Raúl Zibechi
Sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, investigador y activista. Ha colaborado con diversas iniciativas como el Atlas de Justicia Ambiental y el Panel Científico por la Amazonía. No fue sencillo hilvanar la entrevista ya que debe moverse con extrema cautela ante la apabullante militarización que vive el país. Asegura que el de Maduro no es un gobierno de izquierdas, ni siquiera progresista, sino un “régimen de corrupción, abusos, precarización de la vida y violencia represiva”.
También analiza a la oposición que defiende “un neoliberalismo ortodoxo, de privatizaciones masivas” y una “cercanía geopolítica con los Estados Unidos”. Concluye que la competencia es entre dos fuerzas neoliberales y que el régimen madurista vive una profunda decadencia.
– ¿Cómo caracterizas al gobierno Maduro?
– A partir del 28 de julio se ha consumado un fraude electoral en Venezuela del que se hablará mucho cuando se recuerden los fraudes más grandes de la historia contemporánea de América Latina, como la “caída del sistema” en México, el de Fujimori o algunos insólitos casos en Centroamérica. Hoy está planteada una reconfiguración del régimen político de Maduro, para poder gobernar en condiciones de completa ilegitimidad social, política e internacional. Es una reconfiguración peligrosa porque pretende llevar la represión y el control social a niveles insospechados, pero permíteme primero plantear de dónde venimos para mirar hacia dónde podríamos estar yendo.
El gobierno de Maduro ha tenido en estos 11 años una evolución que tiende más y más hacia la decadencia, en todos los sentidos. Ha venido pulverizando el marco de derechos sociales, buscando asfixiar toda disidencia política y social, con una brutal represión a todo el campo popular, incluso si se es chavista crítico. Venezuela se ha gobernado bajo un estado de excepción permanente: uno legal, por decreto, que duró más de cinco años, desde 2016 a 2021, algo totalmente inconstitucional, pero que paradójicamente fue normalizado.
Por otro lado, la arquitectura de poder del régimen de Maduro se conformó a partir de una reestructuración progresiva del Estado. El antecedente es el Estado corporativo y militarista configurado en el gobierno de Chávez, sus formas de hacer política autoritarias, verticales y que ponían como principio fundamental la máxima lealtad al líder, por sobre todas las cosas. También las estructuras y redes de corrupción estatal son un antecedente importante. Estos elementos vieron continuidad en el gobierno de Maduro, pero ahora sin el carisma y la legitimidad política de Chávez, sin la enorme renta petrolera con la que se contó y en el contexto del colapso sistémico venezolano. Así que todo empezó a imponerse primordialmente por la fuerza y con violencia.
Se fue desconociendo la Asamblea Nacional ganada ampliamente por la oposición en 2015 y se creó en 2017 una Asamblea Nacional del régimen, paralela; se fueron creando empresas militares para la apropiación y gestión directa y privada de la riqueza; se fue usando políticamente la enorme pobreza que dejaba la crisis, creando canales institucionales para la asignación selectiva de riqueza a funcionarios estatales y seguidores del PSUV; se fue eliminando el acceso a la información.
Se desplegaron numerosos cuerpos de seguridad estatales y para-estatales, una estructura de corrupción y poder incontestable, en un entorno de máxima impunidad y militarización. Algo que además consolidó una mafistización del Estado. Todo esto, justificado en nombre de “defender la revolución y el socialismo” y “luchar contra la derecha”. Tuvimos así, un cambio de régimen desde adentro y se consolidó una dictadura de nuevo tipo, un régimen de tipo patrimonial y oligárquico, que también permite la apropiación directa de riqueza regional para mantener lealtades provinciales. Venezuela se gobierna como una hacienda, imagen que nos remite a regímenes políticos del último cuarto del siglo XIX y primero del siglo XX en América Latina.
– Sin embargo unos cuantos lo consideran de izquierda.
– No hay sustento alguno para afirmar que estamos ante un gobierno progresista ni mucho menos de izquierda. Existe una fuerte liberalización de la economía, con promoción y protección al capital transnacional, grandes exenciones fiscales, privatizaciones de bajo perfil, promoción de zonas económicas especiales, la creación de una Venezuela VIP (turismo, restaurantes, bares, viajes, camionetas de lujo) sólo para extranjeros, empresarios y funcionarios estatales de niveles altos; la destrucción programada del salario, manteniéndolo en bolívares mientras la economía está totalmente dolarizada (hoy equivale a 4 dólares al mes), abandono de lo público, entre otros factores.
Fedecámaras, la principal cámara empresarial del país y que siempre fue vista como la gran enemiga de Chávez, hoy es amiga del régimen de Maduro. Analizando cada medida económica, podemos afirmar que estamos ante una de las reestructuraciones neoliberales más agresivas de la región, aunque no es para nada un neoliberalismo convencional. El devenir de un sistema autoritario y la neoliberalización de la economía, son dos factores del mismo proceso de cambio de régimen en Venezuela. Uno está en función del otro.
Además de los empresarios, la nueva alianza del régimen de Maduro es con las iglesias evangélicas, como lo ha hecho Bolsonaro; el chavismo criticó a Uribe pero del mismo modo Maduro ha desplegado una red de grupos paraestatales de choque. Maduro ha anunciado recientemente que su poder se basa en una alianza “cívico-militar-policial”. Se promueven en estos días de protesta popular cárceles de trabajos forzados para ‘terroristas’ y ‘golpistas’ que nos remiten a Bukele. Los dos gobiernos que más han promovido la destrucción de derechos en la América Latina de hoy han sido precisamente los de Milei y Maduro.
Creo que algunas izquierdas que continúan apoyando esto, no han logrado siquiera entender el nivel de decadencia, conservadurismo y mafistización de este régimen. Y terminan arrastradas por esta decadencia, terminan empantanadas apoyando este desastre y socavando su propia credibilidad. Un síntoma de extravío histórico que nos tiene que llevar nuevamente a la pregunta de qué es la izquierda en esta crisis, que es una crisis global; qué sentido histórico tiene la izquierda hoy, qué representa, a quiénes representa, cómo entiende la relación entre ética y política; cómo responde a este mundo tan cambiante y violento. Pero en cuanto a Venezuela, llegamos a un punto en el que no hay matiz alguno.
La segunda conclusión es que este régimen de corrupción, abusos, precarización de la vida y violencia represiva es entendido y sentido por la enorme mayoría de los venezolanos como una pesadilla. Una pesadilla que desean que termine. Ese fue un antecedente de esta elección: un hartazgo máximo popular respecto al gobierno de Maduro, un hastío nunca visto en los 25 años de proceso bolivariano, que creó esta masa crítica de descontento generalizado irrefutable y que se vio reflejada abrumadoramente en las elecciones. Contra Maduro votó masivamente cada sector de los venezolanos, sea rural, urbano, jóvenes, adultos, los más precarizados, las clases medias, en Caracas, en los Andes, en los Llanos, en la Amazonía, varios sectores de izquierda, centro, derecha, religiosos, ateos, todos, con una contundencia que no se había visto en la historia electoral venezolana.
Esto parece que no lo entienden algunas izquierdas, que tristemente han criminalizado las protestas populares en los barrios más empobrecidos del país, denominándolas como de “ultraderecha”, lo que refuerza los mecanismos de represión y persecución que están en curso; y en otros casos, infantilizando y subestimando a la población, alegando que son gente confundida, manipulada y sin criterio que le regala el país a los Estados Unidos. No tienen nada de autocrítica o un mínimo entendimiento del tamaño fracaso que ha tenido que ser este proyecto político chavista para que la gente salga huyendo por las fronteras. Ninguna autocrítica que lleve a una reflexión profunda de los errores cometidos por los gobiernos bolivarianos. Al contrario, noto que esa parte de la izquierda se empeña en poner constantemente sobre los hombros del pueblo venezolano ese saco de piedras de ser sospechoso por protestar por la falta de agua, por su mísero salario o porque quiere que le respeten su voto, y decirle que le “hacen el juego a la derecha”, y todo este cuento chantajista que no tiene fin, que es perpetuo. Para estas izquierdas el pueblo no tiene derecho a rebelarse y debería permanecer en silencio apoyando hasta el fin de los tiempos al gobierno.
– ¿Hacia dónde evoluciona el régimen?
– Lo que probablemente estemos presenciando es una nueva reorganización política del régimen, más radical, más extremista, para el control de la población. Las garantías constitucionales se encuentran de facto suspendidas. Vocerías del propio gobierno han señalado más de 2.200 detenciones en pocos días, sin procedimiento legal alguno que afectan a todo el espectro social y político del país. Cuerpos de seguridad detienen a transeúntes para revisar sus teléfonos y ver si tienen algún contenido en contra del gobierno para detenerlos. Se han establecidos mecanismos de chivateo o delación social para denunciar opositores e incluso, se creó una aplicación para poner sus nombres, direcciones y fotos. Se han marcado casas de quienes protestan o se oponen al gobierno.
También, desde los discursos oficiales y organismos de seguridad, se difunden contenidos para atemorizar a la población, anunciando que “vienen por ti”, y se exponen a los presos uniformados, al estilo Bukele, gritando consignas a favor del gobierno. Hay una férrea vigilancia sobre las redes sociales y se creó un “Consejo Nacional de Ciberseguridad” que formaliza esta vigilancia. Se aprobó una ley de control de las ONGs.
Como puede imaginarse, la población venezolana hoy se encuentra aterrorizada y en shock. Es esto lo que el gobierno de Maduro ha llamado una nueva alianza “cívico-militar-policial”. Vivimos en una sociedad totalmente policial, quasi orwelliana. El régimen procura el control de toda esfera y expresión de la sociedad venezolana.
¿Qué tan sostenible es esto en el tiempo? Difícil saberlo, pero lo que sí es evidente es que en este escenario la disputa está muy a lo interno de la subjetividad, de la integridad subjetiva. Es biopolítica en estado puro. El cuerpo/sujeto es un rehén en su propio país.
¿Qué caracterización ofreces de la oposición liderada por María Corina Machado?
– Machado tiene un programa político-económico neoliberal ortodoxo, de privatizaciones masivas y alianzas con capitales internacionales, y una cercanía geopolítica con los Estados Unidos y lo que estos sectores llaman el “mundo libre”. Es una mujer que proviene de las clases económicas poderosas, de familia de empresarios importantes. Su posición ante el proceso bolivariano siempre fue clasista, rupturista y confrontativa, aunque seguramente, para hacerse más potable y ampliar su marco de alianzas ha venido en los últimos tiempos pasando a posiciones más moderadas. Pero, en todo caso, lo que hay que destacar es que el marco de la reciente competencia electoral y política para los venezolanos se ha desarrollado entre dos fuerzas neoliberales. Esto nos muestra la clase de encrucijada en la que ha estado y seguirá estando por el momento el pueblo venezolano, y la gran necesidad de construir progresivamente una alternativa política a esto, una vía de reivindicación popular, soberana y que busque también cambiar el modelo de sociedad, que comience seriamente a pensarse más allá del petróleo y el extractivismo.
Pero hay matices sobre la oposición que hay que mencionar, para hacer una lectura actualizada. No estamos en 2017. Aunque la enorme mayoría de la población rechaza al gobierno, no estamos ante dos bloques políticos fuertes en igualdad de condiciones de confrontación. El gobierno de Maduro controla todo: la fuerza armada y cuerpos de seguridad, el poder judicial, el electoral, la asamblea nacional, la vasta mayoría de los gobiernos regionales y municipales, los medios de comunicación nacional, la industria petrolera, todo. La verdad es que no se puede equiparar la situación de 2017 o incluso de 2019.
El sector de oposición que hoy lidera Machado no es homogéneo. No tiene el control total y ha tenido muchos adversarios políticos dentro de ese sector. Para las elecciones logró que se articulara una unidad con los otros actores de la coalición, pero es difícil saber si esa unidad se mantendría, dados sus antecedentes conflictivos. Hasta la fecha no ha habido un consenso con su programa económico ortodoxo, ya que, por ejemplo, no todos están de acuerdo en privatizar PDVSA. Si tuviese que asumir el poder, el chavismo aún controlaría el Tribunal Supremo de Justicia, la Asamblea Nacional, el organismo electoral CNE y los otros poderes que mencionaba. Incluso, estando en el poder posiblemente tendría al chavismo como oposición. La población venezolana que no ha sido históricamente proclive a las ideas neoliberales, y sí a una cultura política más bien antioligárquica. Queda también la interrogante sobre cuál sería el nivel de apoyo militar a Machado, habiendo existido antipatías mutuas por largo tiempo. El contexto venezolano tiene un piso muy inestable y fragmentado. Probablemente es lo que ha calculado parte de la izquierda y varios movimientos sociales cuando decidieron que preferían enfrentarse a un gobierno de Machado y no a Maduro.
– Por último, ¿cómo ves el futuro? ¿Crees que es posible una guerra civil?
– Un primer escenario es que el gobierno de Maduro se mantenga en el poder, a través de tres factores: un régimen de brutal represión que impida que surja una fuerza de disidencia significativa o una alternativa política de peso; segundo, un régimen que ya sabe administrar el país con un muy bajo costo político, es decir, sabe gobernar en un contexto de colapso y caos, y no le importa mucho los cuestionamientos y el aislamiento internacional. Ahí quien pierde es fundamentalmente la población venezolana. Y tercero, un régimen que logre consolidar algunos canales de comercio internacional de sus recursos naturales, tomando en cuenta algunas licencias petroleras y gasíferas que podrían continuar dadas las necesidades energéticas globales; el apoyo de China, Irán, Turquía, Rusia, entre otros, también para la comercialización de otros commodities; y esperando que se calmen las aguas para volver a invitar más abiertamente a nuevos inversores internacionales. La crueldad del extractivismo no es la primera vez que sostiene y legitima dictaduras.
El gobierno de Maduro ha intentado recuperar una parte de antiguos votantes mediante diversos mecanismos clientelares o con discursos demagógicos y, lejos de ello, lo que hemos presenciado es un deslave sostenido de sus apoyos, una debacle total. Es difícil que tarde o temprano no se abra un escenario de ruptura, aunque repito, no sabemos cuándo o qué forma tomaría esa ruptura. Otra cuestión es el deslave a lo interno del bloque gubernamental, que también ha sido progresivo y que en estos días ha tenido manifestaciones de descontento público como la de Francisco Arias Cárdenas o el ministro de cultura Ernesto Villegas. Evidentemente, en el centro de las interrogantes que han surgido, aparecen preguntas sobre rupturas internas incluso en el sector militar, que sí que tendrían un peso definitorio en la crisis.
Los desenlaces no ocurrirán sólo por inercia. Serán las capacidades de movilización las que le darán forma y dinamismo. Hay que ver cómo evoluciona la resistencia social, cómo se canalizará el descontento, el miedo y el terror que está viviendo la gente, si con tendencias a la parálisis y el acostumbramiento, o bien hacia otras expresiones del desasosiego, la rabia, la sensación de no tener futuro y una nueva forma del hartazgo que movilice, probablemente bajo formas mucho más intensas y desconocidas. La creatividad social y la persistencia será crucial para la recomposición popular en tiempos de férrea dictadura. La respuesta internacional será importante, aunque variada, y probablemente se accionará dependiendo de cómo se muevan las alternativas de cambio a lo interno.
Por último, la situación económica interna será muy determinante. La llamada recuperación económica se sostiene sobre bases muy endebles, la distribución de la riqueza sigue siendo extremadamente desigual y no podemos olvidar que venimos de una larga crisis económica determinada por el agotamiento del modelo rentista petrolero.
– ¿Pueden existir confrontaciones más violentas?
– Es un escenario posible si todos los canales de salida pacífica se terminan de cerrar definitivamente, aunque para una guerra civil se necesitan dos bandos armados y en Venezuela ese monopolio lo tiene, fundamentalmente, el gobierno nacional.
Raúl Zibechi
Foto tomada de: France 24
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