Como buen heredero de Tirofijo y la experiencia de 50 años de lucha política, Timochenko no es porfiado. Sabe muy bien con quien está negociando y quienes son sus acérrimos enemigos. Pero también es un hombre pragmático. Sabe que con la sola fuerza de las Farc y la atomizada izquierda no es posible un gobierno que asegure y construya la paz. Sabe que se necesita una sumatoria de fuerzas mucho más amplia. Esa nueva fuerza debe unirse y comprometerse en “la conformación de un gobierno de transición cuyo propósito fundamental sea el cumplimiento cabal de los acuerdos de la Habana, el cual debería estar integrado por todas las fuerzas y sectores que han trabajado sin tregua por ellos’’, lo ha dicho en la firma del nuevo acuerdo en el Colón. Logrado el acuerdo de paz, su gran meta es un gobierno de coalición que haga efectiva una paz duradera y estable.
El camino de la refrendación por el Congreso es frágil, al igual que la reglamentación y la implementación estará llena de incertidumbres, de atajos, de caminos culebreros, de acechanzas, de emboscadas, de sorpresas te da la vida. Por eso Tiomochenko ha puesto la política al mando: un gobierno de transición que dé cabal cumplimiento a los acuerdos firmados.
El líder de las Farc sabe que la campaña electoral ya empezó y que será el nuevo gran escenario de confrontación sobre la paz. Por eso le lanza un desafío a las fuerzas democráticas y a las fuerzas de izquierda: la más amplia y completa unidad para defender y desarrollar la paz pactada. Ojalá que las vanidades y el sempiterno espíritu de secta de la izquierda no malogre este propósito en favor de la paz. No hay espacio para las manidas consultas de precandidatos, sería un ritual inútil y estéril. Un gobierno de transición significa sumar fuerzas para conquistar y ganar la presidencia 2018-2022 y para gobernar y hacer parte del nuevo gobierno. No simplemente apoyar, como ocurrió con la relección de Santos.
Un primer asunto a resolver es quien debe ser el candidato del gobierno de transición propuesto por las Farc. Un gobierno de transición debe recaer en un hombre comprometido y probado en la búsqueda paz. Un hombre del Sí. Y el colombiano que mejor encarna los anhelos de paz, que ha trabajo con denuedo por ella, que le cabe en la cabeza un país en paz es, sin duda alguna, Humberto De la Calle.
Las otras candidaturas que con seguridad lo enfrentarán, Vargas Lleras y el candidato que decida Uribe y el Centro Democrático, obligaran a las fuerzas del SI a definir una candidatura única. No hay que darle tantas vueltas al asunto. Se cae de su peso.
Humberto de la Calle encarna la visión más amplia y esperanzadora de la paz en Colombia. Una visión grande, comprometida con el cambio, generosa, sin trampas, sin maquillajes, sincera. La paz que defiende es una paz grande y en grande.
Protagonistas de primer orden en los dos más grandes acontecimientos que cambiaron la vida política colombiana: la Asamblea Nacional Constituyente y las negociaciones de La Habana, que culminaron con la firma del nuevo acuerdo entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Defensor convencido de la paz grande y en grande. Grande porque no se solaza ni celebra la paz como la derrota militar de las Farc, como lo piensan otros y algunas barras bravas partidarias del Sí, de manera simplista.
No piensa que “se acabó con las Farc”, sino que se abre una oportunidad para la transformación social, soporte necesario de toda paz, y para que una organización insurgente se transforme en una fuerza política y deliberante en democracia.
Su concepción de la paz es incluyente. Quiere una paz que incluya a los vencidos. Una paz que reconozca siempre que es fruto de un acuerdo entre dos, que el otro también existe y tiene que decir y defender.
De manera clara y directa ha señalado a la corrupción como el principal enemigo de la paz. Sin derrotar a los poderosos corruptos que hoy campean a sus anchas, sin combatir sus vínculos y acciones delictivas con la clase política no habrá paz, ni dineros públicos que aguanten. Los corruptos no tienen principios, pueden incluso votar por el SÍ, solo tienen intereses. Por eso ha dicho con claridad meridiana: “la paz es también una oportunidad para profundizar la lucha contra la corrupción. Este es un cáncer que nos devora. Arruina la legitimidad de las instituciones. Golpea duramente las finanzas públicas”.
De la Calle encarna el futuro más cierto para alcanzar la paz y dar cumplimiento a los acuerdos firmados en el Teatro Colón. La mejor garantía para las Farc de que lo pactado será cumplido y honrado. Para que la paloma de la paz no se convierte en un frustrante conejo. La oportunidad para alcanzar una paz con profundo contenido social, para acometer las grandes transformaciones que nos saquen de la pobreza, de la inequidad, de la exclusión y en especial que nos libre de ese mar de mermelada que representa la corrupción. Es un político alejado de las prácticas clientelares de los políticos tradicionales, ajeno a las componendas de los directorios, nunca ha caído en la tentación de hacerse elegir como congresista, libre de toda sospecha o señalamiento de corrupción, un liberal autentico, que no solo agita el trapo rojo, sino sus ideas democráticas sobre el país.
El país, los sectores democráticos, las fuerzas políticas del SÍ, la izquierda, las Farc, los colombianos partidarios de una paz en grande, tienen en Humberto de la Calle la mejor opción política para dar continuidad al proceso de paz que apenas empieza. Una alternativa que tendrá un papel decisivo a la hora de elegir el colombiano que nos lleve a construir la paz estable y duradera.
Hernán Suárez
Asesor Editorial, columnista de las 2 Orillas
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