La reacción de algunos sectores capitalistas de EE.UU. y de países europeos (Brexit) ha sido renegar de la globalización neoliberal y promover –precipitada e impulsivamente– una política proteccionista que intenta revertir los efectos negativos que trajo la globalización para determinados sectores de la industria y la manufactura de sus países. Los trabajadores de vieja generación (fordistas) apoyan esa política que adquiere forma “nacional-populista”.
La mayor parte de la “izquierda socialista” –sin el referente de los trabajadores o de otros sectores sojuzgados– se puso detrás de la burguesía global. Para no quedar bajo la dirección de los Obama, Clinton o Merkel, colocan a los líderes de las potencias orientales (Xi, Putin) al frente de los intereses “progresistas” de la humanidad. Según ellos, son los únicos que pueden derrotar al “nuevo fascismo” que encabeza Trump, Bannon, Salvini, Bolsonaro, etc.
En esa línea se pronuncia el creador del sello del “Socialismo del siglo XXI”, Heinz Dieterich Stefan, en su último artículo titulado “Trump pierde Guerra imperialista contra China”, en la que presenta una interesante información que, sin embargo, nos lleva a una interpretación muy diferente a la del sociólogo alemán, no reducida a los análisis geopolíticos.
¿En realidad que es lo que está ocurriendo?
La burguesía china, que durante este período aprovechó una serie de ventajas comparativas (inversión extranjera, protección y subsidios estatales, mano de obra súper-barata, permisividad en temas ambientales y otras), ha construido una línea globalista “hacia afuera” y un relato nacionalista “hacia adentro”, para contrarrestar la agresiva política de Trump. En ese sentido, Xi Jinping encabeza actualmente a toda la burguesía financiera globalizadora tanto de EE.UU. como de Europa y del mundo (en Colombia es Santos y casi toda la “izquierda”, la que se identifica con dicha política).
Pero no seamos ingenuos, esa alianza no se hace en favor de los intereses de la humanidad y menos de los intereses de los trabajadores u otros sectores oprimidos. Es, simplemente, lo que tiene que hacer la burguesía china para avanzar hacia un mundo multipolar en donde sus inversiones tienen que abrirse más espacio global. Pero tratar de presentar ese comportamiento como beneficioso para los trabajadores no solo es cándido, sino que puede ser provocador.
Hay quienes ante la dispersión y debilidad organizativa de los trabajadores (que algunos ya enterraron o desconocen su existencia), aspiran ilusamente que sean las burguesías las que resuelvan los problemas entre ellas. Por ello, colocan a Putin y a Xi, como la cabeza del supuesto frente anti-imperialista que hay que organizar contra Trump, ya no para avanzar hacia modelos de sociedad que –por lo menos– enfrenten los graves problemas estructurales que vive la humanidad sino solo para salvar y proteger las reglas “racionales” que le sirven a la burguesía financiera para mantener su estabilidad global.
En vez de denunciar que el uso de la fuerza, la imposición unilateral de aranceles, el chantaje comercial y tecnológico, y la amenaza de confrontación bélica, así como el uso criminal de los medios de comunicación para atacar y derrotar a los enemigos del nuevo poder que se tomó la dirección política del imperio estadounidense, los teóricos de “izquierda” al servicio de la burguesía globalista, llaman –ahora– a defender las reglas de las instituciones financieras que dominan el mundo (ONU, OMC, FMI, etc.). Ahora sus aliados son Obama, Clinton, Merkel o Lagarde. Además, hasta los citan en sus escritos.
En América Latina ocurrió otro tanto. Las burguesías emergentes de la región aprovecharon las luchas populares, especialmente de sectores sociales relegados y excluidos del mundo del capital (indígenas, campesinos, trabajadores informales, etc.), para acceder a los gobiernos y establecer lo que ellos llaman “socialismo”. En realidad, ese socialismo no tiene nada que ver con la “apropiación social y colectiva de la riqueza creada por la sociedad”, sino se reduce al viejo Estado de Bienestar que la burguesía creó después de la 2ª guerra mundial para contrarrestar el “socialismo de Estado” de la URSS y demás países.
A ello se han reducido las pretensiones de los “socialistas” actuales. Consiste solo en un capitalismo que ofrece servicios mínimos de “salud”, “educación”, agua potable, electricidad y vivienda a la población pero que no cuestiona para nada el modelo de civilización y de “desarrollo” que destruye la vida a todos los niveles (pueblos, comunidades, naturalezas, pensamientos, sentimientos). Es el modelo de la inequidad (monopolios), desigualdad (pobreza camuflada con cifras en medio de inmensas fortunas de millonarios y mega-millonarios), injusticia (ley solo para los pobres), sobre-explotación (a todo nivel), etc. No obstante, la crisis sistémica de reproducción del capital es tan profunda que ni siquiera les permitió a los “progresistas latinoamericanos” sacar adelante ese intento de reforma. AMLO ya es el nuevo ejemplo.
La derrota histórica de los trabajadores durante el siglo XX y principios del XXI, no ha sido aún asimilada por cuanto seguimos pensando con las herramientas epistemológicas del pasado. Pero las ciencias de la complejidad en desarrollo, las nuevas miradas filosóficas no reduccionistas ni dualistas, y las luchas de “los de abajo” (mujeres, jóvenes, ecologistas, hackers libres, nuevos trabajadores, etc.) vienen en nuestro auxilio.
Además, las soluciones que propone Trump y sus supuestos opositores (que en realidad solo son rivales), son solo flor de un día. La crisis económica y política se va a seguir agudizando. La mínima tasa de ganancia del capital obliga a las burguesías a violar sus propias normas y legalidades. Por ello, se requiere no arriar las banderas “anti-sistémicas” sino levantar nuevas consignas de carácter civilizatorio[1], que solo pueden alzar los trabajadores y pueblos oprimidos para responder a los nuevos retos de la lucha que está en pleno desarrollo.
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Fernando Dorado
Foto obtenida de: The Daily Beast
[1] Un ideario civilizatorio a trabajar debería tener en cuenta: miradas complejas, no lineales; planetarias, no nacionalistas; colaborativas y comunitarias, no colectivistas; humanistas, no “multi-culturalistas”; ecologistas, no anti-tecnológicas; post-generistas, no feministas; espirituales pero científicas; postcapitalistas, no anti-capitalistas; post-extractivistas, no anti-extractivistas; utilitaristas y prevenidas frente al Estado, no estatistas ni anti-estatistas; y, en general, miradas críticas, que rechacen las teorías generalizantes y valoren lo concreto.
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