Algunos centros de pensamiento han salido de manera irresponsable a plantear efectos de la reforma tributaria sobre los ingresos, por ejemplo, que el impacto será del 30% sobre el salario (como si la reforma tributaria le implicara a un trabajador de salario mínimo $221.315 mensuales solo en impuestos ¡qué locura! Y los diarios y noticieros se atreven, sin mayor reflexión, a divulgar estas noticias) No sé de donde saldrá esta cifra, uno esperaría, con algo de ingenuidad claro está, que plantear esto es posible solo después de realizar ejercicios cuidadosos de medición e impacto. Porque las cifras mostradas de cualquier manera son simplemente caldo de cultivo al mundo de las mentiras del que ya parece nos estamos acostumbrando, a lo que indiscutiblemente me niego no solo como docente e investigador, sino como ciudadano.
Primero hay que decir que, en efecto, la reforma tributaria es un adefesio. Desde esta tribuna insistí el año pasado en la inequidad de este proyecto y en el gran desgaste del gobierno para muy poco. Una reforma a favor de las empresas, que dejó prácticamente quietos a los altos ingresos y que puso a la sociedad en su conjunto a asumir un IVA mayor. Parece que esto mismo lo entendieron las calificadoras de riesgo que mantuvieron la calificación al país. Obviamente las autoridades se respaldan en que sin ella la catástrofe no se habría hecho esperar y nos habrían bajado de calificación. Pensemos que sea verdad, pero lo claro es que les pareció ahí no más, un paliativo para los grandes problemas fiscales del país.
Segundo, es cierto que tiene un impacto sobre el ingreso de las familias. El aumento del IVA en tres puntos porcentuales, golpea directamente al 60% de la canasta familiar. Es claro que el IVA es un impuesto regresivo, que golpea con más fuerza el ingreso de los más pobres. Suponiendo, en un caso extremo, que una persona que se gana hasta un salario mínimo (en este país son cerca de 8 millones) lo invierte todo en la canasta tendría un impacto de aproximadamente $13.300 pesos mensuales, es decir un 1.8% sobre su salario. Si a esto se le suman otros rubros que como en el caso de la telefonía celular y el uso de datos adquirieron mayores valores, podrían sumar otros 5.400 pesos mensuales, es decir un impacto total para un ingreso de salario mínimo del 2.5% aproximadamente.
Visto así cualquiera podría pensar que se trata de una defensa a las medidas gubernamentales. Nada más alejado del propósito que se quiere. Restarle un 2.5% al ingreso anual de 8 millones a las personas que devengan un salario mínimo significa un fuerte golpe a su calidad de vida, a sus posibilidades de consumo y de sobrevivir. Y esto es grave. La inflación en el año 2016 fue del 5.75% mientras que el aumento del salario mínimo fue del 7%, es decir, se les entregó a las familias un aumento real de 1.25 puntos porcentuales. La reforma tributaria tiene el efecto negativo del doble de esta cifra, lo que termina por significar que las familias colombianas tuvieron una reducción de sus ingresos reales en al menos un 1.25%. Un mal comienzo del 2017 para todos.
La sensatez sobre el impacto de la reforma no quita lo delicado para un país que espera, y ha trabajado por ello, que su gente salga de situaciones de indigencia y pobreza. Es más, que las capas medias no queden en la vulnerabilidad de caer rápidamente en la pobreza. La reforma tributaria que ya se implementa, tiene todos los visos de la irresponsabilidad de las autoridades y del Congreso, la desidia de nuestra dirigencia, de los hacedores de política por la equidad y el bienestar de la población, medidas a favor de los grandes capitales, tal y como se estila en las economías más conservadoras del mundo.
De otro lado, Colombia, dados los acuerdos con las FARC y las tensiones políticas de la refrendación, ya debe soportar el inicio de una campaña electoral que promete ser tan fuerte como el plebiscito y siguiendo ya los ejemplos de la campaña presidencial en los Estados Unidos. Esto no es nada halagüeño para una economía que sin lugar a dudas goza de cierta estabilidad.
Los tiempos de proteccionismo en los Estados Unidos ya comienzan a impactar al mundo y el país no será ajeno a ello. Vienen tiempos fuertes y ya veré como nuestras élites políticas y empresariales empezarán a cambiar sus discursos para parecerse, al menos un poco, a los que se generen en la gran potencia. Un nuevo orden económico comienza a configurarse, y poco se sabe aún de cómo se organizarán las distintas fuerzas mundiales. Además, un momento que toma a América Latina girando a la derecha, desintegrada y con economías vulnerables.
En Colombia, nos preparamos a la inversa, en vez de fortalecer los mercados internos, seguimos apostando a las fuerzas de los mercados externos, a deteriorar las precarias condiciones de ingresos de la población, con un sector rural olvidado y a debilitar las micro y pequeñas empresas. La oportunidad de tener una reforma tributaria como un instrumento para el crecimiento, el desarrollo y en especial para la equidad, se perdió en los vericuetos del lobby, de la corrupción.
Ellos, los hacedores de política, tuvieron la ilusión que la reforma la pagarían los más pobres, como en efecto sucede, pero todos los vientos soplan para un destino menos prometedor: un año económico 2017 con dificultades para crecer en el consumo interno, perdido entre los sinsabores de la politiquería, la corrupción; los presupuestos públicos despilfarrados encaminados a preparar las campañas políticas, la incertidumbre mundial con un bloqueo tácito al comercio, las crisis del petróleo y las materias primas y un país que no alcanza a entender la necesidad de encontrar puntos de consenso para construir un futuro mejor. Definitivamente, como se suele decirse, en economía no hay almuerzo gratuito, pero la codicia empresarial por pagar menos impuestos a costa de los más pobres la terminaremos pagando todos como sociedad, incluidos los grandes empresarios.
Jaime Alberto Rendón Acevedo: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle
Enero 26 de 2017
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