Escribe Hernando Gómez Buendía un artículo en El Espectador del domingo 20 de enero titulado “Un país a la deriva”[1]. El texto de Gómez Buendía es un buen ejemplo de una forma superficial de analizar la sociedad colombiana.
En una primera parte del artículo se concentra en las limitaciones del presidente Duque y su gobierno sobre el cual afirma que prácticamente no se siente y del cual no habría mucho que hablar. Para Gómez Buendía, Duque es un presidente que no tiene ideas, que gobierna al vaivén de las circunstancias, que apenas tiene unos instintos (de mano dura) y unas simplezas sin sustancia (como la legalidad y la economía naranja). Duque no tenía “nada que proponerle al país”, al cual no conoce, lo que se refleja en su propuesta de Plan Nacional de Desarrollo que considera una retahíla de 16 pactos sin coherencia alguna.
Pero en la segunda parte afirma que tenemos una sociedad sin rumbo, un país sin proyectos, sin partidos, sin líderes y sin asuntos que de verdad nos polaricen. Señala que no tenemos (no dice quién pero parece referirse al país) “propuestas creíbles y ni siquiera demagógicas sobre los problemas que si son y que si eran: ¿cómo sacar al país de la pobreza? ¿cómo disminuir la inequidad? ¿cómo reformar la justicia o la salud? ¿Qué hacer con el narcotráfico, o con la corrupción, o con el medio ambiente?” Y concluye que la falta de noticias sobre el gobierno de Duque quiere decir que aquí no pasa nada.
Cuando Gómez Buendía habla del país, ¿a quién se refiere? ¿Al conjunto de los habitantes de un país, al territorio constituido en Estado soberano, a la sociedad en su conjunto? Le da el mismo tratamiento a un individuo, como Duque, sobre el cual podría plantearse que está “sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias” (algo que también es discutible), que a un conjunto de individuos, a un territorio o una entidad política, conformada por clases y grupos diversos con intereses distintos y en conflicto. Hablar de país, de Colombia, etc., es una manera de esconder la realidad y quedarse simplemente en un nivel de análisis que en vez de revelar oculta.
La sociedad colombiana, al ser una sociedad donde predomina el modo de producción capitalista, es una sociedad con un rumbo muy claro: obtener la mayor cantidad posible de plusvalor (bajo la forma de ganancias industriales, ganancias comerciales, intereses, arrendamientos de la tierra, impuestos, corrupción) que es generado por la gran mayoría de la población conformada por trabajadores asalariados. Este es un propósito fijo, coherente, que guía la acción de la clase dominante y sus representantes políticos. A pesar de que la economía no crezca demasiado, de que aumente apenas mediocremente el PIB, un conjunto muy reducido de colombianos, muchos de ellos declaradamente patriotas, se queda con la mitad o más de todo el valor agregado generado en la economía. A pesar de la violencia y de los diversos conflictos políticos, los capitalistas colombianos y algunos extranjeros, se enriquecen constante y regularmente y concentran cada vez más la riqueza del “país”. Ese 1% que obtiene el 20% del ingreso anual y concentra el 40% de la riqueza acumulada, se mantiene en su lugar y conserva sus privilegios; el sector financiero sigue ganando billones actualmente para alegría de Luis Carlos Sarmiento y sus colegas; la minería, la industria y el comercio generan billones de utilidades anuales, que se concentran principalmente en los grandes grupos empresariales; los grandes dueños de la tierra se enriquecen más y más. Junto a ellos, un conjunto de capitalistas medianos y pequeños se distribuyen el resto del plusvalor, y el Estado, los políticos y equipos varios de corruptos se apropian de una parte relevante.
¿Cómo así que no hay un proyecto? El rumbo está fijo, la dirección es precisa: que un grupo pequeño de compatriotas colombianos se enriquezca a costa de la gran mayoría. Obviamente, hay variaciones de año a año y podrían darse circunstancias que hicieran que la masa de plusvalor aumentara sustancialmente, pero dentro de las condiciones existentes el “país” sabe para dónde va.
Parecería que Gómez Buendía, tal como le ocurre a un buen número de analistas y columnistas, ignora que estamos en una sociedad capitalista. Piensa que es una sociedad y un gobierno que está al servicio de todos y busca esencialmente reducir la pobreza, disminuir la inequidad, ofrecer servicios de calidad como educación y salud a toda la gente, etc. Piensa con el deseo. Dentro del capitalismo el Estado ofrece algunas de estas cosas y presta servicios porque es necesario garantizar unas mínimas condiciones (información, conocimiento, salud) a los trabajadores para que puedan ir a enriquecer a sus dueños y no se les ocurra rebelarse. Los distintos gobiernos pueden hacer cosas más o menos buenas en estas labores pero su propósito de fondo no es en ningún momento acabar con los pobres (es decir con los trabajadores asalariados) ni reducir la inequidad que es precisamente la fuente de la riqueza de unos pocos.
Desde la perspectiva capitalista, el “país” Colombia es muy exitoso dado que logra concentrar enormemente los ingresos y la riqueza en el 1% de la población: esto debería decirse explícitamente en las campañas de promoción para estimular la confianza inversionista: “invierta en Colombia donde la tasa de explotación es extraordinariamente alta, haga parte del 1%”.
Las características y cualidades personales del presidente no son lo fundamental. Duque puede ser una persona muy poco formada intelectualmente, torpe y débil en el manejo de asuntos de gobierno, etc., etc., pero cumple en el fondo el mismo papel que cualquiera de los presidentes que lo han antecedido. Duque tiene claro que está al servicio de los grandes capitalistas (basta ver como conformó su gabinete con representantes de los principales gremios) para lo cual no solo debe tomar medidas directas en su beneficio (medidas tributarias) sino también medidas orientadas a garantizar legitimidad y compromiso de las clases trabajadoras, apelando tanto a la provisión (en buena medida en forma clientelista) de servicios y subsidios a los sectores más pobres, como a la generación de ideales patrióticos de unidad. Es necesario evitar que los trabajadores adquieran conciencia de su situación real para lo cual la institución presidencial y el gobierno en su conjunto despliega un conjunto amplio de acciones ideológicas y de propaganda. Finalmente, Duque sabe que es su labor proteger la propiedad privada (de quienes la concentran obviamente) y reprimir todas las manifestaciones que atenten contra ella, sea por la vía de la delincuencia o de la política.
Concentrar la crítica en las características personales del presidente es muy útil sobre todo para los caricaturistas pero es desviar la atención sobre lo fundamental. Quedarse en la denuncia superficial es facilitar las cosas al sistema económico y político. Duque podrá ser un títere (no solo de Uribe sino de los grandes poderes económicos nacionales y extranjeros), pero es un títere comprometido con la causa, convencido de su papel y decidido a cumplirlo a favor de sus patronos capitalistas. Podrá decir muchas tonterías, como la referencia a los siete enanitos, pero finalmente quién se está burlando del resto del “país” es él. Aunque no lo parezca, si están pasando cosas y se resumen en las utilidades reportadas en los estados de pérdidas y ganancias de las grandes empresas.
Me parece que quienes están sin dirección, propósito fijo y a merced de las circunstancias son las víctimas del capitalismo.
Alberto Maldonado Copello
[1] https://www.elespectador.com/opinion/un-pais-la-deriva-columna-834991
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