Y digo que es extraña la actitud desde los distintos analistas, porque no ha sido usual que desde las posiciones más conservadoras se objete la gestión y la trayectoria de la economía. Hoy han salido, de todos los colores, a proclamar las alertas sobre las sendas productivas y comerciales del país. Ya era hora que todos estuviéramos de acuerdo en algo. Estamos preocupados por la industria, por el agro, por el comercio.
Pero es que se nos olvida que desde hace un poco más de dos décadas el país ha venido insistiendo en un modelo de desarrollo basado en el libre mercado, en la prevalencia del gran capital, en particular de las empresas trasnacionales y en el olvido a los mercados internos. En una política monetaria ortodoxa y en una política fiscal que favorece a los más pudientes. Sin duda alguna un modelo económico dispuesto para el crecimiento, a la concentración de la riqueza como efectivamente ha sucedido en los últimos años.
La desindustrialización y la desruralización han sido las consecuencias del modelo implementado, no son las causas del bajo crecimiento que hoy se prevé y del que efectivamente se está dando. En los últimos años el crecimiento ha estado soportado en el buen comportamiento de los precios de las materias primas, es decir, de los recursos naturales; en el ámbito interno la prevalencia al mercado ha conducido al consumo a crédito, al sobreendeudamiento de las familias, por lo tanto, en las ganancias de los establecimientos de crédito que si son los que presentan buenos resultados, y que efectivamente explica por si solo una quinta parte del crecimiento económico de los últimos 15 años.
La variación negativa del comercio al por menor (-7.2% en febrero anual, la industria decreció el 3.2%) es el resultado lógico de una reforma tributaria que gravó el consumo. Las familias han debido reestructurar su canasta con el fin de compensar los incrementos, que, aunque en principio debían ser moderados, terminaron siendo aprovechados por los comerciantes para aumentar su tasa de ganancia. El Gobierno implementó la reforma sin tener control alguno sobre el movimiento de precios y mucho menos de inventarios. Los primeros meses del año representaron entonces un aliciente en precios, que terminó ajustándose vía cantidades, con un resultado que es nefasto para el bienestar de las familias, incluso para el Gobierno y comerciantes: se enterraron el cuchillo. Habrá que esperar las cifras de recaudo del IVA, y no sería raro encontrar comportamientos no esperados, es decir, que caigan, dando al traste el esfuerzo de la reforma tributaria.
Los gremios ya han salido a solicitar del Banco de la República un mensaje de positivismo y una reducción de las tasas de interés y al Gobierno un plan de recuperación económica. Como si el problema fuera coyuntural. Sin dudarlo un momento unos y otros saldrán prestos para reactivar la economía. Esto de entrada no está mal, habrá que tomar medidas anti y procíclicas para generar mayores tasas de crecimiento al 2,3% esperado, pero no se discuten estrategias que permitan que ese crecimiento se expanda a los distintos sectores. Sin lo que se llamó el auge minero y los buenos precios de las materias primas, es difícil que la economía colombiana encuentre en el corto plazo sectores líderes. Por ahora nos deberemos conformar con tasas bajas de crecimiento y, con política económica y decisiones claras por parte de los empresarios, posibilitar que no caiga más el crecimiento, por el contrario, lograr expandirlo en los mismos sectores, es decir, en aquellos que poco empleo generan y, por lo tanto, no contribuyen a mejorar la distribución del ingreso.
De otro lado, hay que insistir, que buena parte de estas señales de alertas sobre la baja en las expectativas de crecimiento (que son absolutamente ciertas y estructurales pero que solo ahora se realzan, lejos aún claro está de una recesión); obedecen a dos cosas fundamentales: la primera a las tensiones en los procesos de paz, donde salen a relucir, incluso desde posiciones que han sido bastante serias y moderadas, llamamientos a una gestión distinta de la economía. Esto sin duda debe ser una oportunidad para que el país por fin se piense en su modelo de desarrollo y en sus dinámicas productivas. Pero la segunda posición es más complicada: se trata de un asunto de política electoral en un año largo que será difícil para los negocios, un encuentro prematuro de los ciclos presupuestales y de los ciclos políticos, adobado con escándalos de corrupción, reforma tributaria y oposición a los acuerdos con las FARC, que serán la mayor talanquera para esperar un mejor comportamiento de la economía.
De esta forma, aun a pesar de las advertencias de analistas y gremios, estas no pasarán de ser coyunturales, y peor aún, entran a ser parte de aprovechamiento que se hace del ciclo político y electoral. Por eso la insistencia de los gremios a la baja de las tasas de interés y a la oxigenación de los programas del gobierno para la reactivación económica, que son formas necesarias para contrarrestar la desaceleración del ciclo productivo, pero no suficientes para generar cambios estructurales.
Pero fuera de algunos elementos interesantes que la Andi ha comenzado a poner en discusión, como fomento a las exportaciones y la promoción productiva en el mercado interno (Estrategias para una nueva industrialización) o lo que se ha configurado para el sector Rural desde la Misión e incluso desde los Acuerdos de La Habana, no ha existido una discusión concreta ni mucho menos acciones del Gobierno ni del Congreso que conduzcan a fortalecer las políticas públicas sectoriales, de cara a la reestructuración productiva del país.
Bienvenidas entonces las políticas de choque que lleven al país a enfrentar no solo los desajustes internos sino las vicisitudes que se ciernen desde los entornos internacionales; ellas son necesarias para evitar el colapso empresarial, el aumento de los riesgos para el sector productivo nacional y para proteger a las familias altamente vulnerables. Pero este momento tendrá que aprovecharse para que se convierta en un punto de inflexión sobre el actual modelo de desarrollo, la reindustrialización y la reruralización son caminos necesarios que no se recorren en un período de gobierno, requieren de por lo menos una década de trabajo mancomunado de gremios, gobierno, trabajadores y sociedad civil.
El país político, ese que se separó del mundo económico y empresarial, aunque mantienen una complicada y corrupta pervivencia, tendrá que tomar la decisión de realizar una apuesta sin demagogias sobre el presente y futuro de la economía. Lo mismo les pasará a empresarios y trabajadores. En últimas, este es el momento preciso para que el país se involucre en un gran acuerdo económico, un pacto social que le permita redefinir sus aspiraciones de futuro, en el que encuentre los caminos de inversión, empleo, producción y calidad de vida. La preocupación por lo económico tiene que trascender el fenómeno coyuntural, debe ser parte del pensar, diseñar y emprender un país distinto, en paz, donde el modelo económico sea parte esencial para garantizar del crecimiento productivo y el bienestar ciudadano.
Jaime Alberto Rendón Acevedo: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle
Abril 19 de 2017