Las discusiones han continuado en la medida en que el debate electoral se ha concentrado en la disputa entre los candidatos del Pacto Histórico, Gustavo Petro, que representa la alternativa de izquierda; el de la ultraderecha, Federico “Fico” Gutiérrez, a quien los partidarios del establecimiento intentan presentar, contra todas las evidencias, acudiendo a estrategias de desinformación, como el virtual ganador, si no en la primera vuelta, en la segunda; y el desdibujado “centro”, con el también “borroso” Sergio Fajardo.
Una tendencia, ya identificada en estas estrategias, consiste en desvirtuar por todos los medios y en las redes sociales, todas y cada una de las propuestas presentadas por Gustavo Petro, ante la incapacidad propositiva de los otros candidatos. Otra línea de debate se ha abierto llevando a la palestra pública a las fórmulas vicepresidenciales, escenario en el que Francisca Márquez ha consolidado el protagonismo alcanzado con su significativa votación en la consulta del Pacto Histórico, hecho que ha sido la base para convertirla en blanco de ataques y señalamientos desde diversos flancos. Como ha ocurrido con Gustavo Petro, su capacidad argumentativa le ha servido para convertirlos en oportunidades para mostrar su mesura, y conocimiento de la realidad nacional; así como para desarrollar los planteamientos construidos desde la filosofía del movimiento social al que pertenece, y para articularlos a la propuesta programática de Pacto Histórico.
Un hecho importante, develado por la coyuntura, consiste en que se ha hecho evidente que las campañas electorales no sirven solamente para conseguir votos y montar “jugaditas” para alterar los resultados, sino también para mostrar su importancia como escenarios en los que se disputan las hegemonías en el seno de la sociedad civil; y, en este marco, que esas disputas no se dan solamente entre las fuerzas contrarias en disputa, sino también dentro de las propias bases sociales que las soportan.
Es así como la noción del “vivir sabroso” ha sido interpelada no solo desde la perspectiva “blanca”, “civilizada”, “moderna”, de la autollamada “gente de bien”, sino, en el mismo sentido, también desde el interior de las comunidades afrodescendientes, en una muestra de las formas como opera lo que se podría llamar el colonialismo ideológico; ese que ha hecho posible históricamente, que alguien pueda considerar a otro como esclavo, y que ese otro se pueda considerar a sí mismo como esclavo.
Por eso, no sorprende encontrar allí señalamientos que consideran un exabrupto que el “vivir sabroso” se proponga como “finalidad de gobierno”, como un eslogan no “vacío de contenido”. Si eso llegara ocurrir, dicen alarmados, y “los niños empiezan a decir que quieren “vivir sabroso”, habremos perdido otra batalla para la educación” (Mera Villamizar, 2022)[1]. A pesar de cubrir estas afirmaciones con una intención de debate ilustrado, este autor afrodescendiente no logra superar la visión que reduce el concepto a una vida “sin preocupaciones existenciales”, “como viendo desde una hamaca o un sillón el entorno y el tiempo al son de una música. Un poco el espíritu de la canción de El Gran Combo de Puerto Rico: “Que bueno es vivir la vida/ ¿Comiendo, durmiendo y no haciendo ná!”. Es la típica interpretación que se hace desde el sentido común, sin un milímetro de profundidad.
Cuando intenta superar este nivel, devela el fondo ideológico desde donde se construye su interpelación. Llama la atención la distancia que toma frente al “multiculturalismo”, que considera “impuesto”, “por condescendencia y actitud políticamente correcta”, y vehículo para “instalar en el poder político nociones culturales (ideológicas, en realidad) —como si las suyas no lo fueran— que creen saber o quieren dictarnos cómo debemos vivir todos”. Afirma que el “vivir sabroso” es una “concepción de vida de una identidad heredada, que solo concierne a una pequeña parte de los colombianos”, “una concepción o experiencia de vida rural singular”, difícil de imaginar que “se puede trasladar a una sociedad mayormente urbana de 50 millones de habitantes”, “una muestra del instinto errado de querer imponer la diferencia”—como si esta no existiera— “cuando el proyecto de nación colombiano es moderno y diverso, de modo expresivo, no radical”. Lo que olvida decir es de quién es ese proyecto, y si es tan compartido como lo plantea.
Cuando, de manera contradictoria, reconoce la diferencia, que arriba considera impuesta, dice que “el pueblo afrocolombiano es diverso en idiosincrasia, heterogéneo socioeconómicamente, integrado en su gran mayoría a la modernidad”; y que por ello es un error que el “vivir sabroso”, que es una “invención étnica” de la “pequeña parte de la población” constituida por los “consejos comunitarios de tierras colectivas” intente ser generalizado por quienes no son “partidarios del desarrollo sostenible sino de la vertiente anticapitalista étnica”.
La dialéctica de “apocalípticos e integrados”
Frente a posturas como la descrita viene a la memoria el texto de Eco (Apocalpípticos e Integrados, 1984), en el que afirma que los dos son “operadores culturales que producen para las masas (…) en lugar de ofrecerles realizaciones de experiencia crítica”; y en el cual describe a los “integrados” como aquellos que no disienten, que hacen “amable y liviana la absorción de nociones y la recepción de información”; que representan, por contraste, con los apocalípticos, “la reacción optimista”, pues no se plantean la pregunta sobre el origen de los contenidos de la cultura que llega para “consumidores indefensos”. Ellos “no interpretan el universo, sino que lo habitan sin problemas”. “Raramente teorizan” —dice Eco— y cuando intentan hacerlo, agrego, producen perlas como la propuesta por Mera de sustituir “vivir sabroso” por “vivir a plenitud”, como si se tratara de un concurso de eslóganes. A estas lógicas se les escapa que no se trata de imponer esa expresión como “marca” cultural, sino de usarla como metáfora de una concepción que pueda producir un nuevo mundo posible en el que el centro sea la producción y la conservación de la vida, más allá de la oferta antropocena del “progreso” y el “desarrollo”, cuyos resultados generadores de guerras, desigualdad, exclusión y depredación medioambiental padecemos.
Hoy se diría que los “integrados” son quienes portan o toman en préstamo las concepciones del mundo dominantes, aunque vayan contra sus intereses y necesidades históricos, y ven en los intentos de transformación de las relaciones de poder, acciones de “resentidos”, “idiotas útiles”, “vagos que no estudian”, para recordar algunas de las joyas que circulan por estos días.
La naturaleza política de la cultura.
Comprender estas lógicas de los “integrados” tiene como supuesto aceptar que la regulación de las concepciones del mundo obedece a factores de naturaleza política: una concepción del mundo universalmente aceptada, o con un alto grado de universalidad, con “eficacia histórica”, diría Gramsci, es una concepción hegemónica; es decir, que adquiere validez más allá de un grupo o base social específica a la que corresponde, y se mantiene siempre en disputa con otras, en el marco de relaciones de poder. De allí que el sentido común sea la forma de expresión de las concepciones del mundo de los sectores medios y subordinados de la sociedad; y que trascenderlo implica un ejercicio de crítica que lleva a sus portadores a niveles superiores de conciencia y acción, con base en la comprensión de sus intereses y necesidades históricos, y en la generación de una voluntad colectiva orientada a su realización.
Desde luego, aquí es necesario superar la noción de hegemonía generalizada por el sentido común, que la entiende como simple dominación, como ejercicio de la coerción y de la fuerza, como imposición. Por el contrario, en la ciencia política, la hegemonía es, esencialmente, ejercicio de la capacidad de dirección intelectual y moral de unas bases sociales sobre otras, con base en el consentimiento. De esto resulta que quien ejerce el poder por la fuerza se consolida como dominante, mientras quien lo hace por vía de la hegemonía se consolida como dirigente. Las disputas por la hegemonía son, pues, tensiones entre concepciones que aspiran a ganar consenso y no, simplemente, a imponerse por la fuerza. De allí la importancia de la sociedad civil como escenario por excelencia para construir y ganar consensos. En un escenario como el que se vive en Colombia, estas distinciones son necesarias para entender la diferencia entre quienes fomentan y promueven la guerra y la violencia, el uso de la fuerza; y entre quienes buscan ganar consenso para consolidar la paz y la reconciliación. Eso es lo que ha salido a flote con el debate generado por las intervenciones de Francia Márquez en el marco de la campaña electoral.
Difícilmente algo como el descontextualizado “vivir a plenitud”, podrá conectarse con las tradiciones del “vivir bien”, “buen vivir”, “vida armoniosa”, “vida buena”, y “vivir sabroso”, que forman parte de lo que Arturo Escobar (2014), (2016), ha denominado “pensamiento crítico latinoamericano”, que disputa las hegemonías para superar “el silenciamiento de que han sido objeto por la estructura epistémica de la modernidad”. Estas concepciones son consideradas como subordinadas y “atrasadas” por la racionalidad que sustenta al establecimiento. Por eso, la sustentación del “vivir a plenitud” se concreta en entender que
las raíces no nos deben impedir movernos, avanzar. Vivir a plenitud es irse construyendo, reinventando, resignificando las raíces. Es ser consciente de los atavismos y decidir sobre ellos con el tiempo (…) Si una identidad heredada (o deliberadamente asumida), una raíz, nos dicta la “filosofía del vivir”, nos estamos perdiendo la mayor parte del mundo y de nuestro propio potencial (Mera Villamizar, 2022).
Como si “la filosofía del vivir” de ese “proyecto de nación colombiano, moderno y diverso”, del cual se ufana tanto, no fuera también una identidad heredada.
La postura de Mera no es muy distinta de esta que me llegó por casualidad mientras escribía esta nota: David Brooks dice en un artículo intitulado “La globalización ha terminado. Han empezado las guerras culturales globales”, publicado en The New York Times, después de realizar un interesante análisis que generaba la expectativa de un cierre menos peregrino: “A fin de cuentas, solo la democracia y el liberalismo se basan en el respeto a la dignidad de cada persona (…) solo estos sistemas y nuestras cosmovisiones permiten la realización suprema de los impulsos y deseos que he intentado describir aquí” (Brooks, 2022).
Referencias
Brooks, D. (11 de abril de 2022). La globalización ha terminado. Han empezado las guerras culturales globales. The New York Times. Obtenido de https://acortar.link/CCID69
Eco, H. (1984). Apocalpípticos e Integrados (7a ed.). España: Lumen.
Escobar, A. (2014). Sentipensar la tierra. Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia (Primera ed.). (U. A. Latinoamericana, Ed.) Medellín: UNALUA.
Escobar, A. (17 de Enero de 2016). Desde abajo, por la izquierda y con la tierra. (P. Gentili, Ed.) Recuperado el 18 de Enero de 2016, de Contrapuntos: http://blogs.elpais.com/contrapuntos/2016/01/desde-abajo-por-la-izquierda-y-con-la-tierra.html
Mera Villamizar, D. (11 de abril de 2022). ¿”Vivir sabroso” o vivir a plenitud? El Espectador. Obtenido de https://acortar.link/OBbWfM
Pulido Chaves, O. (28 de marzo de 2022). Francia Márquez o la descolonización de las metáforas: “vivir sabroso es vivir sin miedo”. Revista Sur. Obtenido de https://acortar.link/e0KqDw
______
[1] Las citas entre comillas de este autor corresponden al texto citado.
Orlando Pulido Chaves
Luis Alberto Rojas Acevedo says
Creo que “el disenso”, ese concepto liberal, que alimenta su correspondiente democracia, se anticipa a favor de cooptar las distintas subordinaciones. El campo de batalla es el espacio de legitimidad ético cultural, expresado en el lenguaje. De modo que Francia instala el conato que disiente de esos modos integracionistas, propios de un capitalismo que extiende su democracia en forma de “inclusion” consensuada.
Sandra says
Excelente artículo, Orlando Chávez. Siempre tan necesario conceptualizar y desconceptualizar. Gracias
Rodrigo Jaimes says
Gracias Orlando por esta reflexión. Hay que retomar la idea del buen vivir y del vivir sabroso para vivir en armonía con la naturaleza y con los otros de acuerdo con valores ancestrales propios de varias culturas latinoamericanas y no con los valores insulzos del capitalismo.
dolores arango restrepo says
¿Por qué le cambiaron el nombre a FRANCIA por FRANCISCA? Saludo a don Orlando Pulido del que no tenía noticias hace 36 años. “Vivir sabroso” es ante todo vivir despacio. “Carpe Diem”, “que cada día traiga su afán”, Horacio Quinto Flaco y Jesus de Nazaret coinciden. Freddy Rincón murió por ir de afán. “El tiempo es oro” es la consigna de sociedad de la acumulación, del más, más, más. Eso hay que destruirlo. Si no, pereceremos sin falta.