La guerra en Ucrania cumple su primer año. El 24 de febrero de 2022 el gobierno de Vladímir Putin invadió Ucrania y la guerra dura hasta el día de hoy. Su final no se visualiza en el horizonte. Por el contrario, el escenario sigue siendo el de un conflicto perenne con variada y fluctuante intensidad. Los balances y escritos en torno del conflicto han proliferado en los últimos días. Muchos de ellos han hecho hincapié en el estado operacional de la guerra, en los posibles escenarios futuros, en el rol de los actores externos y en los múltiples impactos sobre el sistema internacional, entre otros. Pero ¿qué lecciones deja el conflicto militar en relación con el funcionamiento de las relaciones internacionales? ¿Qué aspectos de largo plazo es importante observar en esta guerra en función de la configuración del sistema internacional para lo que resta de la tercera década del siglo XXI?
Las fuerzas profundas. Como bien estudió el historiador francés Pierre Renouvin, las relaciones internacionales han estado moldeadas, históricamente, por dos dinámicas macro: la cooperación y el conflicto entre las naciones. Estas dinámicas no son excluyentes, sino que han estado presentes de forma simultánea con mayor o menor preponderancia de una sobre la otra. Existen momentos en que predominan fuerzas centrípetas en el escenario internacional, proclives a una mayor cooperación e integración entre los actores estatales (Posguerra Fría) y otros de fuerzas centrífugas tendientes a una mayor conflictividad y fragmentación. La guerra en Ucrania confirma que el sistema internacional –en su dimensión interestatal– atraviesa claramente esta segunda macrotendencia. La conflictividad entre grandes poderes, no necesariamente el estallido de un conflicto bélico como el actual, llegó para quedarse y, con ella, la crisis del multilateralismo y la gobernanza global.
La diferencia entre el poder como «atributo» y como «ejercicio». Con un arsenal de instrumentos y sanciones económico-financieras, Estados Unidos como superpotencia financiera (y con el apoyo de sus socios europeos) no pudo doblegar y hacer colapsar la moneda ni la economía rusas. Por su parte, un ejército ubicado en los primeros puestos de todos los rankings de capacidades militares y con enormes asimetrías a favor respecto a Ucrania fue incapaz de doblegar operacionalmente en los primeros meses al ejército ucraniano. Como evidencian los artículos de Barry Eichengreen (sobre los límites del poder económico de Occidente) y Lawrence Freedman (sobre los límites del poder militar de Rusia) publicados en junio de 2022 en la revista Foreign Affairs, disponer de importantes recursos de poder no asegura el éxito en su ejercicio. El poder es un concepto relacional y contextual, y no la mera acumulación de recursos. La actual guerra es un ejemplo claro de lo que señalamos con Nicolás Creus en el libro La disputa por el poder global (Capital Intelectual, 2020). Resulta un grave error establecer una relación directa y lineal entre los recursos que posee un Estado y la posibilidad de lograr los objetivos deseados y perseguidos. No siempre quienes disponen de mayores recursos de poder logran los resultados ni la influencia que pretenden. El hecho de que la guerra lleve un año de duración se explica, en buena medida, por la incapacidad de las potencias de imponer su voluntad apoyadas en sus ventajas relativas: una en el plano económico-financiero (Estados Unidos) y la otra en el plano militar (Rusia).
La interdependencia económica inhibe y retrasa el conflicto, pero no lo anula. El marco teórico en el cual se estructuró la relación de Alemania (Europa) con Rusia en la Posguerra Fría se sustentó en la Trade Expectation Theory (teoría de las expectativas comerciales) esbozada por el internacionalista Dale C. Copeland: si los beneficios comerciales aumentan y la interdependencia económica se consolida (por ejemplo, el comercio energético entre Rusia y Europa), los costos de a ir a una guerra son tan elevados que frenan cualquier impulso bélico. La decisión de Putin de ir a la guerra (ya sea para maximizar poder o por su seguridad, que cada uno elija la opción que crea válida) puso en segundo plano los intereses económicos y los costos asociados a ellos, en tanto el marco de decisión está dado por el interés nacional y por la percepción (equivocada o no) de que estaba en juego la supervivencia del Estado. Resulta claro que en gobiernos autocráticos esa decisión tiene un margen de maniobra y una permisibilidad muy superiores a los que podrían darse en cualquier régimen democrático. Esta enseñanza resulta particularmente importante para pensar le evolución de la otra conflictividad clave del sistema internacional: la disputa entre Estados Unidos y China. Si tanto Washington como Beijing sienten que sus intereses vitales están en juego, la fuerte interdependencia económica mutua y los daños colaterales sobre la globalización (corporaciones) que se puedan producir no frenaran la pulsión de recurrir al uso de la fuerza.
La persistente centralidad del espacio físico en un mundo digital. A fines de 2021 se produjo un interesante contrapunto entre el politólogo y consultor Ian Bremmer y el académico y experto en relaciones internacionales Stephen Walt. El primero señaló que el mundo se estaba moviendo hacia una «tecnopolaridad» en la que el poder digital (las grandes firmas tech) estaban creando una nueva dimensión geopolítica (el espacio digital), que lograría reconfigurar el orden internacional. Walt, por su parte, argumentó que más allá de la clara importancia relativa conseguida por estas tecnologías y de los claros impactos observados (el rol del servicio Starlink de Elon Musk para que Ucrania tenga internet), el espacio digital seguía siendo opcional, mientras que el espacio físico es esencial para todo orden internacional. En ese espacio la humanidad «pelea por territorios, por el control de las rutas marítimas y por otros recursos físicos, por eso coloca frontera e instituciones para garantizar la soberanía y el control», señalaba Walt en su escrito. El estallido del conflicto en Ucrania en 2022 y su devenir posterior mostraron con claridad el punto de la tesis de Walt. Los intereses vitales de Estados Unidos, de Alemania y de Bruselas están más centrados en hacer llegar físicamente la asistencia militar a Kiev y en la reconfiguración de la frontera ucraniana frente a la agresión rusa que en regular el poder desproporcionado de Amazon o de Twitter en el ciberespacio.
La interdependencia como arma. Si en la globalización centrípeta de finales del siglo XX y principios del siglo XXI los grandes jugadores estatales coadyuvaron en el objetivo de conectar y unir los espacios físicos y digitales a escala global, en el actual contexto de fragmentación geoeconómica –tal como la define el último informe del Fondo Monetario Internacional– el objetivo es bloquear y desconectar algunos lazos de interdependencia que se identifican como peligrosos y nocivos para la seguridad nacional. La exclusión de Rusia de la red SWIFT, la explosión sobre el gasoducto Nord Stream 2 y el cierre de McDonald’s en Moscú son hechos extremadamente simbólicos. Desandar la interdependencia conseguida e incluso utilizarla como arma es un objetivo que continuará aun ante un escenario de finalización del conflicto bélico. Este movimiento arrastra a los sectores privados empresariales, que deben surfear la nueva fase de «globalización de riesgos», en la que la variable geopolítica entra de lleno en la ecuación costos/beneficios.
Europa y Rusia ya perdieron. Independientemente de cómo termine el actual conflicto bélico, una certeza es ineludible: ambos pierden. En un horizonte temporal de mediano plazo, ambos actores (si es que se puede pensar en Europa como tal) serán más débiles de lo que son hoy. Su centralidad como actores estructurantes e influyentes de las relaciones internacionales se está esfumando. La gran pugna tecnológica en curso (inteligencia artificial, internet cuántica) los tiene como testigos más que como actores. Una larga guerra como la actual acentuará esta dinámica. Hoy están sentados a la mesa principal del tablero internacional, pero con el horizonte temporal de estar en el menú de las dos grandes superpotencias. La dependencia militar y energética de Berlín/Bruselas respecto de Washington ya es fáctica, y la dependencia energética, comercial (e incluso posiblemente militar) de Rusia con China se está comenzando a gestar. ¿Habría podido Ucrania repeler la agresión rusa durante un año sin el apoyo militar de Estados Unidos? La respuesta es un contundente no. ¿Puede Rusia prolongar la guerra por otro año más sin el apoyo militar de Beijing? La respuesta hoy no es tan clara. La desconexión de Moscú con Occidente lo obliga a recostarse sobre China, aunque desde la debilidad y la urgencia. La geografía euroasiática en disputa será un punto neurálgico para la geopolítica con epicentro en el Indo-Pacífico, pero en clave periférica.
El bilateralismo preponderante. La relación bilateral entre Estados Unidos y China sigue siendo la variable clave para gestionar exitosamente los actuales problemas globales (la estabilidad financiera, el cambio climático, una pandemia que no finalizó). Y la guerra en curso no es la excepción. El conflicto entre Rusia y Ucrania se ha transformado, de hecho, en un elemento importante en la clara degradación del vínculo bilateral entre Estados Unidos y China en el último año. Su extensión o resolución dependerá mucho de los avances en el terreno militar, pero también de la voluntad, las necesidades y los intereses de Washington y Beijing. Hoy ambos parecen estar cómodos con esta larga y perenne guerra. Los halcones de Estados Unidos piensan que una guerra de desgaste (en la que el país no participa directamente) puede lograr de una vez por todas una Rusia débil, vulnerable e incluso un cambio de régimen que eyecte a Putin del poder. En el Partido Comunista Chino observan que, luego de la recuperación económica tras la política de covid cero, las externalidades económicas negativas de la guerra pueden ser repelidas, y que una prolongación del conflicto podría obligar a Estados Unidos a comprometer recursos económicos, diplomáticos y militares en otro conflicto, desatendiendo en términos relativos la competencia sistémica con China. En definitiva, si Joe Biden y Xi Jinping no perciben que el fin de la guerra es funcional a sus intereses nacionales, resultará difícil pensar que cualquier intento de paz pueda concluir satisfactoriamente.
Esteban Actis
Fuente: https://nuso.org/articulo/a-un-ano-de-la-guerra-en-ucrania-siete-lecciones-para-las-relaciones-internacionales/
Foto tomada de: https://nuso.org/articulo/a-un-ano-de-la-guerra-en-ucrania-siete-lecciones-para-las-relaciones-internacionales/
Luz Marina Garzón says
El conflicto inició mucho antes, desde el incumplimiento de la OTAN de no expansión hacia oriente, el golpe de estado de febrero 2014, el ascenso del títere Zelensky y su gobierno por nazi, las masacres contra la población rusoparlante, la mano negra de EEUU, dividiendo, para evitar el fin de su hegemonía. Decepción que no se vea ambos lados.