Es el nuevo “sueño americano”, pero para los de adentro
Guste o irrite, no puede negarse que el candidato republicano derrocha personalidad y liderazgo con sus propuestas francas y practicables a su modo.
Cosa distinta es que ofenda ese supremacismo descarnado frente a ciertos grupos poblacionales internos, ese inaceptable desprecio por lo femenino, por la libertad sexual, por los inmigrantes, y el rechazo taimado a la urgencia de frenar la catástrofe del calentamiento global. Pero es el vocero más claro del pensamiento conservador, el líder mundial que protege las economías sucias, y del proyecto de reversar el globalismo económico en sus fronteras. Y hay millones detrás de ese espantapájaros de neoliberales que iguala con izquierdistas y comunistas, defensor de las ideologías religiosas más retardatarias, de la “ley del fusil”, la reducción de impuestos a las grandes compañías, y de la libertad personal absoluta. Por algo Elon Musk es su nuevo partner.
No cabe duda, que con Trump se activó el debate público sobre las fallas del globalismo económico, la gran creación del neoliberalismo; y que hizo visible la crisis de ese diseño que lesionó casi todas las economías, excepto las de China, India y Taiwán, y México a menor escala, mientras prosperaron grupos de inversión que manejan masas colosales de dinero y proyectos en casi todos los rincones del mundo. Grupos que hoy controlan las economías nacionales, con el poder virtual de incidir en las decisiones que afectan las relaciones internacionales de comercio. Black Rock, es uno de ellos.
El regreso del candidato republicano a la oficina oval es bastante probable, de acuerdo con la historia de las tres últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que a esta altura confirman unánimemente las encuestas sobre intención del voto popular el próximo 4 de noviembre: siete estados definirían entre Kamala Harris y Donald Trump quién despachará en la Casa Blanca los próximos cuatro años.
En una nación en la que el voto ciudadano solamente se solicita para establecer la mayoría en cada estado, y adjudicar al vencedor la totalidad de los compromisarios que componen el Colegio Electoral – que finalmente elige al presidente y vicepresidente por mayoría simple –, los candidatos se concentran en sumar los “electores” finales; porque el ganador arrastra con el botín completo de la representación que corresponde al estado en el Colegio, dejando al contendor en cero. Es un sistema que funciona con el “todo o nada”. Quien gana el voto popular en California se lleva los 55 votos electorales del Estado, los 6 de Utah, los 11 de Massachusetts, etcétera, en la campaña por conseguir los 270 votos mínimos para hacerse elegir por el Colegio Electoral en diciembre.
Y según la geografía electoral encuestada, después de aposentarse la espuma del lanzamiento de Kamala Harris en reemplazo de Joe Biden, Trump recorta la distancia perdida momentáneamente, y supera a la demócrata en algunos casos.
A esta hora, expertos electorales y analistas políticos hacen cálculos con dos operaciones: adjudican a cada candidato los votos de los Estados en los que su partido ha ganado repetidamente las últimas 3 elecciones, al menos, y hacen cábalas sobre cuál será la mayoría en ciertos estados en los que el resultado ha comenzado a cambiar de una elección a otra. Porque, mientras desde hace décadas la votación en la mayor parte de los estados es predecible por el azul de los demócratas o el rojo de los republicanos; en otros la preferencia del elector directo se ha tornado veleidosa, transable, o simplemente indecisa, según lo reflejan las encuestas con mayorías ínfimas, en el margen del error estadístico.
Por esa razón los candidatos gastan sus mejores esfuerzos proselitistas en Alabama, Georgia, Illinois, Míchigan, Pensilvania, Wisconsin y Nevada, en los que se registran diferencias alternantes de 0.3 y 1.0 puntos las dos últimas semanas; sin descuidar Arizona, Carolina del Norte y Ohio, con mayorías exiguas y cambiantes. Porque Michigan fue demócrata de 1999 a 2012, pasando a republicana con Trump en 2024; Georgia, donde perdió Trump en 2014, ahora lleva la delantera con entre 2 y 4 puntos, o New Hampshire donde Trump ganó en 2016, Harris va adelante con fluctuaciones entre 0.3, y 1.0 puntos.
Sin duda, con el cabeza a cabeza actual la elección se decidirá en los estados “bisagra”, porque en seis de ellos están en juego 90 electores. Por esa razón la disputa entre Trump y Harris se ha vuelto encarnizada allí, donde rige el principio del “todo vale”: el codazo trapero del infundio, las propuestas demagógicas o las mentiras descaradas al votante, sobre el seguro de salud, el empleo o la inmigración, los verdaderos problemas internos de la población necesitada de soluciones.
Por décadas el electorado solía aumentar sin cambiar de color, hasta que la consistencia del voto partidista se afectó por varios factores. Deben apuntarse las corrientes migratorias internas de trabajadores por causa de crisis económicas regionales; el peso del pensamiento conservador de las comunidades religiosas que allí pululan como pastos; la desconfianza negra llevada y traída en cada elección y con cada rebelión callejera luego de un abuso policial; la irrupción de la creciente comunidad con sexualidad no tradicional con sus demandas de reconocimiento e igualdad; la intervención en aumento de las mujeres en el trabajo y la opinión; la aparición del feminismo en el debate público y el reclamo a que se respeten las decisiones de su cuerpo, como el aborto; la masa considerable de población latina con sus diferencias de origen y época de ingreso; todo ello ha contribuido a la migración y mudanza del voto.
Por cuenta de esas realidades sociales, los candidatos se ven obligados a pronunciarse y comprometerse con asuntos espinosos como la protección o el rechazo al aborto, el seguro de salud, el empleo y la inmigración. De hecho, estos cuatro temas y la forma de encararlos, marcan con claridad la línea divisoria entre el candidato republicano y la demócrata. Lo demás es confusión y semejanza.
Sin embargo, en esta campaña surgió una nueva diferencia entre republicanos y demócratas: aquellos se dirigen principalmente a los hombres, y estos a las mujeres. A la vista de esa nueva línea divisoria, y con el apuro de impactar ese sector, a K Harris se le ocurrió una promesa: conceder a los hombres negros un préstamo para vivienda no retornable manejado en bitcoin para evitar la distorsión de los recursos, y legalizar el uso de la marihuana recreativa. Porque, para la candidata, los negros son irresponsables y marihuaneros.
Tal vez la aspirante demócrata consiga el efecto contrario con una idea tan descabellada y racista, cuando los negros adviertan el veneno de las propuestas, y los blancos pobres la castiguen en las urnas por esa preferencia injustificada que los discrimina por el color de piel.
Y sobre el control de la inmigración Harris no logra decir nada convincente, mientras su oponente machaca día y noche su cantaleta ofensiva y brutal contra los migrantes, sin ver mermado su caudal electoral. En salud apenas logra colgarse del Medicare de Obama, que Trump descalificó en la campaña de 2016 y ahora respalda, quitándole piso en el tema. Y nada creíble dice para aumentar los puestos de empleos, mientras Trump lleva tres años repicando la campana de los que se crearon en su gobierno, lo cual es cierto.
Por ello, Kamala Harris no consigue despegarse de Trump en la intención de voto, pareciendo que es quien tiene el mayor riesgo de perder la carrera. Donald Trump continúa en ella confiado en la fidelidad del voto conservador y retardatario de los “patriotas” y nacionalistas que se oponen al globalismo neoliberal, con el que azota a su contendora sin descanso, y sin que ella pueda arrebatarle el látigo.
Porque el personaje que ha sufrido dos atentados, y un tercero en conato, al parecer, enseño a los norteamericanos que sabe derrotar al neoliberalismo incrementando los aranceles a las mercancías extranjeras, incentivando fiscalmente la repatriación industrial, y ahora propone rebajar la energía para disminuir el costo de vida y la inflación. Algo sobre lo que no miente, pues en su gobierno puso en acción el fracking que disparó las reservas petroleras en USA, autorizó el gaseoducto de Alaska, consiguiendo la autonomía energética. El daño medioambiental no le quita el sueño.
Con esa clase de ideas, y la de frenar la avalancha de migrantes que amenaza la estabilidad laboral y la prosperidad de los latinos acomodados de tiempo atrás, ha socavado el respaldo tradicional de esa comunidad a los demócratas.
Con las pifias programáticas de K Harris, el lastre del gobierno Biden que le resta credibilidad a sus propuestas, y la oprobiosa campaña de ataques personales que sufre en las redes y canales virtuales muy bien financiados, donde se recuerda con desprecio que es negra, india y jamaiquina – por sus padres –; el futuro para ella el 4 de noviembre no pinta risueño.
Además de que los jóvenes la responsabilizan por no haber levantado su voz para detener el genocidio continuo en Gaza, y la acusan de ser judía. Desafortunadamente para ella, no oculta ser defensora a muerte de Israel, siguiendo a su jefe Biden que se declaró sionista en público. Mientras tanto, a Trump no le culpan de complicidad política en el genocidio por ser ajeno al gobierno, aunque es difícil hallar a alguien tan proisraelí como él. Hasta se atrevió a ponerse la kipá en una ceremonia sin inmutarse.
Es que con Kamala Harris pierde Palestina, y con Donald Trump gana Israel
Sólo sobre la guerra en Ucrania logran diferenciarse. De K Harris, negada de carácter relevante y liderazgo propio, apenas cabe esperar la continuación de lo dicho y hecho por Biden. No ha expresado nada propio. En cambio Trump, con la ventaja de su experiencia en tratos con jefes de Estado y su lenguaje cortante, promete terminar esa guerra en pocos días, y sin haber respaldado a Zelensky, que ha notado que el republicano lo considera desechable en las futuras negociaciones de paz con Rusia.
Lo de lograr la paz en un plazo breve es creíble por su conocida posición sobre la OTAN – que no significa romperla –, y porque tácitamente le interesa un modelo de relación con Rusia diferente al de los liberales, con fundamento en que su verdadero enemigo es China. Otra idea que seduce a los norteamericanos blancos y rurales, y a los grandes industriales y dueños de capital.
Y apalancado en el respaldo de FOX y una multitud de propagandistas suyos en canales virtuales que minimizan el efecto de los apoyos de Taylor Swift a la Harris, Trump tiene motivos para esperar con fundado optimismo el 4 de noviembre.
Amanecerá y veremos, según el refrán popular
Álvaro Hernández
Foto tomada de: BBC
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