Pero no fue esto lo único que hizo Bomba Camará. También demostró la excepcional fidelidad de Valverde al Barrio Obrero de Cali y a la música que tanto él, como todos los de su misma edad, escuchamos en la infancia y la adolescencia. “La música del otro lado”, como la llamaban en los bares de Cali y Buenaventura, la música de Cuba y de Puerto Rico, en cuyo olimpo, entonces inaccesible, destacaba la pléyade de estrellas Sonora Matancera, con Celia Cruz a la cabeza. Esta doble fidelidad definió a Valverde como escritor, como hombre y como figura pública. Él fue un hombre de carácter difícil, como lo sabían todos los que le conocieron, tan fiel a sus amigos como proclive a los arranques de ira y a las declaraciones agresivas. Pero si esta faceta de su personalidad no le impidió convertirse en una figura muy popular en Cali fue por su obstinada celebración del Barrio Obrero que, gracias a su obra, alcanzó el estatuto de leyenda. Popularidad la suya en el sentido fuerte, de aquello que es propio del pueblo y que, por lo mismo, disgustó a una ciudad como Cali que, aunque se hizo vertiginosamente moderna en apena medio siglo, aún conserva una cultura señorial y racista, dada al desprecio apenas disimulado por los pobres y los de abajo.
El temprano reconocimiento que Bomba Camará recibió en México debió mucho al hecho de que los círculos literarios de la capital azteca habían recibido por aquellas fechas y con verdadero entusiasmo las primeras novelas de José Agustín y de Gustavo Sainz. Novelas protagonizadas por personajes adolescentes que se expresaban no en un lenguaje literario sino en una jerga juvenil. Como de hecho lo hacen los personajes del libro de Valverde. La diferencia entre aquellas novelas está en que aquellos adolescentes eran de una clase media urbana emergente y los de Bomba Camará son populares. Es la diferencia que igualmente separa a Bomba Camará de Que viva la música, la novel Andrés Caicedo, cuyos protagonistas arrastrados al vórtice de la salsa son, al igual que el propio Caicedo, adolescentes de clase media.
La otra fuente de la popularidad de Valverde tiene que ver, como ya dije, con su fidelidad a la que en los 50/60 del siglo pasado se llamaba la “música del otro lado” y que en los años 70 empezó a conocerse como la salsa. Las cosas en el Caribe ya eran de otra manera. La Sonora Matancera se había exiliado a raíz de la Revolución cubana y escenarios como La Habana, Ciudad de México o Caracas habían cedido su lugar de privilegio a Nueva York, que se transformó en la plataforma de lanzamiento de esa pléyade de bandas y orquestas portorriqueñas protagonistas del fenómeno de la salsa. Apropiación y reinterpretación de la multifacética herencia musical caribeña en términos congruentes con el ritmo frenético de la Gran Manzana. El debut de la banda de Richie Rey y Bobby Cruz en una Feria de Cali marca el inicio de la etapa en la que la salsa triunfa de manera tan espectacular y duradera en Cali que daría pie a que se acuñara el lema de “Cali, capital mundial de la salsa”.
Valverde tuvo un papel crucial en ese triunfo. La elección del título de una canción de Richie y Bobby como libro Bomba Camará resultó premonitorio de un compromiso de Valverde con la música del Caribe del que ofreció incontables pruebas el resto de su existencia. Como periodista, en sus columnas en los diarios El Pueblo y Occidente, en numerosas crónicas y reportajes, así como en intervenciones radiales, propias o auspiciadas por periodistas como el cubano José Pardo LLada. Pero igualmente por prácticamente todos de los libros que escribió, todos centrados en la salsa y en su mundo. El primero de ellos, por su sorprendente originalidad y su extraordinario impacto, fue Reina Rumba. Libro en el que la biografía de Celia Cruz es leída en términos de la relación personal que Valverde había mantenido con las canciones de la cantante cubana desde los años de su infancia en el Barrio Obrero. Celia se quedó absolutamente impresionado con esta obra insólita, que es biográfica, autobiográfica, crónica de una época tan de la prosa como de la poesía. Guillermo Cabrera Infante también se rindió ante este prodigio. Le escribió a Valverde una carta que en la que le trasmito su asombro por un libro que él, cronista inigualable de una Habana difunda, habría querido escribir.
A ese libro le siguió años después esa otra gran obra narrativa suya que es Quítate de la vía perico. Su título cita a una célebre canción de Ismael Rivera, vocalista de Cortijo y su combo de Puerto Rico. Al tiempo que le hace un guiño al “tiempo del perico”, a los años jubilosos en los que en la noche caleña enseñoreaban los “mágicos”, los capos de la coca, a quienes se les atribuía la capacidad de hacer milagros. Valverde se sumergió hasta el fondo en un mundo de fantasías diurnas y exaltaciones nocturnas, cuya banda musical la ponía la salsa y en la que expresión más sintética del frenesí de entonces lo puso el personaje que grita en medio de una discoteca: “¡Le ganamos a la vida!”. El escritor y dramaturgo Sandro Romero – que ha escrito una necrológica tan apasionada como polémica de Valverde – no ha dudado en calificarla como “una gran novela”, cuyo reconocimiento se vio desgraciadamente postergado por la emergencia en Colombia de una nueva generación de novelistas urbanos.
Un cambio de época que anticipó igualmente el fin de la hegemonía omnipresente de la salsa en la escena cultural caleña. Otras voces y otras músicas comenzaron a competir con ella. La más desafiante, precisamente por compartir la raíz afro, la de las músicas del litoral pacífico, ignorados o relegadas desde siempre, hasta que la fundación del Festival Petronio Alvarez hace dos décadas le brindó una plataforma de despliegue excepcional. La idea fue del promotor cultural Germán Patiño, quien incluyó a Valverde en su primera junta directiva. Pero Valverde no supo o no quiso encajar este desafío y nunca terminó de aceptar a este festival. Se transformo en un defensor a ultranza de la salsa, sacó a relucir con frecuencia su faceta más agresiva, y no cesó de escribir libros y reportajes en los que exaltaba el legado salsero. A este periodo pertenecen, entre otros libros, su Memoria de la Sonora Matancera y la apasionada biografía de Jairo Varela, el músico y compositor chocoano afincado en Cali, autor de la canción Cali Pachanguero, auténtico himno de la ciudad.
Antes de concluir, advierto que en esta breve semblanza de Umberto Valverde faltan facetas muy importantes de su vida y obra. Al contrario de lo que podría pensarse por su dedicación al mundo noctámbulo de la salsa, Valverde no fue un bohemio desnortado. Por el contrario: fue un trabajador incansable y muy disciplinado, como atestigua su obra literaria y su ingente obra periodística. Así, como su faceta de editor. El saco de la nada a la revista del América y la convirtió en una de las mejores de su género. También fue el primer editor de La Palabra, el magazín cultural de la Universidad del Valle, auténtica escuela de buenos periodistas. E igualmente fue notable su papel como responsable de publicaciones de la misma Universidad: publicó más de una treintena de títulos.
Umberto, camarada, ¡que la tierra te sea leve!
Carlos Jiménez
Foto tomada de: Diario de Frente
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