por la doctrina y la ideología. Para ellos la respuesta consiste en desarrollar una actitud crítica hacia artículos de fe, seculares o religiosos; para alentar su capacidad de cuestionar, de explorar, de ver el mundo desde el punto de vista de otros. Exponerse directamente es algo que nunca queda muy lejos, dondequiera que sea que vivamos…quizás sea la persona sin techo que se arrebuja en el frío o que pide unos céntimos para comer, o muchísimos otros.
Valoro y secundo tu razonamiento acerca de exponerse al sufrimiento de otra gente que no anda lejos de nosotros. Volviendo a Trump, entiendo que le consideras fundamentalmente imprevisible. Yo, desde luego, sí. ¿Deberíamos temer alguna clase de intercambio nuclear en este momento contemporáneo nuestro?
Yo sí, y apenas sí soy la única persona en albergar esos temores. Quizás la figura más destacada que expresa esos temores y preocupaciones sea William Perry, uno de los principales estrategas nucleares contemporáneos, con muchos años de experiencia en el escalón más elevado de planificación bélica. Es hombre reservado y precavido, nada dado a exageraciones. Ha salido de su semiretiro para declarar enérgica y repetidamente que está aterrado tanto por las amenazas extremas y crecientes como por el fracaso a la hora de preocuparse por ellas. En palabras suyas. “Hoy, el peligro de algún género de catástrofe nuclear es mayor de lo que era durante la Guerra Fría, y la mayoría de la gente vive felizmente inconsciente de este peligro”.
En 1947, el Bulletin of Atomic Scientists estableció su famoso Reloj del Juicio Final (Doomsday Clock), que calculaba a cuánto estamos de la medianoche de la aniquilación. En 1947, los analistas pusieron el reloj a siete minutos de la medianoche. En 1953, movieron la manecilla a dos minutos antes de la medianoche después de que los EE. UU y la URSS hicieran explotar bombas de hidrógeno. Desde entonces, ha oscilado sin llegar nunca a este punto de peligro. En enero, poco después de la toma de posesión de Trump, la manecilla se movió a dos minutos y medio antes de la medianoche, lo más cercano a un desastre terminal desde 1953. A estas alturas los analistas están consideraban no sólo la amenaza en ascenso de guerra nuclear sino también la firme entrega de la organización republicana a la hora de acelerar la carrera hacia la catástrofe medioambiental.
Perry tiene razón en sentirse aterrado. Y aterrados deberíamos estar también todos, en no menor medida por la persona con el dedo en el botón y esos surrealistas socios suyos.
Pero, a pesar de su imprevisibilidad, Trump dispone de una base sólida. ¿Qué produce esta servil deferencia?
No estoy seguro de que “servil deferencia” sea la frase correcta por una serie de razones. Por ejemplo, ¿quién forma esa base? La mayoría de ellos son relativamente ricos. Tres cuartas partes tenían ingresos por encima de la media. Cerca de un tercio tenía ingresos de más de 100.000 anuales, y se situaban así en el 15% superior de renta personal, en el 6% superior de los que sólo tienen instrucción hasta el instituto. Son en su abrumadora mayoría blancos, sobre todo, gente mayor, y por tanto de sectores históricamente más privilegiados.
Tal como informa Anthony DiMaggio en un cuidadoso estudio de la riqueza de información hoy disponible, los votantes de Trump tienden a ser republicanos típicos, con “una agenda social proempresarial y reaccionaria”, y “un segmento pudiente, privilegiado del país en términos de ingresos, pero que es relativamente menos privilegiado de lo que era en el pasado, antes del derrumbe de la economía en 2008”, de aquí que sienta cierto malestar económico. La renta media ha caído casi un 10% desde 2007. Eso aparte del enorme segmento de los evangélicos y dejando a un lado los factores de supremacía blanca — profundamente enraizada en los Estados Unidos — racismo y sexismo.
Para la mayoría de su base, Trump y el ala más salvaje del estamento de poder republicano no están lejos de sus actitudes comunes y corrientes, aunque cuando nos fijamos en preferencias políticas concretas, surgen preguntas más complejas.
Un segmento de la base de Trump procede del sector industrial al que ambos partidos han dejado en la cuneta desde hace decenios, a menudo de zonas rurales en las que la industria y el empleo estable se han venido abajo.Hubo muchos que votaron a Obama, creyendo en su mensaje de esperanza y cambio, pero se vieron rápidamente desilusionados y se han vuelto desesperados hacia su amargo enemigo de clase, agarrándose a la esperanza de que, de algún modo, su líder formal acudirá a rescatarlos.
Otra consideración es la que tiene que ver con el actual sistema de información, si es que se puede incluso utilizar esta frase. Para buena parte de esa base, las fuentes de información son Fox News, las tertulias radiofónicas y otros profesionales de los “datos alternativos”. La denuncia de las maldades y absurdos que levanta a la opinión liberal se interpreta rápidamente como ataques de una élite corrupta contra el defensor del hombre común que es, de hecho, su cínico enemigo.
¿Cómo opera en esto la ausencia de inteligencia crítica, es decir, del género que el filósofo John Dewey consideraba esencial para una ciudadanía democrática?
Podríamos hacernos otras preguntas sobre la inteligencia crítica. Para la opinión liberal, el crimen político del siglo, tal como a veces se le denomina, es la interferencia rusa en las elecciones norteamericanas. Los efectos de ese delito son indetectables, a diferencia de los efectos masivos de la interferencia del poder empresarial y la riqueza de particulares, que no se considera delito sino el normal funcionasmiento de la democracia. Y eso dejando incluso a un lado el historial de “interferencias” norteamericanas en elecciones extranjeras, Rusia incluida; la palabra“interferencia” entre comillas, porque es tan risiblemente inadecuada, como debe saber cualquiera que tenga la más ligera familiaridad con la historia reciente.
Eso, desde luego, plantea las contradicciones de nuestro país.
¿Es el sabotaje informático ruso de verdad más importante que lo que hemos discutido, por ejemplo, la campaña republicana para destruir las condiciones de la existencia social organizada, desafiando al mundo entero? ¿O incrementar la amenaza ya extrema de una guerra nuclear terminal? O incluso esos crímenes de verdad, aunque de menor calado, como la iniciativa republicana para privar a decenas de millones de atención sanitaria y sacar a la gente sin amparo de las residencias de ancianos con el fin de enriquecer todavía más a su electorado real de poder empresarial y opulencia? ¿O desmantelar el limitado sistema regulatorio establecido para mitigar las repercusiones de la crisis financiera que es probable que sus preferidos vuelvan a provocar? Y así una tras otra, sucesivamente.
Resulta fácil condenar a quienes situamos al otro lado de cualquier divisoria, pero más importante, corrientemente, es explorar lo que entendemos que nos queda cerca.
Noam Chomsky: Catedrático emérito de lingüística del Massachusettes Institute of Technology, EE UU, es uno de los activistas sociales más reconocido por su magisterio y compromiso político.
Fuente: The New York Times, 5 de julio de 2017
Traducción: Lucas Antón