Al término de una campaña para elegir a los futuros congresistas, marcada por la frivolidad, las descalificaciones, las burlas, los insultos, palabras de grueso calibre y mensajes vacíos, queda la ilusión de que, ahora sí, ante los retos que esperan una solución satisfactoria para encontrar la ruta correcta, ha llegado el momento de acometer las reformas estructurales que requiere el Estado.
La duda, sin embargo, permanece en el espíritu de los ciudadanos. La campaña que acaba de terminar no ofreció suficientes datos para dilucidar qué tienen en mente quienes conformarán el nuevo Congreso. Cierto es que el cubrimiento mediático se centró en las consultas y quitó protagonismo a quienes tienen el encargo de legislar y ejercer el control político al nuevo gobierno, pero a medida que transcurrían los días y en los medios se mencionaba la dinámica política del país, se consolidaba el desprestigio que envuelve a nuestra asamblea legislativa. Un desprestigio que no es gratuito, que se ha ganado a pulso por cuenta de los múltiples escándalos en los que se han visto envueltos decenas de senadores y representantes.
En realidad, la novedad electoral en esta oportunidad ha corrido por cuenta de las consultas políticas que se conformaron para elegir varios de los candidatos presidenciales: el Pacto Histórico, la Coalición Centro Esperanza y la Coalición Equipo por Colombia. En la primera destaca la figura de Gustavo Petro cuyo dominio es abrumador en la coalición; en la segunda, que se presenta como una opción de cambio menos radical que la que propone el Pacto Histórico, Sergio Fajardo, seguido de cerca por Juan Manuel Galán en la intención de voto, parece consolidarse como el eventual rival de Petro en una segunda vuelta; en la coalición de derecha parece consolidarse el nombre de Federico Gutiérrez en la medida en que la aspiración de Alex Char se ha visto sacudida por señalamientos de corrupción y compra de votos. La Alianza dejó por fuera a Óscar Iván Zuluaga, el candidato del Centro Democrático, el partido del Gobierno.
Los tres candidatos que emerjan de las consultas de las granes coaliciones se enfrentarán a otros candidatos que se han mantenido al margen de las coaliciones. Entre ellos Óscar Iván Zuluaga, Ingrid Betancourt, candidata de su partido, Verde Oxígeno, y Rodolfo Hernández quien ha ganado adeptos con el transcurrir del tiempo.
Las encuestas indican que Gustavo Petro arrasará en la primera vuelta y que, posiblemente, podría ganar en la primera vuelta presidencial. De no ser así, es probable que en la segunda vuelta se enfrente a las fuerzas unidas de todos los candidatos derrotados en la primera. Esta posibilidad es real si se tienen en cuenta el desalineamiento de los partidos y el debilitamiento partidista como influencia en el voto, sin perder de vista la creciente polarización política.
Ciertamente, las encuestas se han convertido en una especie de barómetro que ayuda a comprender lo que pasa y registran la dirección del sentir ciudadano. Sin embargo, no dejan de ser objeto de discusión y hasta de descalificación política en la medida en que las mismas responden a una dualidad: por un lado, son instrumentos de observación objetiva y analítica, pero, por otro, también instrumentos ideológicos y propagandísticos que inciden en los vientos de la opinión pública. En otros términos, nada está ganado, nada está perdido.
Finalmente, hay dos elementos que las encuestas no reflejan plenamente. En primer lugar, la incorporación al electorado de nuevas generaciones las cuales perciben y evalúan de manera diferente el desempeño de las organizaciones políticas, los candidatos, los gobiernos y las instituciones. Su participación efectiva o su abstención el 13 de marzo incidirá en el resultado. En segundo lugar, hay un 11 por ciento de indecisos que también pueden incidir en los resultados en uno u otro sentido. Lo anterior, sin contar las tradicionales compras de votos y prácticas clientelistas.
Rubén Sánchez David, Profesor Universidad del Rosario
Foto tomada de: Eltiempo.com
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