En un país centralista históricamente gobernado por las élites conservadoras, el giro expresado en las urnas expresa la voluntad de una sociedad presa de un malestar profundo, hastiada de la política tradicional y de una clase política sorda a las necesidades de la mayoría de los ciudadanos del común.
Con las pasadas elecciones Colombia dio el vuelco histórico y se sumó a los miembros del progresismo latinoamericano. La victoria de Petro dejó ver a las claras el hartazgo social con un modelo económico y social que requiere cambios fundamentales y agudizado por la profunda impopularidad del gobierno de Iván Duque. El resultado de los comicios es el resultado de la exclusión secular de amplios colectivos sociales y de masivas movilizaciones que llevaron al uribismo a su ocaso.
El cambio, sin embargo, también viene acompañado de circunstancias que el presidente electo no puede ignorar. En primer lugar, su victoria, aunque indiscutible, no deja ocultar la existencia de una sociedad gravemente fracturada dividida en dos bandos que rechazan a la clase política tradicional y aspiran a un cambio en la dirección del país, pero con distintos modelos de sociedad y separados apenas por una corta distancia. De allí que la primera tarea que deba acometer el presidente electo sea superar esta situación, tender puentes, restañar las heridas causadas por años de violencia, discriminación e inmovilismo, en un ambiente perturbado por las difíciles condiciones económicas del mundo actual. Para arrojar una luz sobre los retos a superar, conviene saber, en primer lugar, qué factores dieron la victoria al candidato del Pacto Histórico y, en segundo lugar, el ambiente en el cual se desenvolverá su acción.
Los votos de Gustavo Petro
Las últimas encuestas realizadas en el país coincidieron, casi todas, en que había un empate cerrado. Se constataba una tendencia favorable al candidato del Pacto Histórico, pero se había convertido en lugar común decir que Petro había alcanzado un techo y que su votación no podía crecer mucho más, mientras Hernández podía contar con los votos obtenidos en la primera vuelta más los de la derecha tradicional. Dos elementos contribuyeron a romper estas conjeturas. El primero de ellos, el incremento de la participación que aumentó hasta 58% del potencial electoral, superando el 45.1% de participación en las elecciones al Congreso para el período 2022-2026. El segundo, la notable disminución del volumen de indecisos. De hecho, la intensa campaña de desprestigio contra Petro en una campaña sucia produjo el resultado contrario puesto que animó a muchos indiferentes a sumar sus votos para que la posibilidad de elegir un gobierno popular no se frustrara. Por el contrario, el apoyo de los seguidores de Federico Gutiérrez a Rodolfo Hernández, le quitó a este último el sello de novedad que lo había llevado a la segunda vuelta.
El análisis de la votación por municipios y regiones permite dar una respuesta a la pregunta que surge cuando uno se pregunta de dónde salieron los votos que le permitieron a Petro romper su supuesto techo. El patrón geográfico del voto indica claramente que el centro andino estuvo mayoritariamente inclinado a la derecha mientras la periferia se volcó a la izquierda. Así mismo, que el mayor incremento de votación a favor de Petro se dio en las regiones del Pacífico y el área metropolitana de Cali. Aquí se nota la importancia de la campaña territorial encabezada por Francia Márquez y el resultado de su acción como activista en la zona.
La canalización del voto hacia la victoria no solamente encuentra respuesta en el dominio urbano de Petro, en la distribución territorial del voto y en la oposición entre centro y periferia; también en la polarización que ha dividido al país en bandos opuestos alimentados constantemente por la desconfianza, las brechas sociales, el racismo y con frecuencia por un odio irracional.
Francia Márquez fue fundamental para la victoria del Pacto Histórico. Su presencia aportó la cuota de los y las nadies, de las mujeres, del pueblo, de los históricamente marginados y menospreciados que consideraron que en esta contienda cada voto contaba, de los que convenció que había que “llevar la resistencia a las urnas”.
El desafío
La clave de estas elecciones fue el cambio; cambio político, cambio de una condición de miseria y lucha contra la corrupción. El asunto quedó claro cuando a raíz del apoyo del uribismo a Rodolfo Hernández este dejó de ser símbolo de cambio para convertirse en émulo de los mentores de la derecha.
El reto que asume Petro es enorme. El presidente electo es consciente de que la sociedad colombiana está profundamente dividida y que para poder gobernar necesita construir consensos. Por eso su empeño en construir un gran acuerdo nacional. De allí que en su primera intervención fuera claro al afirmar que “No es un cambio para vengarnos, para construir más odios. No es un cambio para profundizar el sectarismo en la sociedad colombiana”. Ello implica tener en mente una política de inclusión abocada a asumir el desafío de garantizar la implementación total del Acuerdo que se firmó en La Habana, concebido como contribución a la ampliación y profundización de la democracia. No se puede olvidar que la llegada al poder del Pacto Histórico empezó a gestarse en los acuerdos de paz de 2016, cuando las Farc abandonaron las armas y se integraron a la vida civil, abriendo el camino para que una opción progresista pudiera gobernar el país.
Le ha tocado a Petro aprovechar el momento, pero para concretar su proyecto debe, ante todo, espantar los espectros que anidan en los círculos económicos y políticos que desconfían de su pasado y le temen. Su ambiciosa agenda social y la viabilidad de su proyecto dependen en gran medida de cambios en el campo de la justicia y en las políticas económicas y fiscales, como también del apoyo político en el Congreso de la República. Un Congreso fragmentado que exige negociaciones para tejer alianzas y conformar mayorías que consoliden una gobernabilidad que asegure estabilidad, genere confianza y brinde tranquilidad a los colombianos.
Además de la responsabilidad y de la calma que necesitará el gobierno para ganar voluntades y adhesiones, también necesitará cabeza fría para manejar el tema económico y controlar la inflación sin perder de vista el crecimiento. Reto inmenso dado que la deuda pública del país es en estos momentos una de las más altas de la historia colombiana y el déficit fiscal exige soluciones a corto plazo.
Petro ha dicho que quiere centrar su gobierno en lo social e impulsar el capitalismo en Colombia apostándole al agro y a las pequeñas empresas para reducir la informalidad laboral lo que supone también el enorme reto de desarrollar sectores productivos que permitan un mayor crecimiento económico, así como una reforma tributaria que recaude ingresos mediante un sistema redistributivo. Estos proyectos no pueden desarrollarse al margen de lo que sucede en el ámbito internacional, en estos momentos fuertemente sacudidos por una ola inflacionaria que amenaza con abrir las puertas a una recesión en los Estados Unidos La pugna entre las grandes potencias ha frenado el comercio internacional y cuestionado la hegemonía del dólar. Todo ello afecta en alguna medida la buena marcha de las economías insertas en el mundo global.
Con la elección de Gustavo Petro Colombia entra en una nueva era política. Habrá una oposición férrea. La petrofobia y el miedo irracional que ha generado su llegada al poder seguirán haciéndose sentir en las redes sociales y en algunos medios de comunicación, pero la institucionalidad está del lado del presidente electo quien lo dejó claro cuando terminó su primera intervención pública una vez elegido, al concluir: “Soy Gustavo Petro y soy su presidente”.
Rubén Sánchez David
Foto tomada de: MAIS
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