Estrategias fallidas en Venezuela
Como ocurre con otros asuntos internacionales, más que una política coherente frente a Venezuela, lo que resalta Bolton es un desconocimiento total de la complejidad de esa crisis y unas estrategias erráticas de Trump, dirigidas a respaldar sus ambiciones a cualquier costo y el uso de su poder hasta para obtener que otros países le ayuden a su reelección. Asimismo, la obsesión de este con su imagen, que lo lleva tanto a mostrarse fuerte usando opciones ilegales, injerencias unilaterales, sanciones y amenazas de uso de la fuerza, como a buscar oportunidades para poder hacer ostentación de éxitos.
Trump ha debilitado las instituciones multilaterales. Su política hacia Latinoamérica y el Caribe revive la de la Guerra Fría y reduce la región a patio trasero. Menosprecia su soberanía al punto que le parece cool invadir Venezuela y dice que se ha peleado con algunos asesores por no ofrecerle opciones militares para recuperar un país que, según el, “le pertenece a Estados Unidos”. Trump ha aprovechado la incapacidad del régimen chavista y de la oposición para negociar una solución democrática a las crisis venezolana.
Esto se ha visto con más fuerza desde el 10 de enero de 2019, cuando Nicolás Maduro reasumió la presidencia de la República Bolivariana por seis años, después de unas elecciones cuyas irregularidades las invalidaron. Cinco días antes, Juan Guaidó había sido elegido presidente de la Asamblea Nacional (AN), y el 23 de enero, ante una nutrida manifestación en Caracas, declaró que, al estar viciado de origen el nuevo periodo de Maduro, él como presidente de la AN -según la Constitución- debía asumir de manera interina las responsabilidades del Poder Ejecutivo; que buscaría cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. La mayoría de gobiernos de países de las Américas y de la Unión Europea lo reconocieron como la autoridad legal de Venezuela.
El apoyo de Trump a Guaidó incluyó las jornadas de presión que arrancaron con el concierto del 22 de febrero, la declaración del 23 de febrero como ‘Día D’ y la “Operación Libertad” del 30 de abril, que intentó estimular la rebelión militar. Bolton achaca a incapacidad de la oposición el fracaso de la estrategia de “cerco diplomático” que sirvió para comprobar la lealtad de los militares al régimen chavista, cuenta que Trump le pidió “apártate un poco, no te involucres mucho”, añadiendo sobre Guaidó: “A este niño no lo conoce nadie”, es débil. Manifestaba en cambio interés en reunirse con Maduro, a quien considera “fuerte”.
En Venezuela mientras tanto, en lugar de coordinación del movimiento opositor, aumentó su división. Unos sectores le apostaron a la presidencia interina y fueron reemplazando el esfuerzo de ganar respaldo interno por la dependencia de la acción internacional. Otros fueron llegando a acomodos con el régimen de Maduro, que aprovecha la división para aferrarse al poder pese al enorme descontento social. Prima el desconcierto.
Costos para Colombia
Más que en los principios constitucionales o en consensos nacionales, el gobierno de Duque ha centrado su política internacional en el alineamiento con Trump y con el sector de oposición venezolana que encabeza Guaidó para derrocar al régimen de Maduro. Sobre una política tan decisiva para Colombia, Duque no ha convocado la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores ni oye las comisiones del Congreso encargadas del tema, menos aún a las zonas fronterizas afectadas por la situación venezolana y por la actuación de su propio gobierno.
Bolton resalta que la visita de Duque a Washington, el 13 de febrero de 2019, se centró en Venezuela, y lo responsabiliza del fracaso de estrategias como el ingreso de la ayuda humanitaria o el levantamiento militar: “…quedé sorprendido de que ni Guaidó ni los colombianos ejecutaran planes alternativos cuando los colectivos impidieron el ingreso de los cargamentos y los quemaran … a los colombianos se les enfriaron los pies temiendo que un choque militar en la frontera los arrastraría y que, tras los años de guerras internas contra la insurgencia y el narcotráfico, las tropas no estaban listas para un conflicto convencional contra las fuerzas armadas de Maduro. ¿Y nadie pensó en eso antes de ese sábado?”.
Duque ha apoyado las posiciones unilaterales de Trump. Narcotizó y venezolanizó la relación, aceptó la llegada de militares estadounidenses en tareas antinarcoterroristas. Rompiendo el diálogo regional, invitó al enviado de Trump a la reunión del Grupo de Lima en Bogotá, apoya para la presidencia del BID a su fiel y dogmático asesor cubano-americano destruyendo acuerdos claves de ese organismo, y lo sigue hasta sobre Israel. Tal vez porque ayudaba a la reelección de Trump, Ceballos -comisionado de Duque- celebró que Cuba fuera incluida en la lista de países que no colaboran en la lucha contra el terrorismo, alegando que no extraditaba la delegación negociadora del ELN que permanece en la isla, así fuera violando los protocolos acordados por los dos Estados.
Trump venía presionando por una intervención militar para recuperar “su” Venezuela. Para la jornada del 27 de enero dice Bolton que le preguntó “si deberíamos mandar 5.000 hombres a Colombia en caso de ser necesitados, lo cual anoté en mi libreta” y así lo mostró la prensa. Y cuenta que “Unas semanas después, el ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Carlos Holmes Trujillo, me trajo un paquete de ese mismo tipo de libretas para que no se me acabaran”. Vergonzoso. Trujillo no pidió explicaciones ni defendió la soberanía y la Constitución nacional; con su gesto autorizó el ingreso a territorio colombiano de militares estadounidenses. En calidad de canciller y Mindefensa, ha asumido el tema Venezuela como su cruzada, pensando quizá que eso abona su aspiración presidencial.
Aunque, en su ansiosa campaña por la reelección, el errático Trump ha ido cambiando de estrategia frente a Maduro, el gobierno de Duque no revisa su actuación ni asume que, frente a Venezuela, son muy distintos los intereses de Estados Unidos de los de Colombia, que recibe los efectos tanto de las crisis del vecino como de lo que se haga adentro y afuera para enfrentarlas. Por ejemplo, la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares, el cierre de pasos fronterizos formales colombo-venezolanos, y de toda la institucionalidad destinada al manejo de esa abigarrada vecindad, ha dejado a las zonas fronterizas sometidas a todo tipo de abusos por parte de grupos criminales que imponen sus regulaciones tanto a los flujos poblacionales y migratorios como a las dinámicas binacionales y transfronterizas.
El peor momento
En Venezuela se profundizan las crisis política, económica, institucional, del Estado de derecho, de servicios básicos, social, migratoria, de seguridad. Las potenciales soluciones están en el peor momento de estos 20 años reforzando posiciones radicales y opciones irregulares. Es el caso del desembarco, en abril 2020, de una banda irregular de exsoldados venezolanos y mercenarios estadounidenses, que partió de territorio colombiano a derrocar a Maduro; o de la repetición por parte del chavismo de lo que ocurrió con las elecciones presidenciales de 2018, cuando el régimen controló el sistema electoral para celebrarlas a su amaño, y ahora vuelve a intentarlo para las legislativas de diciembre próximo. Nombraron a su acomodo un nuevo Consejo Nacional Electoral, modificaron la ley electoral, invalidaron liderazgos, ilegalizaron o fomentaron divisiones en partidos opositores favoreciendo a los que acepten sus condiciones y desestimulando la participación ciudadana que apoyaría un cambio. Así buscan que la oposición se abstenga, pierda el control de la AN y le ponga fin a la presidencia interina de Guaidó el 5 de enero de 2021, cuando terminaría su papel como legislador. Con las maniobras de Maduro, importantes sectores opositores se ratifican en que la búsqueda de un acuerdo de transición es imposible, a pesar de que las negociaciones siguen siendo la única ruta que permitiría construir una salida estable a la multifacética crisis.
Mientras tanto en la frontera aumentan la pobreza, el contrabando, la corrupción, los grupos armados irregulares, la criminalidad y la migración caótica y desesperada. Crecen los daños producidos por la anulación de los avances mutuamente ventajosos logrados cuando ambos países hicieron parte de la Comunidad Andina. Como la complementación productiva y de inversiones que generó un entrecruzamiento de las dos economías con una circulación legal de mercancías y servicios. O el funcionamiento de una institucionalidad destinada a manejar la vecindad junto con los gobiernos regionales. Hoy más que nunca, es decisivo que Colombia reevalúe la estrategia gubernamental frente a su mayor vecino y construya una política de consenso nacional que favorezca la negociación entre los venezolanos en favor del retorno de la democracia. Urge que Duque tome distancia de Trump.
Socorro Ramírez
Foto tomada de: Forbes México
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