El Movimiento social a su vez, es la respuesta natural y espontánea de las comunidades a situaciones que afectan la cotidianidad de sus vidas, cuando se alteran las condiciones mínimas de bienestar y se amenazan las posibilidades de mejores futuros. Es la manifestación sincera y altruista de las masas para contener la voracidad del sistema, en su insaciable apetito por acumular todo el capital posible, a costa de la penuria de las mayorías. Aquí no se requiere la formalidad de los reglamentos y las firmas para sellar el pacto personal y colectivo, al asumir compromisos y trabajo en la defensa de causas justas; pero como todo en la vida, las acciones humanas contienen imperfecciones y el movimiento social por su carácter amplio, arriesga la penetración de hábiles rebuscadores de oro y no han de faltar los calculadores que ven en éste, importantes caudales políticos para sus intereses particulares. Aun así, con sus flancos débiles, el movimiento social se nutre de todos y con todos, en una simbiosis diversa de sectores, estratos y banderas, frente al desamparo sobre asuntos de concernencia plural: irrespeto a derechos fundamentales y colectivos, contaminaciones ambientales, urgencias educacionales, paupérrima salubridad publica, degradación laboral, violentada justicia, concesionada soberanía, multiplicada pobreza, entre otras muchas desgracias humanas.
En los últimos tiempos, las entidades políticas de todas las tendencias (suponiendo raras excepciones), se han venido desconfigurando en sus entrañas y los límites de sus fronteras fácilmente se deshilan, dejando al desnudo profundas inconsistencias ideológicas, en su más palmaria expresión disciplinar de características y origen específicos. La identidad que décadas atrás demarcaron presencias, actividades y correspondencias, permitían alguna integridad doctrinaria; cuando menos, el color de las banderas, la afinidad con las consignas y/o el conocimiento de los programas, colmaban las emociones de los partidarios para asumir tanto las tareas electorales, como las ordenes de sus caudillos, algunas veces llevadas al extremo de la violenta confrontación y la muerte; a pesar de los desatinos históricos, se seguía de manera leal y moralista una intención política. Hoy día, las acciones de las entidades políticas principalmente del centro y derecha, obedecen al detallado guión ideológico del sistema para que se reafirme el dominio total y hegemónico del establecimiento, independientemente de las formalidades, ante el riesgo de perder grandes utilidades y ganancias que le genera la sociedad del mercado capitalista. Es un vínculo natural entre el sostenimiento de los grandes emporios financieros, las empresas eclesiales y el mantenimiento del poder político dentro de la institucionalidad, hacia la conservación de la sociedad tradicional, clasista y obediente. He ahí la facilidad con que las agrupaciones de derecha no repararon el apoyo a un candidato presidencial inexperto, patético, sumido a intereses estadounidenses, mitómano, hipócrita, cínico, perverso, como buen aprendiz de demonio.
Esas siniestras particularidades propias del quehacer de los dueños de la hacienda dentro de la representación institucional, son las consecuencias lógicas del desarrollo de un tipo de sociedad sin escrúpulos, ni ética. Lo que no se puede concebir ni aceptar es que mediante la utilización de entidades políticas, quienes dicen enarbolar propósitos comunes de favorecimiento a la población, estén dispuestos a entregarse cómodamente o a transmutar su cuerpo y alma cada vez que las coyunturas electorales les ofrece la oportunidad de un protagonismo, ingresos económicos y los concebidos beneficios de los “personajes”; unos empeñados en ascender las escaleras de la fama y otros apurados en rellenar formatos de afiliados ante las urgencias de los calendarios y las normatividades por cumplir. Esos son los momentos en que los sentimientos de la consecuencia popular juvenil empiezan a resquebrajarse, y los escrúpulos y la ética que deberían ser, se van borrando de las mentes y las intenciones. No importando las formas ni los espacios, la ocasión que hace al escalador, da paso al más nefasto caos ideológico que entierra la construcción de proyectos políticos alternativos coherentes y le facilita las maniobras de las clases pudientes, para el sostén de un sistema acorde a sus utilidades. En todas las entidades políticas (aplaudiendo raras excepciones), se cambia de partido como de camisas, sin conocer siquiera los contenidos de esas minutas programáticas, que instruyen sobre como se concibe la política, la sociedad, las relaciones económicas sociales y económicas; ventaja para los poderosos, detrimento para los olvidados.
El valor del movimiento social esta contenido en el enaltecimiento de la reivindicación comunitaria, por encima de representatividades individualistas, bendiciones y licencias; instrumento tenaz y contundente para la construcción de sociedades nuevas, justas e igualitarias; espacios de formación política e ideológica contra el conservador establecimiento que somete con sus medios. Campos de lucha que deben ser correctamente conducidos: Integrales, constantes, honestos, respetuosos, pedagógicos, reflexivos, colectivos, transformadores. Herramienta útil del movimiento ambiental, el antineoliberal francés o chileno, el antirracista del pueblo estadounidense, el de mujeres, de campesinos, de victimas, de indígenas, el de muchos más indignados en el mundo.
OSCAR AMAURY ARDILA GUEVARA
Foto tomada de: El Tiempo
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