El ideológico tiene que ver con el énfasis en transformaciones como una redistribución del ingreso. El político, guarda relación con las fuerzas o partidos que accederían al poder. El orden del discurso se refiere a la articulación de un lenguaje en la comprehensión crítica de las estructuras sociales y del perfil de los adversarios. Finalmente, el campo de las élites hace referencia al personal político que llega a los puestos de comando, allí en donde se toman las decisiones, también a sus liderazgos y a los recursos en que se apoyan.
La potencialidad de cambios, en estas áreas de la marcha social, surgen debido a las posibilidades de rotación en el control del poder o más restrictivamente hablando del gobierno. Esta rotación de fuerzas en el poder gubernamental se traduce en la existencia dentro del sistema democrático del mecanismo de la alternancia, que por cierto es una derivación del pluralismo, elemento esencial de la democracia.
Es el perfeccionamiento de ese principio; y quiere decir que, a la variedad de opciones partidistas para escoger, debe agregarse una virtualidad, una latencia, la de que la oposición se vuelva gobierno y éste se vaya a arar en los peladeros de la oposición, -como se decía coloquialmente en otros tiempos- que ya no serán peladeros, para preparar su regreso al poder, en unas elecciones subsiguientes.
En Colombia ha sido difícil, incluso tortuosa, esta alternancia en el poder; se trata de un país en el que precisamente no ha existido un sistema de gobierno y oposición.
Las élites tradicionales se las arreglaron para representarse ellas mismas en partidos distintos que, sin embargo, mantenían una cercanía ideológica, mejor dicho un matrimonio, y un entrecruzamiento de intereses “de clase”, según lo caracterizaban los marxistas; por cierto, sin el rigor de mirar las mediaciones y los detalles de cada facción, en medio de las grandes clases.
Mediante alianzas de facciones o de partidos, eran gobierno y oposición al mismo tiempo. Con lo cual copaban el espacio de las elecciones y de la competencia política; además de colonizar las zonas de opinión que se movían en el centro del espectro político.
Mientras tanto, la izquierda sobrevivía -lo que no significa que no tuviera capacidad de perturbación y de movilización social- de un modo marginal en las instancias de representación, alimentada por su dogmatismo ideológico o por su práctica de la lucha armada.
Así, la alternancia quedó casi siempre resuelta en una rotación entre partidos y coaliciones pertenecientes a las propias élites dirigentes, con estrecha afinidad entre ellas.
Después de la Constitución del 91 y de la Reforma del 2002 sobrevino el multipartidismo, y con él, la aparición de muchas brechas o de grandes intersticios, por donde podría prosperar, y masificarse además, el voto de opinión, asociado con candidaturas y liderazgos de izquierda o de centro; en todo caso, no vinculados con el tradicionalismo, a lo cual ayudaba por lo demás, la nueva realidad, con sus ejercicios ciudadanos, nacida de la elección de alcaldes.
Es evidente que el proceso de paz con las FARC vino a rematar el contexto que favoreció la unión entre el voto creciente de opinión y la inclinación de un sector de la ciudadanía en favor de la izquierda o de candidatos de centro independientes; y así sucedía en la medida en que simultáneamente la política quedaba felizmente divorciada de las armas.
En esta primera vuelta presidencial, esos cambios en la opinión confirman una masa de electores mayoritaria que se instala por el momento en la izquierda y en el centro independiente; se trata de los que se decantan por Gustavo Petro y los que prefieren a Sergio Fajardo.
Los 5 millones y medio de votos que obtuvo el Pacto Histórico, más algunos de otras fuerzas que no pidieron el tarjetón de esta coalición, estarían aproximando a su candidato a los 6 millones. Al mismo tiempo, los 2 millones 200 mil de los Verdes y la Esperanza, hablarían de las preferencias de unas franjas urbanas, ciertamente menguadas políticamente, con inclinaciones por figuras independientes del centro.
En el otro extremo del espectro político aparecen los 4 millones 200 mil sufragios del Equipo por Colombia, base inicial de la votación por Fico, en representación de las opciones más próximas al status quo y al tradicionalismo. Lo cual ha sido ratificado con los apoyos del Partido Conservador, de la U y del Centro Democrático, este último el partido más pendencieramente situado a la derecha dentro del arco ideológico del sistema político.
En tales condiciones, estas elecciones exhibirían un potencial efectivamente importante para una rotación en el poder; es decir, para un funcionamiento del régimen que de verdad conceda un margen decisivo al factor de la alternancia en el gobierno, expresión legítima del pluralismo.
La competitividad acrecentada (esto es, la fuerza incrementada) por parte de la izquierda ofrece un horizonte de posibilidades a una alternancia democrática. No necesariamente porque esta vaya a ser un hecho consumado, sino porque se convierte en una potencialidad creíble, elemento de desarrollo fecundo para la democracia. Hay alternancia limitada, incluso meramente formal; y alternancia amplia, y particularmente de carácter normativo; o que traduce la letra de la ley en realidad. La democracia colombiana ha dado numerosas demostraciones de la primera. En el proceso electoral de hoy crecen las acciones para que se inaugure la segunda, la alternancia amplia y normativa, que es fuente de un pluralismo, contexto en el que todas las opciones políticas se prueben en el ejercicio del poder.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: El Comercio Perú
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